Que me perdonen los que realmente lo están pasando mal, les puede quedar claro que no me refiero a ellos. Hecha esta necesaria puntualización, paso a meterme de lleno en el tema que, me da la impresión, creará polémica, porque si hay algo que no toleramos los españoles, es que nos pongan un espejo delante que, con resuelta osadía, refleje nuestras posibles deficiencias.
Ayer volvían a colapsarse las salidas de las grandes ciudades en la acostumbrada huída de sus habitantes hacia el lugar de vacaciones. Viendo las imágenes en los informativos, uno no puede dejar de preguntarse: ¿Dónde está la crisis? Esta apreciación viene avalada también por la dificultad de encontrar una mesa libre, incluso un pequeño hueco en la barra, para poder tomar una cerveza: el lleno es total, lo mismo da que sea a principio o final de semana, la imposibilidad es la misma, y la gente no consume una mera cerveza con altramuces o cacahuetes, ¡que va!, las mesas están bien surtidas de raciones de todo tipo, hasta del apreciado, pero caro, marisco. Ocurre que si pretendes salir un día y sentarte en una mesa, tienes que hacerlo cuando aún no ha desaparecido por completo el sol, porque si lo haces más tarde, cuando en verdad apetece, puedes regresar a casa en peores condiciones que cuando salistes: derrotado, sediento y cansado, porque la búsqueda de la apreciada mesa en el laberinto de bares que que existe en la zona, ha sido imposible.
No entro a cuestionar aquí si tenemos o no derecho a desconectar del trabajo y recargar las pilas, ni mucho menos a tomarnos un par de cervezas. No podría caer en ese simplismo en el que generalmente entra todo aquél que sospecha que no hace lo correcto. El debate y el análisis, deberíamos centrarlo en un solo dato: ¿Podemos permitírnoslo? Ese sería el nudo gordiano a resolver. Porque una cosa es que tengamos, después de tantos meses trabajando –quien tiene esa suerte- la necesidad y el derecho a unas merecidas vacaciones, y otra muy distinta es que nos la podamos permitir sin hipotecar la estabilidad económica de la casa. Yo tengo siempre presente el ejemplo de mis padres –y, como ellos, la de muchos más-, donde lo que siempre primaba era el que todos los días no nos fuésemos a la cama sin las tres comidas principales, y de que no nos faltara a ninguno de los hijos, un par de zapatos y ropa que ponernos. Lo demás, era secundario. Mis padres jamás tuvieron un día de vacaciones y nunca se endeudaron para conseguirlo. Los niños de mi ambiente, tampoco supimos de veraneos y ninguno, que yo recuerde, está traumatizado por no haberlo hecho.
La diferencia está en que hoy se han roto los esquemas de clases. Aquí, un buen número, juega a copiar. Puedas o no. Antes, nacías en un determinado estrato social y, generalmente, en él morías. No se tenían aspiraciones que no correspondiesen a tu situación social, nunca tratabas emular a las clases pudientes. Como mucho, luchabas para abolir las injusticias sociales y las diferencias tan grotescas que existían entre unas y otras. Pero hoy –maldita televisión, el daño que nos está haciendo- la clase trabajadora se ha desclasado. Reconozco que es bien difícil sustraerse al bombardeo que los medios de comunicación nos somete cada vez que se produce esta estampida. Llegas a correr el riesgo –si no tienes claro determinadas cosas- de creerte un infeliz desgraciado. De que todo el mundo, menos tú, viaja. Se siente incómoda en su parcela y pretende y se obstina en vivir y parecerse a la clase pudiente, acogiendo de ella sus defectos y sus frivolidades. De hecho, esto no es más que la constatación de la falta de integración de la clase trabajadora en las organizaciones sociales, la ausencia de ideales de justicias y de principios solidarios, lo que se concretiza en la falta de presencia a los actos reivindicativos que se organizan en sus ciudades y en la crítica más severa y fascistoide que realizan contra cualquier reivindicación que algún sector de trabajadores con problemas, realiza.
Lo peor del caso es que el gobierno no es ajeno a esta realidad. Siempre tiene alguien que lo informa de la realidad social del país, si no, cómo iba a tener el valor de emprender los recortes sociales tan drásticos que ha realizado. Bien saben los gobernantes que hay margen y que la gente no se echaría a la calle. Siento decirlo, pero la clase trabajadora ha perdido el norte. Me reitero en lo de que todos tenemos derecho a todo, pero cuando se puede, sin intentar aparentar lo que no somos ni podemos costear. Esto se debe a que nos hemos dejado “desamueblar” la cabeza con mensajes que nos inducen al desenfrenado consumismo, a la búsqueda del paraíso en territorios lejanos, ignorando que éste está mucho más cerca de lo que nos imaginamos. Hace falta aceptar la realidad y si no estamos de acuerdo con ella, intentar cambiarla, jamás mimetizarnos.
Ayer volvían a colapsarse las salidas de las grandes ciudades en la acostumbrada huída de sus habitantes hacia el lugar de vacaciones. Viendo las imágenes en los informativos, uno no puede dejar de preguntarse: ¿Dónde está la crisis? Esta apreciación viene avalada también por la dificultad de encontrar una mesa libre, incluso un pequeño hueco en la barra, para poder tomar una cerveza: el lleno es total, lo mismo da que sea a principio o final de semana, la imposibilidad es la misma, y la gente no consume una mera cerveza con altramuces o cacahuetes, ¡que va!, las mesas están bien surtidas de raciones de todo tipo, hasta del apreciado, pero caro, marisco. Ocurre que si pretendes salir un día y sentarte en una mesa, tienes que hacerlo cuando aún no ha desaparecido por completo el sol, porque si lo haces más tarde, cuando en verdad apetece, puedes regresar a casa en peores condiciones que cuando salistes: derrotado, sediento y cansado, porque la búsqueda de la apreciada mesa en el laberinto de bares que que existe en la zona, ha sido imposible.
No entro a cuestionar aquí si tenemos o no derecho a desconectar del trabajo y recargar las pilas, ni mucho menos a tomarnos un par de cervezas. No podría caer en ese simplismo en el que generalmente entra todo aquél que sospecha que no hace lo correcto. El debate y el análisis, deberíamos centrarlo en un solo dato: ¿Podemos permitírnoslo? Ese sería el nudo gordiano a resolver. Porque una cosa es que tengamos, después de tantos meses trabajando –quien tiene esa suerte- la necesidad y el derecho a unas merecidas vacaciones, y otra muy distinta es que nos la podamos permitir sin hipotecar la estabilidad económica de la casa. Yo tengo siempre presente el ejemplo de mis padres –y, como ellos, la de muchos más-, donde lo que siempre primaba era el que todos los días no nos fuésemos a la cama sin las tres comidas principales, y de que no nos faltara a ninguno de los hijos, un par de zapatos y ropa que ponernos. Lo demás, era secundario. Mis padres jamás tuvieron un día de vacaciones y nunca se endeudaron para conseguirlo. Los niños de mi ambiente, tampoco supimos de veraneos y ninguno, que yo recuerde, está traumatizado por no haberlo hecho.
La diferencia está en que hoy se han roto los esquemas de clases. Aquí, un buen número, juega a copiar. Puedas o no. Antes, nacías en un determinado estrato social y, generalmente, en él morías. No se tenían aspiraciones que no correspondiesen a tu situación social, nunca tratabas emular a las clases pudientes. Como mucho, luchabas para abolir las injusticias sociales y las diferencias tan grotescas que existían entre unas y otras. Pero hoy –maldita televisión, el daño que nos está haciendo- la clase trabajadora se ha desclasado. Reconozco que es bien difícil sustraerse al bombardeo que los medios de comunicación nos somete cada vez que se produce esta estampida. Llegas a correr el riesgo –si no tienes claro determinadas cosas- de creerte un infeliz desgraciado. De que todo el mundo, menos tú, viaja. Se siente incómoda en su parcela y pretende y se obstina en vivir y parecerse a la clase pudiente, acogiendo de ella sus defectos y sus frivolidades. De hecho, esto no es más que la constatación de la falta de integración de la clase trabajadora en las organizaciones sociales, la ausencia de ideales de justicias y de principios solidarios, lo que se concretiza en la falta de presencia a los actos reivindicativos que se organizan en sus ciudades y en la crítica más severa y fascistoide que realizan contra cualquier reivindicación que algún sector de trabajadores con problemas, realiza.
Lo peor del caso es que el gobierno no es ajeno a esta realidad. Siempre tiene alguien que lo informa de la realidad social del país, si no, cómo iba a tener el valor de emprender los recortes sociales tan drásticos que ha realizado. Bien saben los gobernantes que hay margen y que la gente no se echaría a la calle. Siento decirlo, pero la clase trabajadora ha perdido el norte. Me reitero en lo de que todos tenemos derecho a todo, pero cuando se puede, sin intentar aparentar lo que no somos ni podemos costear. Esto se debe a que nos hemos dejado “desamueblar” la cabeza con mensajes que nos inducen al desenfrenado consumismo, a la búsqueda del paraíso en territorios lejanos, ignorando que éste está mucho más cerca de lo que nos imaginamos. Hace falta aceptar la realidad y si no estamos de acuerdo con ella, intentar cambiarla, jamás mimetizarnos.
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