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jueves, 17 de febrero de 2011

¡A sus órdenes, Tío Sam!




En esta perra vida, uno se envalentona con quien puede y te lo permite, a sabiendas de que tu engallamiento no te producirá graves consecuencias. También están los que sólo se atreven a encararse con su sombra –son la mayoría-, por lo que pudiera pasar. De ahí la manida frase de que “uno es fuerte con quien puede, no con el que le gustaría”. Es la ley que predomina en toda relación humana, por la cual, siempre ha de haber alguien que esté jodido y otro, maravillosamente jodiendo. La condición del hombre está determinada por estas dos dualidades, haciéndolas extensibles a todas sus facetas sociales, no permaneciendo fijas a un carácter específico, ya que, por desgracia, esta se vuelve rotatoria y por lo tanto, aquél que permanecía abajo, cuando la ocasión se lo permite, se levanta del suelo, con más soberbia y enojo, y derriba al que encuentra a su paso, por supuesto, más débil que él. Es lo que los entendidos denominan como “el efecto suplantador del oprimido”, carácter fuertemente asociado a personas y colectivos que han vivido durante bastante tiempo bajo un estado de dominación, o de un insalubre complejo de inferioridad.

He llegado a esta conclusión después de escuchar la noticia en la que anunciaban que la ministra española de Asuntos Exteriores, daba dos días de plazo al gobierno iraní, para que diera explicaciones y pidiera disculpas, por la detención del cónsul español en Teherán, transcurridos los cuales y no recibiendo una justificación razonable, rompería relaciones diplomáticas.
Al oír estas declaraciones, la verdad, uno se queda planchado. ¿Son acaso consecuencia-efecto de la famosa “cuota” con la que Zapatero rellenó un gobierno que no le hi
ciera sombra, o tal vez un intento más de contentar al “Amo americano”? Porque no de otra manera se puede entender este ultimátum bravucón a Irán, cuando jamás se ha atrevido a presentar ni una sola queja ante el dictador marroquí, por las detenciones y agresiones que han recibido numerosos ciudadanos españoles.
Quiero creer que estas incoherencias son debidas, más que a su incapacidad intelectual, a las exigencias del guión que les obliga a interpretar “El Dueño del Mundo”, no de otra manera pueden explicarse estas incongruencias políticas, máxime cuando la gran superpotencia está apostando fuerte por desestabilizar la zona.

Cumplido el primer objetivo –encender la mecha- en Túnez y Egipto, el fuego se va propagando por el resto de países marcados. Estos no irán cayendo por “efecto dominó”, término que, equivocadamente, utilizan nuestros magníficos desinformadores, sino por la táctica “del salto del caballo”, movimiento que cualquier aficionado al ajedrez conoce, consistente en moverse para cualquier casilla, salvando el obstáculo que tiene al lado. Esta y no otra es la estrategia de EE.UU. (¿será posible que siempre esté metido en todos los conflictos mundiales y luego se queje de ser un objetivo a batir?).
La justificación para intervenir –y la que expresan por cacofonía sus lacayos- consiste en que quieren llevar la “democracia” –su indigna democracia- a unos rincones del mundo que jamás han sentido la necesidad de tenerla. También, la de renovar al sátrapa de turno que gobierna en esos países desde hace varias décadas. Pero esto no son más que meras excusas, ya que todos sabemos lo poco que le importa al Imperio las condiciones sociales, económicas, culturales y políticas de la población mundial, y menos cuando lo primero que debería hacer es barrer la porquería que se esparce por todo su territorio y darle una mano de pintura a su viejo Tío Sam que, por si no lo saben, lleva gobernando desde hace algo más de dos siglos –aunque haya cambiado, de vez en cuando, la mascara- y nadie ha caído en sustituirlo.

Por lo que es a mí, me entristece comprobar cómo, una y otra vez, los respectivos gobiernos que se suceden en España, van a remolque y quieren ser complacientes con la poderosa USA. No es que prefiera que mantengan una irreal beligerancia con ella, pero sí al menos que tuviésemos personalidad, fuésemos coherentes y ecuánimes, lo justo para sentirme un ciudadano libre que no vive en un país hipotecado. La actitud de nuestro políticos, siempre dispuestos a limpiarle la baba al emperador de turno, me abochorna y me cubre de rabia. No puedo evitarlo.


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