En la actualidad, entrar a debatir si el PSOE es de izquierda o no, está superado, porque lo esencial en política no es lo que tú digas que eres, sino el comportamiento que tienes. A los que conocemos este partido –y a los pocos militantes de entonces- desde los tiempos de la clandestinidad, no puede sorprendernos en qué se ha convertido con el paso del tiempo. Hoy es refugio de franquistas acomplejados; de “peceros” stanilistas; de reciclados troskistas; de niños y niñas de padres bien, que tuvieron la desgracia de hacerse “progres” y que hoy juegan a ser políticos; de anticomunistas feroces que antes prefieren un pacto con el mismo diablo a rozarse con un “rojo”, etc.
Por eso, a los que ya los conocíamos, no nos pueden extrañar las medidas antisociales y alejadas de ser calificadas de izquierda, que en su día ejecutó Felipe González (recuérdese que tiene el dudoso mérito de haber recibido la primera huelga general de la democracia y la de emplear al estado en la lucha sucia contra ETA) y que si un milagro no lo remedia, Rodríguez Zapatero, pretende superar.
Porque, ¿qué han sido los seis años de este dirigente socialista en el gobierno, si no un combate constante para ser perdonado por el amigo americano; introducirnos en una abstracta sociedad del bienestar, que sólo economías como las nórdicas se pueden permitir, y que en la mayoría de los casos no se cumplen (los famosos 400 euros, la ayuda a la dependencia, etc.); o leyes para contentar a los lobbys que le rodean ( homosexuales y lesbianas, titiriteros y músicos acabados que pretenden seguir chupando del bote)?
Pero, parece ser, que no satisfecho con el bagaje de desaciertos que acumula, ahora nos amenaza con llevar a efecto lo que durante tanto tiempo nos decían que realizaría la derecha: acabar con las pensiones. Estos acomplejados dirigentes de izquierdas que, cuando toman medidas de gobierno, siempre están más pendiente de la aprobación de los sectores conservadores, que de la población que dicen defender, toman decisiones que jamás se atreverían a ejecutar gobiernos del PP, temiéndose lo que se les vendría encima. Medidas como las que quiere implantar Zapatero (aumentar la edad de jubilación en dos años más, incrementar el tiempo de cotización a la Seguridad Social para tener derecho a percibirla y la negativa a conceder la paga de viudedad al cónyuge cuando el matrimonio no haya tenido hijos, (como si ésta fuese un generoso regalo del gobierno y no un derecho consolidado por el trabajador para el disfrute del compañero en su ausencia), convierten la responsabilidad de votarlos, en un acto temerario que ninguna persona responsable debería cometer.
Debatir en estos momentos si el PSOE es un partido de izquierdas, después de la trayectoria que ha tenido en las responsabilidades de gobierno en que ha estado, es adentrarnos más en el difuso concepto de las teorías, cuando lo que importa más, para el ciudadano que diariamente se levanta para trabajar (si posee este “lujo” ) son las leyes y actuaciones que este partido, a través de su ejecutivo, emprende. El debate está finiquitado: el partido no existe como fuerza de creación de ideas; está al servicio del dirigente de turno (cabeza visible de una de las muchas familias que alberga) para llevarlos al poder y evitar su deterioro. Hoy el partido no manda nada en el gobierno, es el mismo gobierno quien marca las directrices del partido y, como dijo en una ocasión el populista Alfonso Guerra: “el que se mueve, no sale en la foto”; y bien aprendido que se lo tienen los inquietos inconformistas del PCE y del troskismo que hoy babean silenciosos, dentro de él. La reunión de la ejecutiva, ayer sábado, es una muestra más del daño que causa a la credibilidad de la política española, el apoyo, por unanimidad, que recibió la propuesta de Zapatero. El caso es intentar seguir comiendo del pesebre, aunque en el camino dejes tirados el honor y la ideología, suponiendo que posean alguna de ellas.
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