Hay quienes identifican al Subcomandante Marcos con Rafael Sebastián Guillén Vicente (19 de junio de 1957), cuarto de ocho hermanos, hijo de padres españoles emigrados. Él siempre ha negado tal identidad y su familia, ni lo confirman ni lo desmiente, aunque aseguran que lleva bastantes años desaparecido.
Rafael Sebastián se graduó en Filosofía, de ahí, tal vez, proceda el inusitado interés, las habilidades literarias y el gran amor que por las letras posee el Subconmandante. Siempre me impresionó la candidez y hermosura que derrama aquella carta que Marcos escribiera a Eduardo Galeano, en donde en un descanso, después del combate, poco tiempo después del nacimiento del EZLN, se enfrascaba en destripar filosóficamente el contenido de una frase del citado autor uruguayo ("¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la
necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?"), y cómo llega a la conclusión -debido a las condiciones sociales en la que vive la población índigena de Chiapas- de que la palabra, en este caso concreto, debe cederle el paso a la acción.
También es conmovedora la parte en la que nos cuenta, con una desgarrante ternura y humanidad, la pequeña anecdota donde los niños expulsados de su hogares, juegan a ser soldados de un batallón imaginario. Es toda una declaración de cariño por esos "locos bajitos", en los que el Subcomandante, tal vez, se sienta retratados.
Para concluir, decir que la carta es un sorprendente y bello texto en el que Marcos nos muestra el dominio y amor que tiene sobre las letras, cosa que no me sorprende conociendo su abultado número de publicaciones: entre 1992 a 2006, escribió más de 200 ensayos
e historias, y publicó 21 libros en un total de 33 ediciones, con
los que documentó ampliamente sus perspectivas filosóficas y políticas.
Este es, también, el otro Subcomandante Marcos que yo reivindico, el arquitecto de la palabra.
Carta
del Subcomandante Marcos a Eduardo Galeano
Ejército Zapatista de
Liberación Nacional México
2 de mayo de 1995
A: Eduardo Galeano.
Montevideo, Uruguay.
De: Subcomandante Insurgente Marcos
Montañas del Sureste Mexicano. Chiapas, México.
Señor Galeano:
Le escribo porque... porque me dieron ganas de escribirle. Porque ya pasó el
día del niño acá en México y se me ocurre que a usted le puedo platicar lo que
acá pasa, en un día del niño, en medio de una guerra sorda. Le escribo porque
no tengo ninguna razón para hacerlo y, entonces, puedo así contarle lo que pasa
o lo que me viene a la cabeza, sin la preocupación de que no se me vaya a
olvidar el motivo de la carta. Porque sí, pues.
También porque perdí el libro que me regaló y porque ese ratón cambista que
suele ser el destino (?) ha repuesto el libro perdido con otro libro. Y porque
se me ha quedado bailando en la cabeza una parte de su libro "Las palabras
Andantes".
Porque dice así:
"¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la
necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?".
Ventana sobre la palabra (VIII), p.262.
Y entonces yo me he recostado para pensar y fumar. Es de madrugada y como
almohada tengo un fusil (bueno, en realidad no es un fusil, es una carabina que
fue de un policía hasta enero de 1994. Antes servía para matar indígenas, ahora
sirve para que no los maten). Con las botas puestas y la pistola recostada a un
lado, cerca de la mano, pienso y fumo. Afuera, alrededor de humo y pensamientos,
mayo se engaña a sí mismo fingiendo que es junio y hay ahora una tormenta de
lluvia, rayos y truenos que logró lo que parecía imposible: callar a los
grillos.
Pero yo no estoy pensando en la lluvia, no estoy tratando de adivinar cuál de
los relámpagos que está por rasguñar la tela de la noche será el de la muerte,
ni siquiera me preocupa que el techito de nylon que cubre mi estancia es
demasiado pequeño y se moja la orilla del camastro (¡Ah! Porque resulta que me
hice una camita de ramas y horcones, amarrados con bejucos. Lo hice porque la
uso de escritorio, bodega y, a veces, para dormir. En la hamaca no me acomodo o
me acomodo demasiado, me quedo muy dormido y el sueño profundo es un lujo que,
acá, se puede pagar muy caro. En la cama de varillas de palo se está lo
suficientemente incómodo como para que el sueño sea apenas un pestañazo).
No, no me preocupan ni la noche, ni la lluvia, ni los truenos. Me preocupa eso
de "¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que
la necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?".
El
libro me lo mandó la Ana María, una indígena tzotzil que tiene el grado de
mayor de infantería en nuestro ejército. Alguien se lo mandó a ella y ella me
lo mandó a mí, sin saber que yo perdí un su libro de usted y este libro repone
el libro perdido, que no es lo mismo pero tampoco es igual. El libro está lleno
de dibujitos en tinta negra y yo creo que así deben ser los libros y las
palabras: dibujitos que salen de la cabeza o la boca o las manos y que van y se
ponen a bailar en el papel, cada (vez) que el libro se abre, y en el corazón cada (vez) que
el libro se lee. El libro es el regalo más grande que el hombre se ha dado a sí
mismo. Pero volvamos a su libro de usted que yo tengo ahora. Lo leí con un cabito
de vela que cargaba en la mochila.
El último tramo de pabilo se fue con esa página 262 (¡capicúa!, ¿no? ¿una
señal?). Y entonces me recordé la frase aquella de Perón que me mandó y luego
mi torpe respuesta y, más después, el libro que me envió. Y aquí la pena de
contarle que el libro lo dejé botado en la "graciosa huida" de
febrero. Y entonces me llegan este libro y las letras sobre el saber callar. Y
yo ya llevo varias noches dándole vueltas al asunto, aun antes de que me
llegara el libro. Y me pregunto si no llegó la hora de callar, si no será que
ya se pasó el momento y ya no es el lugar, si no es la hora de morir la boca...
Y le escribo esto en una madrugada de mayo, pasado ya el 30 de abril de 1995,
que es el día del niño acá en México. Nosotros los niños mexicanos celebramos
ese día, las más de las veces, a pesar de los adultos.
Por ejemplo, gracias al supremo gobierno, hoy muchos niños indígenas mexicanos
celebran su día en la montaña, lejos de sus casas, en malas condiciones de
higiene, sin fiesta y con la pobreza más grande: la de no tener un lugar donde
recostar el hambre y la esperanza.
El supremo gobierno dice que no ha expulsado a estos niños de sus hogares, sólo
ha metido a miles de soldados en sus terrenos. Con los soldados llegaron el
trago, la prostitución, el robo, las torturas, los hostigamientos. Dice el
supremo gobierno que los soldados vienen a "defender la soberanía
nacional".
Los soldados del gobierno "defienden" a México de los mexicanos. Estos
niños no han sido expulsados, dice el gobierno, y no tienen por qué sentirse
espantados de tantos tanques de guerra, cañones, helicópteros, aviones y miles
de soldados.
Tampoco tienen por qué asustarse, aunque esos soldados traigan órdenes de
detener y matar a los papás de estos niños. No, estos niños no han sido
expulsados de sus casas. Comparten el piso irregular de la montaña por el gusto
de estar cerca de sus raíces, comparten la sarna y la desnutrición por el
simple placer de rascarse y por lucir una figura esbelta.
Los hijos de los dueños del gobierno pasan su día en fiestas y regalos.
Los hijos de los zapatistas, dueños de nada como no sea su dignidad, pasan su
día jugando a que son soldados que recuperan las tierras que les quitó el
gobierno, juegan a que siembran la milpa, a que van por leña, a que se enferman
y nadie los cura, a que tienen hambre y, en lugar de comida, se llenan la boca
de canciones.
Por ejemplo, esa canción, que les gusta cantar en la noche, cuando más cerradas
son la lluvia y la niebla, y que dice, más o menos así:
"Ya se mira el horizonte,
combatiente zapatista,
el camino marcará
a los que vienen atrás"
Y, por ejemplo, en el horizonte aparece, marcando el paso, el Heriberto. Y
atrás del Heriberto, por ejemplo, va el hijito del Oscar que lo llaman Osmar.
Y van, los dos, armados de sus dos varitas que pasaron a llevar de un acahual
cercano ("No son varitas", dice el Heriberto y asegura que se trata
de poderosas armas que son capaces de destruir un nido de hormigas arrieras que
está cerca del arroyo y que le picaron al Heriberto y hubo de tomar
represalias).
Avanzan el Heriberto y el Osmar en columna. Y por el frente opuesto avanza la
Eva, armada de un palo que tiene la ventaja de convertirse en muñeca cuando el
ambiente es menos bélico.
Y detrás de la Eva viene la Chelita, que levanta sus casi dos años apenas unos
centímetros del suelo y que tiene unos ojos de venado lampareado que ya
desvelarán, alguna noche, al tal Heriberto o al que se deje herir por destello
tan moreno. Y atrás de la Chelita va un chuchito (perrito) que de puro flaco
parece una marimba diminuta.
Y a mí todo esto me lo están contando, pero como si lo estuviera viendo al
Wellington frente a Napoleón en esa película que se llamó "Waterloo"
y, creo, salía el Orson Wells y al Napoleón lo derrotaban por culpa de un dolor
de panza.
Pero aquí no hay Orson que valga, ni flanqueos de infantería, ni apoyo de
artillería, ni defensa en cuadro contra las cargas de los de a caballo, porque
tanto el Heriberto como la Eva han decidido optar por el ataque frontal y sin
escaramuzas ni tanteos previos.
Yo estoy a punto de opinar que eso parece batalla de sexos, pero ya se está
lanzando el Heriberto sobre la Chelita, evitando la carga directa de la Eva que
se ve, de pronto, frente a un Osmar que no la espera cara a cara, ni de pie
sino que está de lado y en cuclillas porque ahí no más le dieron ganas de cagar
y la Eva proclama que el Osmar se cagó de miedo y el Osmar no dice nada porque
ahora quiere montar, el chuchito se le acercó a oler, y en el entretanto la
Chelita se puso a llorar cuando vio venir al Heriberto y el Heriberto ahora no
sabe qué hacer para que se calle la Chelita y le ofrece una piedrita de regalo
("Acaso es piedrita", dice el Heriberto que asegura que se trata de
oro puro) y la Chelita nada que para su chilladera y yo estoy pensando que
hasta que le dieron una sopa de su propio chocolate al Heriberto cuando llega
la Eva, en maniobra que llaman de "voltear la posición enemiga", y le
cae el Heriberto por la espalda (cuando Heriberto ya le está ofreciendo su arma
antihormiga-arriera a la Chelita, la cual está considerando la oferta, entre
chillido y chillido), y entonces, ¡pácatelas!, la muñeca-arma de la Eva llega
en su cabeza del Heriberto y empieza la chilladera, (estereofónica, porque la
Chelita se siente estimulada por los gritos del Heriberto y no se quiere quedar
atrás), y hay sangre y ya viene la mamá de no sé quien, pero trae un cinturón
en la mano y los dos ejércitos se desbandan y el campo de batalla queda
desierto y en la enfermería declaran que el Heriberto tiene un chipote del
tamaño de su nariz y que, como la Eva está intacta, ganaron la mujeres en esta
batalla.
El Heriberto se queja de arbitraje parcial y prepara el contra-ataque pero no
será hasta mañana porque ahorita hay que comer los frijoles que no llenan ni el
plato ni la panza...
Y así pasaron el día del niño, dicen, los niños de un poblado que se llama
Guadalupe Tepeyac. En la montaña lo pasaron, porque en su pueblo hay varios
miles de soldados defendiendo "la soberanía nacional". Y dice el
Heriberto que, cuando sea grande, va a ser chofer de un camioncito y piloto de
avión no quiere ser porque, dice, si se le poncha la llanta del carrito, ahí
nomás te bajas y te vas caminando, en cambio si se le poncha la llanta al avión
no hay para donde hacerse.
Y yo me digo que cuando sea grande voy a ser uruguayo-argentino y escritor, en
ese orden, y no crea usted que será fácil porque lo que es el mate, no lo puedo
tragar.
Pero no era esto lo que yo quería contarle. Lo que yo quería era contarle un
cuento para que usted lo cuente:
Me enseñó el Viejo Antonio que uno es tan grande como el enemigo que escoge
para luchar, y que uno es tan pequeño como grande el miedo que se tenga.
"Elige un enemigo grande y esto te obligará a crecer para poder
enfrentarlo. Achica tu miedo porque, si él crece, tú te harás pequeño", me
dijo el Viejo Antonio una tarde de mayo y lluvia, en esa hora en que reinan el
tabaco y la palabra.
El gobierno le teme al pueblo de México, por eso tiene tantos soldados y
policías. Tiene un miedo muy grande. En consecuencia, es muy pequeño. Nosotros
le tenemos miedo al olvido, al que hemos ido achicando a fuerza de dolor y
sangre. Somos, por tanto, grandes.
Cuéntelo usted en algún escrito. Ponga que se lo contó el Viejo Antonio. Todos
hemos tenido, alguna vez, un Viejo Antonio. Pero si usted no lo tuvo, yo le
presto el mío por esta vez.
Cuente usted que los indígenas de sureste mexicano achican su miedo para
hacerse grandes, y escogen enemigos descomunales para obligarse a crecer y ser
mejores.
Esa es la idea, estoy seguro que usted encontrará mejores palabras para
contarlo. Escoja usted una noche de lluvia, relámpagos y viento. Verá cómo el
cuento sale así nomás, como un dibujito que se pone a bailar y a dar calor a
los corazones que para eso son los bailes y los corazones.
Vale. Salud y un muñequito sonriente, como ésos con los que firma.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos
P.D. de advertencia policiaca. Es mi deber informarle que soy, para el supremo
gobierno de México, un delincuente. Por lo tanto mi correspondencia puede ser
implicatoria.
Le ruego que se grabe usted el contenido
de la presente, es decir, la encomienda que suplica, y destrúyala
inmediatamente. Si el papel fuera de chicle, le recomendaría que lo comiera y,
masticando, se pusiera a hacer esas bombitas de chicle que tanto escandalizan a
las buenas conciencias, y que demuestran la falta de urbanidad y educación de
quien las hace.
Aunque hay algunos que las hacen con la esperanza de que una de las bombitas
sea lo suficientemente grande como para llevarlo a uno de esa ruta luminosa
que, allá arriba, se alarga... como se alargan el dolor y la esperanza sobre el
cielo de nuestra América.
P.D. improbable. Salude usted de mi parte, si lo ve, al tal Benedetti. Dígale
usted, por favor, que sus letras, puestas por mi boca en el oído de una mujer,
arrancaron alguna vez un suspiro como esos que echan a andar a la humanidad
entera.
Dígale también, que quién quita y lo de "Marcos" fue por "el
cumpleaños de Juan Ángel".