El sábado marcaba el punto final de una etapa. Tras él, empezaba a vislumbrar el disfrute que la salida al campo producía en mí, generalmente, todos los domingos.
Mientras tanto, el tiempo se quedaba atrapado en una tela de araña imaginaria que hacía chocar, estrepitosamente, mis ansias una y otra vez, contra el viejo reloj de pared que fustigaba mis sueños.
Siempre temiendo que no llegara el momento de la partida, hasta que la mano cariñosa de mi padre, sobre mi adormecido hombro, animaba a levantarme: ¡Vamos, campeón! Estabas soñando.
Mientras tanto, el tiempo se quedaba atrapado en una tela de araña imaginaria que hacía chocar, estrepitosamente, mis ansias una y otra vez, contra el viejo reloj de pared que fustigaba mis sueños.
Siempre temiendo que no llegara el momento de la partida, hasta que la mano cariñosa de mi padre, sobre mi adormecido hombro, animaba a levantarme: ¡Vamos, campeón! Estabas soñando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario