En Haití vuelve a llover sobre mojado. Las desgracias, como el asaltante, esperan paciente a la vuelta de la esquina. Uno desconfía, por las mañanas, oír las noticias de la radio o abrir el periódico tempranero, por temor a encontrarse noticias que hagan más amarga el concepto que sobre el ser humano tengo.
Ayer fue uno de esos momentos. Enfrascados como estamos en la refriega de las pensiones, de la presencia o no de Obama en el fiestorro que Zapatero pensaba organizar en España a cuenta del semestre europeo, del debate futbolero de si Rajoy, por fin, vencerá en las próximas elecciones, etc., aparece, en pequeño, la noticia carroñera del día: el secuestro de 33 niños haitianos, por una ONG norteamericana, que los trasladaban a EE.UU. para ser "ofertados" a familias que ya se lo tenían encargado. ¡Uuuuffff! Respiro hondo, trago saliva y me pongo a escribir algo sobre el tema. ¡Ahora, qué puedo decir en un post, cómodamente sentado en el patio de la casa, que no se convierta en simple lamentación de plañideras! Pero, a riesgo de equivocarme, no puedo estar callado, y prosigo.
La Unicef ya nos venía alertando de este peligro hace tiempo, pero inmediatamente tuvo que rectificar en sus declaraciones -seguramente, "aconsejados" por los que controlan el cotarro mundial- ante el malestar social que la noticia había causado. También se temía por la expoliación de riquezas culturales y arquitectónicas de este país (como ya pasara con Irak), o la cantidad de vuelos que han llegado, cargado de personas que venían a hacerse fotografías, etc., semejantes actitudes nos demuestran que, algunas personas, estamos perdidas y no tenemos remedio. Traficar con seres humanos parecía un mal del pasado, que creíamos enterrado hace ya bastante tiempo, pero que actualmente, por lo que se ve en Haití, Suramérica y algunas ex-repúblicas soviéticas, parece que vuelve a florecer; antes era por la necesidad de esclavos que trabajaran las tierras de los más ricos, ahora, para cubrir el vacío de familias adineradas que no están satisfechas sólo con la pareja de chuchos.
Para causar dolor, el hombre es la máquina mejor dotada. ¡Se ve a las claras que fuimos hechos a imagen y semejanza del creador! Cuando nos ponemos en marcha, nada nos detiene, somos el ser más destructivo que pisa la tierra, y, ni siquiera la miseria, el dolor de una población, la desesperanza que les espera, espanta a estos buitres (y que me perdonen los emplumados) a darse el festín diario entre tanta desgracia. Que Haití nos perdone y estimen doble el valor y el esfuerzo de las otras personas que verdaderamente están entregadas en su causa. Los demás nos seguiremos levantado, cómodamente, todas las mañanas, oíremos la radio, abriremos el peródico, escribiremos un post lastimero y, por la noche, nuévamente acostarnos.
Ayer fue uno de esos momentos. Enfrascados como estamos en la refriega de las pensiones, de la presencia o no de Obama en el fiestorro que Zapatero pensaba organizar en España a cuenta del semestre europeo, del debate futbolero de si Rajoy, por fin, vencerá en las próximas elecciones, etc., aparece, en pequeño, la noticia carroñera del día: el secuestro de 33 niños haitianos, por una ONG norteamericana, que los trasladaban a EE.UU. para ser "ofertados" a familias que ya se lo tenían encargado. ¡Uuuuffff! Respiro hondo, trago saliva y me pongo a escribir algo sobre el tema. ¡Ahora, qué puedo decir en un post, cómodamente sentado en el patio de la casa, que no se convierta en simple lamentación de plañideras! Pero, a riesgo de equivocarme, no puedo estar callado, y prosigo.
La Unicef ya nos venía alertando de este peligro hace tiempo, pero inmediatamente tuvo que rectificar en sus declaraciones -seguramente, "aconsejados" por los que controlan el cotarro mundial- ante el malestar social que la noticia había causado. También se temía por la expoliación de riquezas culturales y arquitectónicas de este país (como ya pasara con Irak), o la cantidad de vuelos que han llegado, cargado de personas que venían a hacerse fotografías, etc., semejantes actitudes nos demuestran que, algunas personas, estamos perdidas y no tenemos remedio. Traficar con seres humanos parecía un mal del pasado, que creíamos enterrado hace ya bastante tiempo, pero que actualmente, por lo que se ve en Haití, Suramérica y algunas ex-repúblicas soviéticas, parece que vuelve a florecer; antes era por la necesidad de esclavos que trabajaran las tierras de los más ricos, ahora, para cubrir el vacío de familias adineradas que no están satisfechas sólo con la pareja de chuchos.
Para causar dolor, el hombre es la máquina mejor dotada. ¡Se ve a las claras que fuimos hechos a imagen y semejanza del creador! Cuando nos ponemos en marcha, nada nos detiene, somos el ser más destructivo que pisa la tierra, y, ni siquiera la miseria, el dolor de una población, la desesperanza que les espera, espanta a estos buitres (y que me perdonen los emplumados) a darse el festín diario entre tanta desgracia. Que Haití nos perdone y estimen doble el valor y el esfuerzo de las otras personas que verdaderamente están entregadas en su causa. Los demás nos seguiremos levantado, cómodamente, todas las mañanas, oíremos la radio, abriremos el peródico, escribiremos un post lastimero y, por la noche, nuévamente acostarnos.
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