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sábado, 13 de marzo de 2010

Sevilla en primavera

Llevamos tres meses continuados de lluvias; al fin, desde el martes, nos han dado un respiro y el sol, estimado compañero de viaje en Sevilla, sale a recibirnos con su tibieza inevitable y a mostrarnos su triunfo sobre las frías sombras con las que las pertinaces nubes nos habían cubierto. El campo está radiante, todo lleno de lagunas juguetonas y coquetos prados; el aire huele a limpio, los árboles parecen desentumercese del prolongado invierno y hasta algún pintor renacentista se ha atrevido a darle una capa de azul turquesa al cielo para que brille como solo sabe hacerlo en primaveras. Cada recoveco del paisaje te incita a recordar los Marzos floridos de anteriores años, y una alfombra blanquecina de diminutas margaritas, entremezcladas con flores lilas de borrajas y vivorreas, sintetizan las bondades naturales que nos imprimen la naturaleza, relajan nuestros malhumores cotidianos, y por un rato, nos recuerdan que merece la pena seguir luchando.

El sol pica en los lugares del cuerpo que no van cubiertos; Sevilla tiene estos extremos, igual te hiela un día, como te puede achicharrar el siguiente. Ahora llega la temporada idónea para disfrutar esta provincia, cuando revienta la primavera, paseando por las calles de la ciudad, dejándonos embriagar por el olor de las cientos de flores de azahar que blanquean sus calles, o seducir con la grata visión de las numerosas macetas de claveles reventones y geranios multicolores, que adornan los balcones y las terrazas que nos encontramos. Comienza la temporada de hacer vida social en la calle; parar en El Salvador a tomar un par de cervezas con camarones observando el trasiego pre-cofradiero de la zona y el sutil olor de los primeros inciensos quemados. Desde allí podríamos dirigirnos (el inconfundible olor de su fritura nos guiará) a Blanco Cerrillo a tomarnos una tapa de boquerones en adobos, aunque sea a empujones, para encaminarnos más tarde a la calle Albareda, donde empezaremos la dolorosa faena en la Bodega Góngora con algún caldo de Villanueva del Ariscal y un platito de ortiguillas de Chipiona, pasando más tarde a la acera de enfrente, Casa La Viuda, en la que sirven un bacalao exquisito, y
rematando la faena en la Bodega Barbiana (un trocito de Sanlúcar de Barrameda en Sevilla) donde, acompañado de una buena copa de manzanilla, degustaremos sus exquisitas tortillas de camarones y unas buenas "papas aliñás".

Esta fecha que se avecina, también es ideal para la salida a los alrededores; El Aljarafe está más que justificado, aunque tampoco está mal, darse una vuelta por la sierra norte, donde la implantación de la estación se hace más evidente, y en donde a muchos forasteros les costará creer que están realmente en Andalucía. Tanto en una zona como en otra, es ocasión para degustar las espléndidas carnes de la última matanza, y saborear los nuevos caldos que se pisaron a final de año, comprar productos de la zona y colaborar con las circunstancias para reconciliarnos de nuevo con la vida.

Hágase lo que se haga, lo cierto es que las lluvias nos han dado un respiro a los sevillanos, máxime si observamos las imágenes que nos ofrecen por televisión y comprobar cómo andan otras comunidades. Si Sevilla no existiera, habría que inventarla, por lo tanto, si Dios volviera a crear el mundo, seguro que no dudaría en instalar el Paraíso en ella. Y que me perdonen las demás hermosas aspirantes.






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