Corren malos tiempos para los chiringuitos de playa. Gracias a la “maravillosa” ley de costas que se han inventado los Pesebreros para contentar al lobby ecologista, y con la cual, quieren protegerlas, no se sabe bien de qué, ya que los únicos lugares limpios de ella son los alrededores de estos establecimientos, costas que se encargan de destruir los ayuntamientos con el beneplácito de los poderes centrales, al permitir los mastodónticos edificios que se levantan a sus orillas.
Por esta razón, los chiringuitos andaluces, al igual que el lince ibérico, han entrado en la lista de especies protegidas, pero que, a diferencia de éstos, no hay una maldita organización que los proteja y nos proteja, de paso, a nosotros, pues nos dejan huérfanos de solemnidad, al privarnos de esos oasis cercanos que nos daban cobijo, protección, alegría, serenidad, igual que una madre, cuando de pequeño nos extraviábamos, y al encontrarnos, nos acogía en sus amorosos brazos.
¿Qué maldito daño les pueden provocar a las playas unas instalaciones, que además, son temporales, y que muchas de ellas deben ser desmanteladas, una vez finalizada la temporada estival, a no ser los muchos puestos de trabajo que proporcionan, y la satisfacción, al sufrido visitante que no es arenero, de poder escapar, momentáneamente, de este incómodo elemento? Si la excusa es algo que no se hacía bien hasta que los pijos ecologistas lo descubrieron, pues comuníquese a quien corresponda, para remediar lo que se esté haciendo mal, pero nunca hacerlo desaparecer del paisaje al que por tradición pertenecen, ni ponérselo cada día más difícil, al sufrido ciudadano. Todo el mundo no puede pagar un restaurante, señores del gobierno, despierten de una maldita vez, porque vuestra dormidera, ameanaza con ser eterna.
Los chiringuitos deberían declararse Monumento Nacional y formar parte, al igual que los históricos edificios urbanos, del rico Patrimonio del Estado, ya que como estos, son de un valor incalculable.
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