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sábado, 16 de enero de 2010

El combate interminable


La batalla inacabable, al fín, después de tanta lucha, quedó en tablas. Las dos partes combatientes aprovechó la muerte del caudillo de una de ellas - en la apacible paz que proporciona la cama de un hospital- para llegar a un aceptable reparto del botín: los faciosos mantendrían los privilegios que les concedía haberse rebelado contra el orden instituido, así que no sufrirían represalias ni pérdida de conquistas adquiridas. Los otros, los hambrientos de poder, accederían cada cierto tiempo -en justa combinación bipartidista- a dirigir el monipodio, con derecho indiscutible para expoliar el territorio.

Mientras lo jerifaltes acordaban detalladamente las condiciones del acuerdo, la canalla de cada bando se quedaba temerosa y dubitativa, sin saber qué papel jugarían en la nueva situación surgida. Las dos sabían -a diario lo comprobaban en la calle- que lo que había finalizado era una batalla, no la guerra; que, por lo tanto, los cuchillos afilados y las bocas, tendrían que dejarse a mano, por si hicieran falta. En tanto que los que regirán nuestros destinos discuten sus intereses alrededor de una sabrosa comida, la canalla, la de un lado y la de otro, aprovechan para enterrar a sus muertos. Los golpistas, los bendecidos por la iglesia y toda su ristra de santos, dan sepultura al tirano en un gris mausoleo levantado con el dolor de los otros. Los del bando contrario, los fieles a un gobierno, los satanizados por los curas, buscan a los suyos por zanjas rurales y barrancales.

A día de hoy, poco, o nada, ha cambiado. El número de hienas rabiosas ha aumentado considerablemente. La desbandada, buscando el buen acomodo, ha resultado sorprendente. La quema de guerreras, asombrosa. Las chatarrerías, sorprendentemente, llenas de símbolos y corazones. Los siquiatricos, rebozando de enfermos incurrables. Al país lo recorre un fantasma generador de vanidades, de trepadores, de travestismo, de halagadores. Como filosofía que los mantiene, han acuñado el "tánto tienes, tánto vales"; el "hay que reciclarse, abandonar lo antiguo y olvidarse de los ideales", con excelentes ejemplos demostrativos de stalinistas destacados que tiraron el hábito, se descafeinaron, se dieron una buena capa de pintura, y se transformaron en fanáticos socialdemócratas.

Antes se nos presentaban como profetas salvadores, ahora, que ya conquistaron el poder, se muestran como dioses vengativos, incluso emplean términos neomodernos como, patria, honor, nación, tan alejadas de la belleza en que sumergían sus palabras en otros tiempos, que hoy les produce sonrojo recordarlas. Estos traficantes de ideales, estos magos del birla birloque, del donde dije digo, quise decir Diego, en nada se diferencian de los que nos machacaron: ¡su camuflaje evolutivo es de una perfección admirable!

A día de hoy, poco, o nada, ha cambiado. Los insurgentes continúan disfrutando de sus privilegios adquiridos, mientras, nosotros, nos cambiamos las tiritas y buscamos a nuestros muerto en fosas y cunetas. Y lo que es peor: soportando la tiranía de los nuevos caudillos. ¡Qué le vamos a hacer! La canalla española es complacientemente caudillista. Y que me perdonen por decir en voz alta lo que todos sienten.

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