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miércoles, 28 de julio de 2010

La vida: Esa escalera de caracol


Llegamos a los cincuenta y una de las manías en las que caemos, es la de preocuparnos por el futuro de nuestros seres queridos (¡como si faltando uno, ellos no fueran capaces de seguir adelante!); la otra, es bastante más subjetiva, es la de hacer un balance emocional a través de nuestros recuerdos. Muchos llegamos cansados y pobres a este territorio, y los únicos tesoros que guardamos son, un par de libros de los que jamás nos desprenderíamos, una veintena de desconocidos poemas que, osadamente, nos atrevimos a componer, también, tres o cuatro tarjetas postales y el recuerdo imborrable de la primera niña que fue capaz de acelerar el ritmo cardiaco de nuestro corazón.

El balance es bien escaso. Llegamos, como diría Antonio Machado, ligeros de equipaje, pero sobrados de recuerdos, unos más aceptables, otros, no tan buenos.
En estas ocasiones, vuelves a la niñez –ese territorio del que nunca salimos y al que nunca volvemos-, recuperas las imágenes que creías perdidas y que la memoria, felizmente, selecciona para estas ocasiones. Por unos instantes, te transformas en el niño lejano que tuvo la suerte de atesorar tan estimables recuerdos. Pasan por tu mente los fotogramas salteados de aquellas vivencias, los quiebros y rodeos que anduvimos para llegar hasta ella, la asfixia, la parquedad de palabras, el torpe comportamiento cuando la tenías a tu lado.

Pasas por la vida y, sin darte cuenta, estás cargado de años. La niña de nuestra infancia se volatilizó, algunos jamás la han vuelto a ver en todos estos años, otros, de vez en cuando, se la encuentra, por el barrio. Ya no es la niña que fue, ahora somos los adultos, en los que sin querer, nos hemos convertido, cargados de historias ajenas y de canas, aunque ella trate de disimularlas con el tinte, es ineficaz, porque éstas se les transparentan en la mirada. Cada cual con su vida y su familia, al margen de lo que un día deseamos, felices, realizados, pero eso no es óbice para que alguna vez, cuando nos sentimos mayores, hurguemos en la mochila de nuestros recuerdos.








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