Los sindicatos se echan a la calle. No los moviliza ni la justicia de la demanda que reivindican, ni la defensa de la clase trabajadora que dicen representar, ni siquiera, la vergüenza que debieran sentir por llevar dos años de feroz crisis callados, sin ninguna reacción ante el gran incremento de parados que padece el país. No seamos optimistas y creamos que, al fin, han recobrado la cordura. Nada más alejado de la realidad. Los sindicatos se lanzan a la calle impulsados por la pérdida de prestigio que están adquiriendo, temerosos de que la poca influencia que tienen sobre los trabajadores desaparezca; porque ese es el riesgo que tiene convertirse en “sindicatos oficialistas”, siempre al servicio del gobierno de turno que les mantenga el nivel de ingresos y las prebendas que las simples cuotas de afiliados no les permitiría.
La historia del sindicalismo –al menos en España- nunca ha estado sobrado de buena fama. Durante los años finales del franquismo siempre hubo un fuerte debate sobre el modelo de sindicalismo que se implantaría cuando llegara la democracia, y la verdad es que no hubo mucho acuerdo, pues ya, en aquel entonces, cuando tan fácil era coincidir, teníamos enormes divergencias. Estaban lo dos grandes, CC.OO. y UGT, controlados por dos partidos, el PCE y el PSOE, aunque en el caso de Comisiones convergían sectores comunistas de partidos a la izquierda del PCE, cristianos de bases e independientes, cosa que no ocurría en la UGT, convertida desde hacía mucho tiempo en correa de transmisión del partido.
La actividad sindical nunca fue bien vista en los sectores izquierdista, debido al carácter economicista y poco revolucionario que entrañaba; el sindicalismo, de siempre, nunca se ha planteado el cambio de las estructuras sociales, sólo mejorarlas y, como mucho, hacerlas mas aceptables; además, ya desde entonces, la mayoría de dirigentes sindicales que se conocían marcaban una pauta bien definida del burócrata oficial que reconocíamos en los funcionarios del sindicato vertical franquista, con lo que a muchos nos producía bastante repelús la actividad sindical y sólo la tocábamos de paso, dejándola en manos de aquellos que nacieron para ella.
Aquí no entro a cuestionar la labor de UGT, ya que es un sindicato afín al partido y al servicio de él, aunque Nicolás Redondo tuvo la suficiente dignidad y el compromiso histórico, como para plantarse ante el desenfreno derechista de Felipe González, y hacerle una huelga general. Lo que de verdad me inquieta es la actitud de CC.OO. que, desde la salida de Marcelino Camacho, todos sus continuadores en la secretaría general se han precipitado en una cuesta abajo, donde el afán de protagonismo y el desmedido intento de querer seguir manteniendo los ingresos gubernamentales, lo están convirtiendo en un movimiento regresivo y antisocial, lejos de los intereses reivindicativos de los trabajadores.
Así que cuidado. Esta semana se echan a la calle, no a contradecir a Zapatero ni a cuestionar los recortes que quiere introducir en el mundo del trabajo, ni a responsabilizarlo de la culpa que tenga en esta tragedia del paro que está llevando a miles de trabajadores al submundo del desempleo. Que no nos engañen. Los sindicatos salen a la calle porque ven que el intento de paralización social, después de los cuatro millones y medio de parados, la subida de impuestos, los recortes en prestaciones sociales, etc., es bastante descarado y cuesta mucho trabajo mantenerlo; por eso, en un gesto bastante torpe por complacer al mundo del trabajo, y con el beneplácito del presidente del gobierno, (que quede claro, esta movilización la hacen con su consentimiento) sacan a la calle a los desesperados de España, para que se desahoguen un rato y puedan aguantar otros dos años calladitos y quietos.
La historia del sindicalismo –al menos en España- nunca ha estado sobrado de buena fama. Durante los años finales del franquismo siempre hubo un fuerte debate sobre el modelo de sindicalismo que se implantaría cuando llegara la democracia, y la verdad es que no hubo mucho acuerdo, pues ya, en aquel entonces, cuando tan fácil era coincidir, teníamos enormes divergencias. Estaban lo dos grandes, CC.OO. y UGT, controlados por dos partidos, el PCE y el PSOE, aunque en el caso de Comisiones convergían sectores comunistas de partidos a la izquierda del PCE, cristianos de bases e independientes, cosa que no ocurría en la UGT, convertida desde hacía mucho tiempo en correa de transmisión del partido.
La actividad sindical nunca fue bien vista en los sectores izquierdista, debido al carácter economicista y poco revolucionario que entrañaba; el sindicalismo, de siempre, nunca se ha planteado el cambio de las estructuras sociales, sólo mejorarlas y, como mucho, hacerlas mas aceptables; además, ya desde entonces, la mayoría de dirigentes sindicales que se conocían marcaban una pauta bien definida del burócrata oficial que reconocíamos en los funcionarios del sindicato vertical franquista, con lo que a muchos nos producía bastante repelús la actividad sindical y sólo la tocábamos de paso, dejándola en manos de aquellos que nacieron para ella.
Aquí no entro a cuestionar la labor de UGT, ya que es un sindicato afín al partido y al servicio de él, aunque Nicolás Redondo tuvo la suficiente dignidad y el compromiso histórico, como para plantarse ante el desenfreno derechista de Felipe González, y hacerle una huelga general. Lo que de verdad me inquieta es la actitud de CC.OO. que, desde la salida de Marcelino Camacho, todos sus continuadores en la secretaría general se han precipitado en una cuesta abajo, donde el afán de protagonismo y el desmedido intento de querer seguir manteniendo los ingresos gubernamentales, lo están convirtiendo en un movimiento regresivo y antisocial, lejos de los intereses reivindicativos de los trabajadores.
Así que cuidado. Esta semana se echan a la calle, no a contradecir a Zapatero ni a cuestionar los recortes que quiere introducir en el mundo del trabajo, ni a responsabilizarlo de la culpa que tenga en esta tragedia del paro que está llevando a miles de trabajadores al submundo del desempleo. Que no nos engañen. Los sindicatos salen a la calle porque ven que el intento de paralización social, después de los cuatro millones y medio de parados, la subida de impuestos, los recortes en prestaciones sociales, etc., es bastante descarado y cuesta mucho trabajo mantenerlo; por eso, en un gesto bastante torpe por complacer al mundo del trabajo, y con el beneplácito del presidente del gobierno, (que quede claro, esta movilización la hacen con su consentimiento) sacan a la calle a los desesperados de España, para que se desahoguen un rato y puedan aguantar otros dos años calladitos y quietos.
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