Andalucía, por lo que se ve, está condenada a sufrir hasta los últimos días de su existencia, la plaga de “sus señoritos”. Si no nos bastaban con los clásicos que, desde hace quinientos años, han recorrido nuestras tierras con los mismos efectos devastadores que las plagas de langostas sobre Egipto, ahora, desde hace tres décadas, ha surgido una nueva, al amparo de la política, aún más agresiva y dañina que la otra, pues tienen todos los elementos audaces que conllevan la juventud y el descaro que les proporciona el sentirse protegidos por el partido y la “compresión” de los respectivos compañeros.
“Por sus hechos los conoceréis”, sentenciaba el evangelio, y esta sentencia es la que hay que aplicar a la actitud que practican un elevado número de miembros del partido socialista en la comunidad. Su carrera desenfrenada por mimetizar a los caciques que desde la invasión castellana hemos tenido que padecer, les ha hecho perder la cabeza y no se paran ante cualquier dificultad para lograr su objetivo. Relatar el largo número de casos que ha salido a la superficie en los años que llevan de gobierno es una labor algo tediosa, cuando ya es bien conocida por la opinión pública a través de los medios de comunicación. El caso que me incita a escribir es un nuevo acto de utilización del poder que se ha producido en el entorno del Ayuntamiento de Sevilla (los últimos meses le crecen los enanos: cobros de comisiones ilegales –los famosos maletines- a empresarios, venta de los terrenos de Merca-Sevilla a una empresa “amiga”, etc.): la adjudicación en el año 2006 de una caseta de feria, de propiedad pública, para el concejal socialista de este ayuntamiento, Alfonso Mir y de la que se han beneficiado el futurible nuevo alcalde de la ciudad, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, y otros muchos dirigentes del partido.
Para los que no son de la ciudad y, por lo tanto, desconocen las dificultades que entrañan ser titular de una de estas casetas de feria (hay personas y entidades que llevan solicitándola más de 25 años), el caso les puede resultar banal, pero para los nacidos aquí, sabemos de la “importancia social” que proporciona ser poseedor de una de ellas, y por lo tanto, a estos “nuevos señoritos” sevillanos, su soberbia social, su alejamiento de los principios éticos que, en teoría, debieran defender, su implacable lucha por rivalizar con los señoritos de viejo cuño, no les permite esperar tantísimos años para poder disfrutar del nuevo escalafón social que disfrutan. En una sociedad simplista y vacía de contenidos éticos y morales como la actual, donde lo que más se valora es “el tanto tiene, tanto vales”, el acceso descarado de individuos a la política y a las parcelas de gobierno para lograr escalar posiciones económicas y sociales que no lograrían fácilmente a través de sus profesiones, han convertido la actividad del político, en un trampolín perfecto para la consecución de sus objetivos.
Actitudes como estas, están convirtiendo la política española en un lodazal, sólo apta para desenvolverse individuos sin principios ni escrúpulos morales, a los que les da igual la situación de crisis que padece el país, ni les importa, –aunque luego en las elecciones ejerzan de “rojos”- lo mal que lo estén pasado miles de trabajadores y desempleados españoles. Ellos sólo están pendientes de su bienestar personal y de las posibilidades económicas y sociales que les brinda el puesto que desempeñan, insaciables siempre en los límites de sus pretensiones, sin detenerse a pensar, lo más mínimo, si en sus intentos devoradores derriban el edificio utópico de la sociedad igualitaria. Pertenecen a una nueva élite que más que caminar, levitan, felices, sobre nuestras cabezas.
“Por sus hechos los conoceréis”, sentenciaba el evangelio, y esta sentencia es la que hay que aplicar a la actitud que practican un elevado número de miembros del partido socialista en la comunidad. Su carrera desenfrenada por mimetizar a los caciques que desde la invasión castellana hemos tenido que padecer, les ha hecho perder la cabeza y no se paran ante cualquier dificultad para lograr su objetivo. Relatar el largo número de casos que ha salido a la superficie en los años que llevan de gobierno es una labor algo tediosa, cuando ya es bien conocida por la opinión pública a través de los medios de comunicación. El caso que me incita a escribir es un nuevo acto de utilización del poder que se ha producido en el entorno del Ayuntamiento de Sevilla (los últimos meses le crecen los enanos: cobros de comisiones ilegales –los famosos maletines- a empresarios, venta de los terrenos de Merca-Sevilla a una empresa “amiga”, etc.): la adjudicación en el año 2006 de una caseta de feria, de propiedad pública, para el concejal socialista de este ayuntamiento, Alfonso Mir y de la que se han beneficiado el futurible nuevo alcalde de la ciudad, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, y otros muchos dirigentes del partido.
Para los que no son de la ciudad y, por lo tanto, desconocen las dificultades que entrañan ser titular de una de estas casetas de feria (hay personas y entidades que llevan solicitándola más de 25 años), el caso les puede resultar banal, pero para los nacidos aquí, sabemos de la “importancia social” que proporciona ser poseedor de una de ellas, y por lo tanto, a estos “nuevos señoritos” sevillanos, su soberbia social, su alejamiento de los principios éticos que, en teoría, debieran defender, su implacable lucha por rivalizar con los señoritos de viejo cuño, no les permite esperar tantísimos años para poder disfrutar del nuevo escalafón social que disfrutan. En una sociedad simplista y vacía de contenidos éticos y morales como la actual, donde lo que más se valora es “el tanto tiene, tanto vales”, el acceso descarado de individuos a la política y a las parcelas de gobierno para lograr escalar posiciones económicas y sociales que no lograrían fácilmente a través de sus profesiones, han convertido la actividad del político, en un trampolín perfecto para la consecución de sus objetivos.
Actitudes como estas, están convirtiendo la política española en un lodazal, sólo apta para desenvolverse individuos sin principios ni escrúpulos morales, a los que les da igual la situación de crisis que padece el país, ni les importa, –aunque luego en las elecciones ejerzan de “rojos”- lo mal que lo estén pasado miles de trabajadores y desempleados españoles. Ellos sólo están pendientes de su bienestar personal y de las posibilidades económicas y sociales que les brinda el puesto que desempeñan, insaciables siempre en los límites de sus pretensiones, sin detenerse a pensar, lo más mínimo, si en sus intentos devoradores derriban el edificio utópico de la sociedad igualitaria. Pertenecen a una nueva élite que más que caminar, levitan, felices, sobre nuestras cabezas.
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