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domingo, 17 de enero de 2010

Rafael Lozano: "¡Bendita familia!" (Microrrelato)


Cada día que pasa está más claro: tengo que acabar pronto mis estudios y abandonar la casa. Me bastará solo con la F.P. y mandaré a paseo mis intenciones de ir a la Facultad. He de salir cuanto antes de esta enfermiza grillera.

En casa casi nunca comemos juntos -a pesar del régimen cuartelario que quiere imponer mi padre- pero mira tú por donde, hoy hemos coincido toda la familia a la mesa. No se para qué; esto agrava más, si aún es posible, la atmósfera irrespirable que sufrimos.

¿Y este, a qué vendrá? Ahí está mi hermano, con veinte años reciencumpliditos: semianalfabeto, drogata y currando en los albañiles desde que se "liberó" de los estudios. Digo "ahí está" por decir algo, porque no es más que la representación alielígena de su sombra. Es un ser sin ente, falto de aliento en su alma, vacío como una nuez vana. Es raro encontrarlo alguna vez por los pasillos; seguro que viene buscando guita para sus vicios.

¿Y la alegría de mi hermana? Nunca abandona esa sonrisa boba. A esta aún la entiendo menos: dieciocho años, no estudia, no trabaja, miembro de la tribu de los canis, solo aspira a coger el mayor número de cogorzas a la semana y a que no la importune más mi padre, exigiendo saber, quién es el responsable de la preñez de su cándida hija. Es asombroso su engallamiento al comunicarnos la buena nueva. Porque ella, además, se siente extremadamente importante con el nuevo papel que representa.

Lo más asombroso es el caso de mi madre. Mírala, ahí está sentada frente a mí; seguro que ni me ve: no sabe, no existe. Es un zombi. Temerosa como es de la actual pandemia de depresiones que últimamente nos asola, se obstina, valerosamente, en no arriesgarse a que cualquier problema la contagie. No es una lucha la que tiene declarada a las contrariedades de la vida, es una auténtica guerra. Curiosa la respuesta que dio a mi padre al conocer lo de mi hermana: "hijo, la niña ya tiene edad y derecho a realizarse". Y se ha quedado tan pancha con la profundidad de su razonamiento. Se ve que progresa adecuadamente en sus clases de autoestima.

Menos mal que todo esto lo arreglará mi padre. Como ha solucionado hasta ahora todas las adversidades de la familia: dando un fuerte golpe sobre la mesa, como hace un rato, y atiborrándonos de frases hechas y de improperios contra la democracia y el materialismo que nos invade, y la necesidad urgente de un líder con un par de cojones que nos haga entrar a todos por el aro. Así es mi padre: contundente y claro. Luego, como todas las tardes, se pasará por la peña a jugar un par de partidas de dominó y a practicar su deporte preferido: despotricar, con el primer incauto que pille, contra el gobierno de turno.

Estoy cansado de esta monotonía. Un día sí y otro no, sopa, y el de en medio también. Mi problema es que sólo tengo doce años y que ya comienzo a creer que el raro soy yo, como ellos dicen. ¡Bendita familia!


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