Ayer decidió el comité intergubernamental de la UNESCO (la agencia de la ONU para la educación, la ciencia y la cultura, y como ésta, siempre llega a destiempo a los acontecimientos) declarar el Flamenco ,Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, una distinción que llega un poco tarde, debido a que este arte ha trascendido las fronteras que le vio nacer y es reconocido como un hecho cultural mundialmente.
El índice de popularidad que desarrolló esta iniciativa –en la que además de la Junta de Andalucía, fue respaldada también por las comunidades de Extremadura y Murcia, a las que se sumaron más de treinta mil personas de 60 países diferentes-, son explicativas del éxito alcanzado y nos demuestra que el Flamenco –como ocurre con el jazz, el rock, la música clásica, etc.- es un arte universal reconocido fuera de nuestras fronteras, por ser el medio comunicativo con el que un pueblo expresa sus vivencias personales.
Afortunadamente, el Flamenco hace bastante tiempo que dejó de ser infravalorado y se liberó de las ataduras y la pobreza en la que lo tenía sumergido el “señorito andaluz”, que sólo lo utilizaba para amenizar sus borracheras y sus correrías nocturnas. El cante, el baile, escapó de esa prisión en la que estaba y logró convertirse en una manifestación cultural enormemente reconocida, y en la que sus intérpretes han conquistado la dignidad y el prestigio que se merecían.
Ahora, lo que importa, es que la Junta de Andalucía recupere el tiempo perdido e incluya esta asignatura, con la mayor celeridad posible, en los planes de estudios de nuestra comunidad. No es que pretendamos sacar cientos de cantaores con este intento, pero sí que nuestros niños conozcan quienes fueron y son: Pastora Pavón, Manolo Caracol, Antonio Chacón, Manuel Torre, Manuel Vallejo, Antonio Mairena, Fosforito, José Meneses, etc., y sepan diferenciar entre un fandango y una bulería, o entre una seguiriya y una soleá. Sólo así lograremos que esta cultura que se genera en nuestros pueblos, en nuestros barrios, en nuestras calles, sea accesible al mayor número de personas, para que se consolide cada día más como un producto popular y deje de ser un arte de minorías. Y a los medios de difusión regional pediría que se esmeraran un poco en difundir esta cultura nuestra que tienen relegada al ostracismo, en favor de la música pop, cuando no, por la música “lolailo”, que no es otra cosa que un remedo comercial del flamenco.
Aunque haya llegado tarde este reconocimiento, los andaluces debemos felicitarnos por ello y celebrar la importancia que esta declaración tiene. ¡Enhorabuena a todos!
El índice de popularidad que desarrolló esta iniciativa –en la que además de la Junta de Andalucía, fue respaldada también por las comunidades de Extremadura y Murcia, a las que se sumaron más de treinta mil personas de 60 países diferentes-, son explicativas del éxito alcanzado y nos demuestra que el Flamenco –como ocurre con el jazz, el rock, la música clásica, etc.- es un arte universal reconocido fuera de nuestras fronteras, por ser el medio comunicativo con el que un pueblo expresa sus vivencias personales.
Afortunadamente, el Flamenco hace bastante tiempo que dejó de ser infravalorado y se liberó de las ataduras y la pobreza en la que lo tenía sumergido el “señorito andaluz”, que sólo lo utilizaba para amenizar sus borracheras y sus correrías nocturnas. El cante, el baile, escapó de esa prisión en la que estaba y logró convertirse en una manifestación cultural enormemente reconocida, y en la que sus intérpretes han conquistado la dignidad y el prestigio que se merecían.
Ahora, lo que importa, es que la Junta de Andalucía recupere el tiempo perdido e incluya esta asignatura, con la mayor celeridad posible, en los planes de estudios de nuestra comunidad. No es que pretendamos sacar cientos de cantaores con este intento, pero sí que nuestros niños conozcan quienes fueron y son: Pastora Pavón, Manolo Caracol, Antonio Chacón, Manuel Torre, Manuel Vallejo, Antonio Mairena, Fosforito, José Meneses, etc., y sepan diferenciar entre un fandango y una bulería, o entre una seguiriya y una soleá. Sólo así lograremos que esta cultura que se genera en nuestros pueblos, en nuestros barrios, en nuestras calles, sea accesible al mayor número de personas, para que se consolide cada día más como un producto popular y deje de ser un arte de minorías. Y a los medios de difusión regional pediría que se esmeraran un poco en difundir esta cultura nuestra que tienen relegada al ostracismo, en favor de la música pop, cuando no, por la música “lolailo”, que no es otra cosa que un remedo comercial del flamenco.
Aunque haya llegado tarde este reconocimiento, los andaluces debemos felicitarnos por ello y celebrar la importancia que esta declaración tiene. ¡Enhorabuena a todos!
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