Para los que estén en Sevilla, o los que necesiten una excusa para visitarla, tienen una cita ineludible, que no pueden dejar pasar, en el Museo de Bellas artes de Sevilla: la exposición “El joven Murillo” que se expone desde el día 5 de Marzo, hasta el 30 de Mayo de 2010. La muestra –en coproducción con el Museo de Bellas Artes de Bilbao, museo que apuesta por segunda vez por el pintor sevillano- está compuesta de 42 cuadros procedentes de diversos museos del mundo –algunos vistos por primera vez en España-, nos hace un recorrido por la pintura del Murillo primerizo (1640-1655), donde ya aparecen los elementos fundamentales que caracterizarían al definitivo autor barroco.
Esta muestra desbarata la sesgada opinión que se tiene en España –y que algunos post-modernos continúan adjudicándole- de que el artista sevillano solo era un pintor “de estampitas religiosas”. El talento de Murillo no era –aún continúa- asequible para la sociedad anquilosada de la época, y de la que solo recibía encargos para realizar escenas religiosas, la cual, carente de la inteligencia y preparación necesaria para valorar lo que le ponían delante, llegó a aceptar pinturas que se alejaban de los cánones religiosos establecidos. Es una concesión que el autor se pudo permitir en su creación pictórica, aprovechando la incapacidad cultural de sus clientes.
Aún así, la producción religiosa de Murillo, varía ostensiblemente de la mera representación al uso de otros artistas. Nada tiene que ver las vírgenes del sevillano, con el resto de Marías de los demás autores; como en nada se parecen los niños Jesús de éste con los otros; tanto la madre como el niño, están distanciadas de la benignidad que impera en las demás obras, y rebozan una ternura y naturalidad desbordante: son mujeres y niños anónimos de la cotidianidad de la calle, llevados a la magistral impresión del lienzo. Quien observa las vírgenes y los niños Jesús de Murillo, está haciendo una retrospección a la sociedad sevillana del siglo XVII.
Pero donde Murillo desmonta la falsa etiqueta con la que ha sido catalogado por el modernismo español, es en la serie de cuadros que la sagacidad extranjera adquirió, adelantándose cientos de años al reconocimiento que, justamente, se le hace en la actualidad. Murillo demuestra en esta serie de obras que era un autor comprometido –en la medida en que el ambiente y la época lo permitía- con la sociedad que le rodeaba, reflejando magníficas instantáneas del momento que se vivía como son: “El joven mendigo”, “Dos muchachos comiendo melón y uvas”, “Vieja con niño”, “La hilandera” (vista por primera vez en España), “Anciana con gallina”, etc., toda una reproducción magistral de socioeconomía de la España “gloriosa del siglo de oro.”
Merece la pena acercarse a esta exposición que, por no celebrarse en la capital del imperio, no cuenta con la debida publicidad. Todo lo que no ocurre en la corte, no existe. Pero los sevillanos y los amantes del arte en España que se acerquen, verán que ha merecido la pena esperar un tiempo de cola. Porque, maravillosamente, son pocas las veces que se forma cola para un acto de este tipo. Felicitar a los responsables del evento, y animar al director del museo de Bilbao para que, conjuntamente con el de Sevilla, se lleven a cabo estas magníficas muestras.
Esta muestra desbarata la sesgada opinión que se tiene en España –y que algunos post-modernos continúan adjudicándole- de que el artista sevillano solo era un pintor “de estampitas religiosas”. El talento de Murillo no era –aún continúa- asequible para la sociedad anquilosada de la época, y de la que solo recibía encargos para realizar escenas religiosas, la cual, carente de la inteligencia y preparación necesaria para valorar lo que le ponían delante, llegó a aceptar pinturas que se alejaban de los cánones religiosos establecidos. Es una concesión que el autor se pudo permitir en su creación pictórica, aprovechando la incapacidad cultural de sus clientes.
Aún así, la producción religiosa de Murillo, varía ostensiblemente de la mera representación al uso de otros artistas. Nada tiene que ver las vírgenes del sevillano, con el resto de Marías de los demás autores; como en nada se parecen los niños Jesús de éste con los otros; tanto la madre como el niño, están distanciadas de la benignidad que impera en las demás obras, y rebozan una ternura y naturalidad desbordante: son mujeres y niños anónimos de la cotidianidad de la calle, llevados a la magistral impresión del lienzo. Quien observa las vírgenes y los niños Jesús de Murillo, está haciendo una retrospección a la sociedad sevillana del siglo XVII.
Pero donde Murillo desmonta la falsa etiqueta con la que ha sido catalogado por el modernismo español, es en la serie de cuadros que la sagacidad extranjera adquirió, adelantándose cientos de años al reconocimiento que, justamente, se le hace en la actualidad. Murillo demuestra en esta serie de obras que era un autor comprometido –en la medida en que el ambiente y la época lo permitía- con la sociedad que le rodeaba, reflejando magníficas instantáneas del momento que se vivía como son: “El joven mendigo”, “Dos muchachos comiendo melón y uvas”, “Vieja con niño”, “La hilandera” (vista por primera vez en España), “Anciana con gallina”, etc., toda una reproducción magistral de socioeconomía de la España “gloriosa del siglo de oro.”
Merece la pena acercarse a esta exposición que, por no celebrarse en la capital del imperio, no cuenta con la debida publicidad. Todo lo que no ocurre en la corte, no existe. Pero los sevillanos y los amantes del arte en España que se acerquen, verán que ha merecido la pena esperar un tiempo de cola. Porque, maravillosamente, son pocas las veces que se forma cola para un acto de este tipo. Felicitar a los responsables del evento, y animar al director del museo de Bilbao para que, conjuntamente con el de Sevilla, se lleven a cabo estas magníficas muestras.
Una última e importante reseña: una vez más, LA ENTRADA ES GRATUITA para todo el mundo. Que tomen ejemplo los demás museos y monumentos españoles. La gratuitidad de la cultura, es un bien necesario.
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