A mi enigmático visitante

Hay una visita, casi diaria, al blog que me seduce, me motiva y, a la vez, me intriga. Es una visita de esas que se hacen con la aquiescencia de la penumbra nocturna, silenciosa, esquiva, desconcertante. Entra en casa cuando estoy dormido, se pasea, rebusca en los armarios, en los cajones, por los libros, los papeles y, una vez que ha encontrado lo que buscaba, sale sin dejar ningún rastro y desaparece hasta el día siguiente.

Hay que reconocer que me es fiel, nunca suele faltar a su cita, por eso me inquieto tanto el día que no lo hace. Todas las mañanas, nada más levantar de la cama, acudo a mi bitácora a comprobar si esa noche ha venido y, cuando descubro que ha faltado, la espesa niebla que cubre los cielos del otoño, cae sobre mi apesadumbrado ánimo. Desconozco cual es el motivo –aún no nos conocemos, estamos en el período previo de reconocimiento mutuo-, pero no puedo evitar que las horas se atranquen en su rodar cotidiano. Los segundos se transforman en minutos, los minutos en horas, las horas en obstáculos infranqueables que dificultan la llegada nocturna. Pienso: “habrá sido la conexión de Internet”; o bien, “esta noche salió de juerga y ha llegado rendido de sueño”; también, “¿se habrá puesto enfermo?”. Pero la ausencia es corta, a la mañana siguiente veo nuevamente sus huellas en el suelo, en las paredes, en la pantalla del ordenador y, al abrir el blog, unos garabatos –Estados Unidos- me dicen, que mi incógnito visitante, esta noche me ha visitado.
Respiro profundamente, miro a la lejanía y en el horizonte no veo nada. Ahora –me digo- mi desconocido amigo estará durmiendo. Y me dispongo, con más optimismo que el día de ayer, a emprender mis compromisos diarios.