Como a la mayoría de los mortales, a este que está detrás de la pantalla, también le apetece, de vez en cuando, hacer un alto en el camino, procesar datos y, una vez elaborados, archivarlos. También le encanta detenerse, cuando asciende por una empinada escalera de caracol, y acercarse a contemplar la distancia que le separa del suelo, peldaño a peldaño, vuelta tras vuelta, sin apenas esfuerzo. Siempre he tenido presente en mi vida el símil de la escalera con el acontecer diario de nosotros: los días, no son más que los pequeños peldaños de mármol que pisamos cotidianamente y que los pasamos sin apenas enterarnos; los años, son un descansillo para el largo trecho, y donde, por toda lógica, deberíamos detenernos a tomar aliento.
No es verdad que sea muy estricto en el cumplimiento de esta norma; quizás, como le ocurrirá a la mayoría de vosotros, recurro a ella en momentos de dificultades o intranscendentes, pero nunca en el momento programado. La buhardilla de la casa suele ser el lugar elegido para este cometido; ella se presta con su espacio elevado, su destino final de todo cachivache descartado, su utilización como papelera provisional de todo papel, revista, folleto, catálogo o libro que no encuentran alojo abajo; ella es, repito, el santuario pagano donde me refugio para esta actividad. Allí, clavado de rodillas, cual si de una prosternación se tratase, o sentado en una banqueta, ejerzo la afición de rebuscar entre los montones de cajas apiladas, secuencias de mi ayer que quedaron archivadas en esta serie de objetos, y que, de vez en cuando, suplen la ingratitud que contra nosotros ejerce la memoria.
Y fue en una de estas cajas donde encontré tan valioso recuerdo: dos páginas –no recuerdo si eran centrales o no- de la revista semanal de “El País”, no sé exactamente de qué mes; sería, tal vez, por abril de 1991. Lo que puedo asegurar es que formaba parte de una publicidad sobre algo de fotocopiadoras, en la que incluían todas las semanas una historieta o alguna leyenda, y cual no fue mi sorpresa y satisfacción al leer la de ese día. Hoy, recalando en los recuerdos que este hallazgo me reporta, paso a transcribírsela a ustedes:
LA LEYENDAHace años, en un lejano país, había un rey
que amaba las flores.
Un día llegó a palacio un viajero que le habló de un jardín
tan bello que no podía describirse con palabras.
El Monarca, que buscaba la perfección por encima de todo,
pensó que nunca sería feliz si no contemplaba ese jardín
con sus propios ojos.
Así, pues, decidió ir a visitarlo y envió mensajeros para que
anunciaran su próxima llegada.
El jardinero, hombre humilde y sabio, no se consideró
merecedor de tal honor aunque, por amor a su Rey, preparó el jardín
para que pudiera ser digno de tan alto personaje.
El día señalado se levantó antes de amanecer y cortó todas las flores
excepto una, la más perfecta.
El Rey, al llegar, se postró ante la única flor
de todo el jardín y, demostrando su gran sabiduría,
lloró de felicidad y le dijo al jardinero:
“Tú sabes que en una sola flor está
la perfección de todas las flores, realmente eres
el más grande jardinero de todo mi reino.”
(No puedo deciros de quien es el texto. La revista también lo omitía.)
No es verdad que sea muy estricto en el cumplimiento de esta norma; quizás, como le ocurrirá a la mayoría de vosotros, recurro a ella en momentos de dificultades o intranscendentes, pero nunca en el momento programado. La buhardilla de la casa suele ser el lugar elegido para este cometido; ella se presta con su espacio elevado, su destino final de todo cachivache descartado, su utilización como papelera provisional de todo papel, revista, folleto, catálogo o libro que no encuentran alojo abajo; ella es, repito, el santuario pagano donde me refugio para esta actividad. Allí, clavado de rodillas, cual si de una prosternación se tratase, o sentado en una banqueta, ejerzo la afición de rebuscar entre los montones de cajas apiladas, secuencias de mi ayer que quedaron archivadas en esta serie de objetos, y que, de vez en cuando, suplen la ingratitud que contra nosotros ejerce la memoria.
Y fue en una de estas cajas donde encontré tan valioso recuerdo: dos páginas –no recuerdo si eran centrales o no- de la revista semanal de “El País”, no sé exactamente de qué mes; sería, tal vez, por abril de 1991. Lo que puedo asegurar es que formaba parte de una publicidad sobre algo de fotocopiadoras, en la que incluían todas las semanas una historieta o alguna leyenda, y cual no fue mi sorpresa y satisfacción al leer la de ese día. Hoy, recalando en los recuerdos que este hallazgo me reporta, paso a transcribírsela a ustedes:
LA LEYENDAHace años, en un lejano país, había un rey
que amaba las flores.
Un día llegó a palacio un viajero que le habló de un jardín
tan bello que no podía describirse con palabras.
El Monarca, que buscaba la perfección por encima de todo,
pensó que nunca sería feliz si no contemplaba ese jardín
con sus propios ojos.
Así, pues, decidió ir a visitarlo y envió mensajeros para que
anunciaran su próxima llegada.
El jardinero, hombre humilde y sabio, no se consideró
merecedor de tal honor aunque, por amor a su Rey, preparó el jardín
para que pudiera ser digno de tan alto personaje.
El día señalado se levantó antes de amanecer y cortó todas las flores
excepto una, la más perfecta.
El Rey, al llegar, se postró ante la única flor
de todo el jardín y, demostrando su gran sabiduría,
lloró de felicidad y le dijo al jardinero:
“Tú sabes que en una sola flor está
la perfección de todas las flores, realmente eres
el más grande jardinero de todo mi reino.”
(No puedo deciros de quien es el texto. La revista también lo omitía.)
Hola manuel, no termino de entenderlo,
ResponderEliminarsaludos,
Saludos, Miguel Angel, qué es lo que no entiendes, la leyenda? Lo que yo capto es que puedes estar rodeado de cosas y personas extraordinarias, pero lo difícil para el ser humano, es saber diferenciar cual de esas cosas, o quién de esas personas es VERDADERAMENTE la diferente y, PARA TI, la más valiosa. A veces resulta que llevas toda la vida buscando afanosamnete y resulta que es la que tienes desde hace mucho tiempo al lado. Hay un pasaje en El Principito donde el autor también hace mención a este caso, te recomiendo que le eches un vistazo. Un fuerte saludo.
ResponderEliminarPues si que es verdad, que dificil es saber diferenciar eso.
ResponderEliminarSaludos
Hola de nuevo Miguel Angel, ahí te dejo un enlace para que le eches una ojeada al capítulo XX y XXI de El Principito, no tiene desperdicio.
ResponderEliminarSaludos.
http://www.agirregabiria.net/Principito/20.html