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jueves, 25 de marzo de 2010

SI LA DIOSA PERSÉFONE LO PERMITE


La primavera se retrasa en la vegetación y, también, en el alma. A las flores les cuesta trabajo romper su silencio invernal y mantienen en la soledad de su verdor a las esperanzadas hojas. Para estas fechas, otros años, adornaban ya con su esplendor multicolor, las encrestadas cabezas de las macetas y los pacientes árboles. Por Marzo, ya deberían alfombrar con su azahar, los bajos de los limoneros y naranjos, ayudados por el azote inevitable de los fuertes vientos de solano que se producen en este imprevisible mes.

En la puerta de casa monta guardia, día y noche, un fiel limonero -injerto descendiente de otro pariente suyo que sombreaba el patio y murió de tristeza- que comienza a florecer después de mes y medio de retraso. En cambio, las macetas que cuelgan, coquetas, embelleciendo este mismo patio, revientan de color y dan colorido a nuestros sentimientos. Uno está orientado al norte; las otras, han tenido la suerte de mirar hacia el sur. ¡Qué diferencia de resultados, cuando todos están tan próximos!

Ocurre como con las personas; puedes nacer en una misma familia, o vivir durante mucho tiempo juntos y adquirir caracteres y comportamientos diferentes. Todos traemos irremediablemente de nacimiento, la orientación personal que nos condicionará en nuestros pensamientos y actitudes; ella nos marcará el paso durante nuestra futura vida.

Pero volviendo a las plantas y al largo invierno que sobre sus tiestos han padecido. Dan la impresión de haber estado aletargadas, soportando los fríos, las torrenciales lluvias, y hasta la corta nevada a la que han sobrevivido, pues sólo han necesitado que cambiara un poco el mal tiempo, las aguas se templasen, para que recogieran, con gran presteza, los rubios rayos de sol y el calor primerizo que este proporciona. Mis plantas son extremadamente generosas. En nada de tiempo, en solo unos días, han pasado de la desnudez verde de sus hojas al engalanamiento multicolor de las paredes. La primavera traspasa ya, los oscuros muros del invierno.

Del limonero, tampoco tengo quejas, aunque me preocupa la seguridad de sus flores, y ya se sabe, limonero sin azahar, limonero sin frutos. El Marzo ventoso de todos los años aún no se ha dejado notar y hay un refrán de aquí que dice: “cuando Marzo “mayea”, Mayo “marcea”, y pocas veces, que yo recuerde, ha fallado. Por lo cual, tanto el limonero como yo, andamos terriblemente preocupados por los posibles vientos del este que lleguen en Mayo y tiren sus bellas y olorosas flores al suelo. De él se provee de limones la mitad de vecinos de la calle, también el pasajero necesitado; gracias a sus cientos de frutos, la jarra nunca está vacía de zumo. Si la diosa Perséfone lo tiene en gracia, alejará los malos vientos de mi árbol, dará calor a sus esbeltas ramas para que acaben de brotar sus flores y vuelvan a llenar de perfume y colorido mi fachada, y poder confiar en que sus deliciosos frutos vuelvan a llenar de exquisito sabor nuestros paladares.

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