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viernes, 12 de julio de 2013

Cuando los sevillanos viajaban en barcos de vapor por el Guadalquivir

Azulejo anunciador -en "Casa Cuesta"-, del servicio de vapores que hacían el recorrido Sevilla-Sanlúcar de Barrameda. Hay dos más como éste: uno, en la localidad de Coria del Río, y otro, en el Despacho de Vinos "Las Palomas", en Sanlúcar de Barrameda.



Estación fluvial -en la plaza del Altozano (Sevilla)-, de donde partían y llegaban, los vapores que transportaban en verano a los sevillanos a la playa de Bajo de Guía, y durante el resto del año a los pueblos ribereños de San Juan de Aznalfarache, Gelves, Coria del Río y Puebla del Río.


Casa del Vapor, en Bonanza. Edificada en 1820 para prestar los servicios de oficina y alojamiento de la primera línea de barcos de vapor de España, fue  tristemente demolida en 2004 por aquellos que fueron votados, supuestamente, para que cuidaran y gestionaran el patrimonio histórico y artístico de la ciudad, o sea, el Ayuntamiento. A esta estación fluvial llegaban pasajeros de Sevilla, El Puerto de Santa María y Cádiz.


Llegada a Bajo de Guía de uno de los vapores que traían a los bañistas sevillanos que huían de las calores de la ciudad.


El "San Telmo", vapor que hizo el trayecto Sevilla-Sanlúcar entre 1885 y 1900.


El "Sanlúcar", que lo haría entre finales del siglo XIX y principios del XX.


El "Triana", también recorrió el río por las mismas fechas que el "Sanlúcar". Estos dos últimos vapores prestaron servicio durante el resto del año a los pueblos de San Juan de Aznalfarache, Gelves, Coria del Río y  la Puebla.


 El "Mar de San Sebastian", camino a Sanlúcar de Barrameda.


Playa de Bajo de Guía -masificada- para los currelas y algunos atrevidos "señores".


 Playa de Sanlúcar (lo que hoy es la avenida de Bajo de Guía), desierta, para los escogidos de dios que, ante la "injusta" ocupación que el pueblo ha hecho de este lugar actualmente se han visto obligados a trasladar sus lares hacia La Jara. 







lunes, 28 de enero de 2013

Mi única aspiración es poder reconocerme









No pretendo que de mayores tengamos la misma vitalidad física ni el ardor y el arrojo emocional de cuando se tienen quince años. He de admitir que el tiempo  deteriora, arruga, y, a muchos, los adormece, pero también proporciona calma, frialdad reflexiva, facilidad para argumentar, pero de ahí a darle la vuelta al calcetín, va un largo tramo. La manipulación de la famosa cita, quien no es revolucionario de joven, no tiene corazón, y el que lo sigue siendo de mayor, no tiene cabeza, que suelen manejar ciertos individuos -en su juventud, “revolucionarios de izquierdas”, y con la edad, reconvertidos en respetables “señores de derechas”- para tratar de justificar sus vergüenzas ideológicas, no mantiene un análisis pormenorizado.

La citada frase pretende crear una falsa disyuntiva entre el corazón y la cabeza en la que, de aceptarla, reconoceríamos la nula relación existente entre uno y otro, y por lo cual, tomaríamos por bueno la teoría reaccionaria de los que quieren hacernos creer que al usar el corazón (entendido como mezcla de afectos e ideas) implica que dejemos de usar la cabeza (que significa la utilización de la razón en nuestros actos rutinarios).
Plantear esta disyuntiva, que anula la combinación conjunta de las dos actitudes, es una estrategia justificativa y disuasoria de estos sectores reacomodados, cuando es bien sabido que el uso de los dos conceptos no entran en contradicción. Como en todo, es necesario priorizar y no dejar que ninguno de ellos prevalezca sobre el otro, sometiéndolo a la inactividad y al silencio.
Lo que ocurre es que hay muchos desclasados que no llevan bien el aburguesamiento en el que han entrado, y necesitan palabras, bellas frases, embaucadores argumentos, para maquillar sus traiciones ideológicas y el abrazo afectivo del nuevo status adquirido. Nos lo podemos encontrar en cualquier parte, sentados en cualquier banco, pero lo más normal es que proliferen en el mundo de la política y de la administración, porque sólo allí se permite que los inmorales, los tránsfugas, los chaqueteros, hagan carrera.

Que a nuestra edad sea "normal" que no corramos delante de los “maderos”, como lo hacíamos cuando éramos más jóvenes, es algo que no voy a discutir, pero que además se nos recomiende que no pensemos y sintamos con la misma vehemencia y ardor que ellos, es algo que no acepto. Se puede ser mayor y aprovechar la sabiduría que el tiempo nos ha podido aportar para que nuestros actos sean más consistentes, más reflexivos, pero lo que no se me puede exigir es que, en favor de unas ideas corrompidas y reaccionarias, desista de sentir y pensar con el mismo ardor que cualquier muchacho. Por ahí no entro; a mi que no me clasifiquen con la nueva etiqueta. De joven actuaba con gran corazón y bastante buena cabeza y ahora, de mayor, lo hago parecido:
de otra manera, hace tiempo que habría muerto.










martes, 30 de octubre de 2012

Las aristas de los dioses









El gran defecto de los humanos –es una apreciación personal- radica en la susceptibilidad de nuestro carácter. Cualquier cosa que nos hagan –aunque nosotros las llevemos haciendo toda la vida- nos escuece y molesta de una manera sobrenatural. Esta “afectación cutánea” -que está directamente ligada a nuestra percepción emocional-, refleja a las claras, el individuo soberbio que llevamos dentro, el ser egocéntrico que pretende que el sol caliente sólo para él, y que el giro rotatorio del mundo no se entiende, si no es para nuestro solaz sueño nocturno y su agradable amanecer.

Todo existe en función nuestra, el otro, el de enfrente, el que pasa junto a nosotros, sólo es un objeto decorativo circunstancial, puesto en servicio para enaltecernos, darle sentido a la mediocridad que nos envuelve cada día, y tener a mano –cuando la necesitamos- la excusa infalible del contrario, del paralelo, del desconvergente, por si acaso alguna vez nos ponemos auto críticos –cosa harto rara- y caemos en la tentación de recriminarnos.

No totelaramos ni consentimos a los demás siquiera el uno por ciento de los errores que cometemos nosotros. El rasgo que más nos caracteriza y define es aquel que muestra lo intransigente que somos con los demás y lo permisivo con nosotros. Somos descaradamente indulgentes con nuestros actos, todo lo opuesto a la actitud que mantenemos con los otros, a los cuales les exigimos la rotunda perfección en los detalles, sin ningún margen de error, so pena de herirnos en la profundidad del alma y, por lo tanto, recibir de nosotros –persona rectas, perfectas, ecuánimes, "semidioses"- todo el desafecto y la desatención que merecen.

Nacimos para estar siempre entre algodones, enganchados al dulce pecho de nuestras madres, esperando la benignidad de sus atenciones, cubriéndonos mientras dormimos, silenciosamente, las noches de invierno con la manta que hemos tirado al suelo. Necesitamos que nos estén diciendo constantemente lo maravilloso que somos, la suerte que han tenido al encontrarnos en su camino, porque de lo contrario, el muñeco, el adorno navideño al que soportamos de vez en cuando, pronto dejará de interesarnos y correremos a inventar una argucia emotiva para excusar su expulsión de nuestra vida y sustituirlo por otro personaje novedoso que, de momento, sea más interesante y atractivo, todo debido al efecto misterioso que produce en nuestra volubilidad emocional, el acicate del desconocimiento.

El gran defecto de las personas –es sólo una apreciación mía- es que somos más imperfectos de lo que nos creemos y que, sobre todo, somos patéticamente humanos. Tanto buscar en las alturas para luego caer tan bajo. Para este viaje no  necesitábamos alforjas.





lunes, 6 de agosto de 2012

Las profesiones más deseadas



Cuando yo era niño, si alguien te preguntaba: "¿qué quieres ser de mayor?", respondías, raudo, que médico, abogado, maestro, o cualquier otra profesión pareja a los estudios. 
Hoy, si le preguntas a cualquier chaval, también te contestará -sin dudarlo-, "que futbolista, político o tertuliano de programas freakis de televisión".
 
-¿Y por qué eliges estas “profesiones”?
 
- Está bien claro, abuelo; porque no hay que estudiar nada, tiene poco desempleo y da mucho dinero.

Ante lo evidente de la respuesta, a uno no le queda más remedio que callarse; analizado con sentido optimista, el niño no está del todo mal encaminado, aunque lo de futbolista, lo veo algo más complicado. Es cierto que no hay que romperse la cabeza con los libros para lograrlo, pero hay que reconocer que no todo aquel que le da patadones a un balón llega a cobrar cientos de millones, que los hay que pasan -la mayoría- verdaderas calamidades en las otras categorías inferiores.

La salida de político, no está nada mal, sobre todo para la mujer, por esa novedad de cubrir cuotas. Para poder ejercerla, sólo debes poseer un buen estómago que digiera cada día la conciencia,
cambiar de opinión cuantas veces sean necesarias (aunque hayas dicho lo contrario hace poco, no importa, eso imprime carácter), tener pocos recursos ideológicos y oratorios, y -ésta es bien importante-, desterrar de tu boca el uso correcto del lenguaje,  aplicar  los “palabros” que el progrerío insustancial ha puesto de moda (miembro/a; joven/a; albañil/a, juez/a, etc.), pero ¡cuidado!, que  jamás se te ocurra decir lo contrario cuando te refieras al sexo masculino (poeto en lugar de poeta; persono por persona; periodisto por periodista; futbolisto en lugar de futbolista, etc.) si no quieres sufrir un aparatoso descarrilamiento en tu fulgurante carrera. 
También se exige una buena dosis de "mala leche" para no tener escrúpulos con las medidas que elabores y con el dinero que llegues a “mangonear”. Además, esta maravillosa profesión permite “enchufar” a buena parte de la familia, o bien que hagan pingües beneficios al socaire de las informaciones privilegiadas que el político le proporciona . Esta última cualidad -como la de futbolista-, has de traerla ya de fábrica, es difícil adquirirla con el tiempo, aunque he de decir que quien la posee, sí la perfecciona con él y el uso.

Y la última, hijo, la de tertuliano, esa sí que es asequible; no como antes, que había que pasarse años en la facultad estudiando la carrera de periodista. Total, para qué, para opinar y poner verde al de enfrente, cualquiera sirve. Lo único malo que le encuentro es que si eres hombre, necesitas ser un cornudo o un golfo para que te admitan, y si eres mujer, viuda de un conato de torero o cantante, querida de un respetable señor, prostituta reciclada, etc. 
Como salida profesional, la verdad, no está mal. Aquí ni siquiera te exigen haber ido a la escuela; cuanto más borde, más ordinario, mas soez seas, más impacto de audiencias alcanzas. Sólo se necesita darles carnaza, cuanto más personal y sangrante, más asegurado tienes tu triunfo televisivo.

Los tiempos están cambiando. ¡Qué digo!; rectifico: lleva mucho rato cambiado y algunos ni nos hemos enterado. 
Vivimos en una sociedad donde el que no es "práctico", corre el riesgo de desaparecer. El fenómeno, no es más que la aplicación del ciclo evolutivo en las especies. O avanzas o mueres. Esta es la sociedad del poco esfuerzo -o ninguno-, donde el clan de los “ ni-ni” (como ocurrió en la prehistoria con el cromañón sobre el neardental) se va imponiendo a un ritmo acelerado, sin que encuentre grandes dificultades en su desarrollo. 
Somos una sociedad precipitada donde prima la velocidad y la carencia de esfuerzo en la conquista de cualquier objetivo, esta es la lógica explicación de que nos estemos despeñando.








lunes, 18 de junio de 2012

Aquellos americanos de nuestra infancia








En uno de los frecuentes ejercicios de nostalgia a los que tan habituados estamos los que alcanzamos cierta edad, les contaba a los acompañantes que pacientemente me oían, unos curiosos acontecimientos callejeros que vivimos algunos chavales cuando éramos niño. 
Sería por el año 1964 aproximadamente, pues no tendría yo más de 11 años. El lugar, el barrio (el Polígono) y la “línea fronteriza” que existía entre éste y el área residencial (Santa Clara), donde vivían los norteamericanos que por aquel entonces colonizaban una parte de Sevilla, agregados a las bases aéreas militares que el franquismo les permitía en el pueblo sevillano de Morón de la Frontera y el cercano aeropuerto de San Pablo.


Militares yanquis de la base de San Pablo





Ocurría que, para los negruzcos y famélicos niños sevillanos que ocupaban las barriadas limítrofes de la ciudad en aquellas fechas, el desconocido, novedoso y mágico mundo que se presentaba ante nuestros ojos era tan atractivo e inabordable, que ni siquiera la amenaza de la Guardia Civil -cuerpo “encargado de protegerles”-, ni el temor a los corpulentos y robustos cuerpos de los niños yanquis, hacían que desistiéramos en profanar su vigilado territorio. 
Era un paraíso cercano que te seducía y succionaba, eliminando cualquier resistencia mojigata que impidiera la intrusión en ese reino prohibido y misterioso donde descubríamos gentes y palabras diferentes: juguetes, comidas, chucherías, costumbres y juegos, hasta ese instante, para nosotros, ignorados
Nada nos detenía a invadir ese lugar idílico, ni siquiera la amenaza que pendía sobre nuestras cabezas –nunca más acertado el término- si nos atrapaban los del Acharolado Tricornio; el castigo consistía en meter la maquinilla - aquella antigua de pelar- por la cabeza, empezando desde la frente, continuando en línea recta,  hasta finalizar en la nuca, y luego -cruzándose con el surco anterior-, llevarla de oreja izquierda a derecha, con lo que lograban una "perfecta creación artística" de la que surgía una obscena y vistosa cruz griega que te marcaba para varias semanas. Y si reincidías, la cruz la "embellecían" con una pintura de color llamativo, para que tu localización se hiciera más fácil.


 Parte del aguerrido grupo "patriota"



No entendíamos el comportamiento poco amigable del Benemérito Cuerpo contra nosotros. La verdad es que no veíamos nada reprobable en nuestros actos cuando accedíamos al territorio enemigo: llegábamos al parque, desalojábamos a los rubitos que jugaban en los columpios y los toboganes, y los tomábamos "prestados", hasta que teníamos que salir corriendo ante la amenazante presencia de la Verdosa Pareja. 
Si por el camino veíamos una bicicleta “tirada”, algún vehículo teledirigido “abandonado”, o cualquier otro cacharro "perdido", nos precipitábamos sobre ellos, dando gracias al cielo por la suerte que habíamos tenido encontrando tan maravillosos objetos, y los llevábamos a nuestras casas, tomando siempre las precauciones oportunas para que no los viesen nuestros padres y pudieran pedir explicaciones que nos comprometieran. 
No es que tuviésemos remordimientos por nuestro comportamiento. Nosotros –en nuestra fabulación cómplice- nunca creímos cometer un acto reprobable, porque lo único que hacíamos era "recoger" de la calle los trastos "inservibles" que los niños americanos "ya no querían”.

Luego estaba el conflicto que manteníamos con los yanquis mayores, o sea, los hermanos de los que el día anterior sufrieron nuestro refriega. Esta batalla se dilucidaba en la “zona fronteriza” (una gran extensión de terreno plantado de limoneros que más tarde ocuparía los barrios D y E) que mediaba entre la parte española y la americana. 
Siempre ocurría de la misma manera. Cuando más enfrascados estábamos en la captura de la brillante culebra,  del ocelado lagarto, o de las escurridizas lagartijas, allá que aparecían ellos a tomar venganza en nombre de sus escacharrados hermanitos. Ágiles –como años más tarde descubriría en West Side Story-, se llevaban las manos a los bolsillos de sus cazadoras y sacaban unas navajas automáticas y bien afiladas, que la verdad sea dicha, impresionaban, pero nada más que eso, porque sus armas no suponían nada al lado de las que poseíamos nosotros: el bueno de Quique -algo mayor que nosotros-, y su pastor alemán, “Capitán”. En el preciso instante en el que se producía la refriega, Quique, en un movimiento reflejo y rápido, atrapaba la culebra por la cola y, como si de un látigo se tratara, se lanzaba contra ellos, -siempre acompañado de su fiel perro-, y se bastaba él sólito contra todo el grupo, a golpes de culebrazos. 
Como es lógico, los nietos del Tío Sam -individuos de hermosa presencia y saludables intenciones, pero poca valentía- no resistían la embestida por sorpresa de aquel harapiento embravecido y salían corriendo para su protegido recinto, todo lo rápido que sus piernas les permitían, olvidando en su huida algunas de las navajas que esgrimían, pero que nosotros nos nos atravíamos a "recoger", por temor a la Benemérita.



Cuando no se atrapaban bichos, o pelear con los rubios yanquis, tocaba jugar al fútbol, de donde surgía unas auténticas relaciones diplomáticas


Así, una y otra vez. Unas veces la invasión a sus dominios; otras, el intento de desquite por parte de ellos y la pretendida confiscación de nuestros tesoros faunísticos. Nosotros envidiábamos lo que no teníamos y a ellos les sobraba, mientras que ellos deseaban aquello que tan fácilmente conseguíamos y que les era tan difícil de obtener: un puñado de bichejos. 
Algunos, incluso, hasta se hicieron buenos amigos nuestros, y a los que siempre estuvimos agradecidos por colaborar en que nuestras reservas de chicle americano, tabletas de chocolate con almendras, apetitosos sandwichs de jamón york y queso (algo completamente desconocido en el pequeño mundo que nosotros habitábamos) y la enseñanza de algunas palabrotas en inglés, siempre estuviesen repletas. 
Luego, nosotros, en contraprestación, debíamos soportar sus terribles patadas en las espinillas cuando jugábamos al fútbol, pero éramos españoles y agradecidos, y lo aceptábamos. Ya desde chiquillos entendimos lo que más tarde conoceríamos como "las relaciones diplomáticas cordiales entre dos pueblos." Y les dejamos que disfrutaran de nuestras hermanas, y, también, que llenaran el barrio de mulatitos. Todo lo hacíamos por el “entente cordiale”, eso sí,  mientras que no se atrevieran a tocar nuestras estilizadas culebras ni nuestros coloreados lagartos.










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