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jueves, 25 de noviembre de 2010

Reflexionando sobre el conflicto de las dos Coreas


Que el mundo está loco, es algo que nadie lo puede discutir, y que algunos lo disimulamos mejor que otros, tampoco.
Entre los que llevan su locura a extremos casi paranoicos están las dos Coreas. Desde hace más de cincuenta años mantienen una peligrosa disputa por demostrar quién de los dos está más desequilibrado, aunque, para los estados vasallos del Imperio (EE.UU), el “coco”, “el tío del saco”, “el sacamantecas”, el diablo, el agresor, el peligro, siempre (como opina su Emperador) es la otra Corea, la del Norte, aquella que dejó una espinita clavada en lo más profundo de la soberbia norteamericana, mientras que la otra, la Corea del Sur, es la niña buena, la mosquita muerta, la que mata “a la chita callando”, la del “yo no he sido”, la lacaya, la siempre obediente y dispuesta a que ejecute el amo el derecho de pernada, pero habría que juzgar con toda la imparcialidad que el subjetivismo nos permite, si no es una provocación en toda regla, realizar maniobras militares a tan sólo doce kilómetros del irascible enemigo y que -casi lo puedo asegurar, aunque las agencias informativas lo silencien-, algún que otro misil caería en suelo Norcoreano.

Y, como otras tantas veces, los dueños del mundo (o sea, EE.UU.) se ha apresurado a mandar al lugar del conflicto un portaaviones equipado con la última tecnología que la maquinaria militarista USA produce, con una dotación de más de seis mil hombres, además de amenazar al vecino díscolo, con enviar más tropas en defensa de su colonia, si la ocasión lo requiere.

En una rueda de prensa que el nuevo Emperador Mundial, flamante Premio Nóbel de la Paz realizó, nada más conocerse los sucesos, exigió a China que contuviera al loco del norte, porque si no, él estaba dispuesto a enviar a sus expertos en temas mentales (los marines) para demostrar a todos quién manda en el mundo.

Confiemos en que todo quede en un simple conato, como otras tantas veces ha ocurrido desde que Norteamérica salió de la zona con el rabo entre las piernas, y que la amenaza de la superpotencia de convertir el lugar en un nuevo escenario bélico alejado de sus fronteras, no se produzca. Desgraciadamente, ya son demasiados frentes los que tiene abierto, y por cierto, en ninguno de ellos ha mejorado el binestar social y económico de la población, excusa que siempre ha esgrimido para intervenir bélicamente, estos nuevos salvadores del mundo.

Lo decepcionante es que la medida la toma el Príncipe de la Ilusión, aquel en que todos los progres del mundo veían la reencarnación del nuevo Mesías, al que condecoraron con el Nóbel de la Paz, antes de haber hecho ningún mérito para ello, pero como la misión de los súbditos es hacer la pelota y tener contento al amo, llegaron a la determinación de concedércela aún antes de comenzar a andar. Como el tiempo es el único artífice de la historia, con el transcurrir de éste y el devenir de los acontecimientos, logrará el milagro de colocarnos a cada cual en nuestro sitio.


Que el mundo está loco, es un hecho que nadie puede refutar, como tampoco que EE.UU. no cambiará jamás su política exterior, gobierne quien gobierne; desgraciadamente, en esta empresa, lo que prima son los intereses imperiales.


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