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martes, 2 de febrero de 2010

Lo esencial es invisible a los ojos

El amor, como el valor, se supone. En una sociedad, hipócrita, como en la que vivimos, el comportamiento que reflejamos las personas de cara al resto de los mortales, no deja de encerrar una sospecha de duda, porque, como los personajes de Pirandello, todos somos grandes actores en busca de autor. El amor, repito, como la bondad, o se trae de fábrica, o todo intento para suplantarlo está destinado al fracaso.

El amor, es como la misma respiración, como el rutinario parpadeo; se desarrolla por sí mismo, sin que nada ni nadie lo obligue. Sólo está sujeto a los mandatos que le dicte el contrario, a las necesidades de afecto que solicita, calladamente, el otro. El amor no improvisa, ni se disfraza, ni juguetea; es un sentimiento cercano, y a la vez desconocido, que algunos tratan de manipular a su antojo, por conveniencias, o tal vez por saber de su carencia.


La lucha que mantenemos la humanidad por poseer todo aquello que nos empecinamos en destruir, en el mejor de los casos, raya el idiotismo. Te encuentras por la vida a personajes que son, de naturaleza, completamente irrespetuosos con los sentimientos de los demás, utilizando, sólo para su servicio, la demanda de cariño que ésta solicita, sin importarles, el día que creen conveniente, el dolor que pueden producirle.
Este espécimen es el denominado "homus" sensible y cariñoso, pues uno de los rasgos exteriores que más les caracterizan, es su facilidad para soplar en el oído a su pareja bellas palabras, transmitirle delicados arrumacos y sustanciosos ósculos, hasta transportarlas, momentáneamente, al paraíso de Afrodita. Por el contrario, la otra especie, el "homus" imposibilitado, los que aman y no se atreven, o no saben, o no pueden, hacérselo saber al de enfrente si no es con la cotidianidad, con la sincera entrega, cargan con el sambenito de poco románticos, fríos, apáticos e inexpresivos, aunque a la hora de la verdad lo tengas, siempre, pendiente de lo que tu boca pida y tus ojos deseen.
En el amor, como en la vida misma, damos más importancia a las apariencias que a las realidades verdaderas, y preferimos tener a nuestro lado al mal actor que nos divierte con su comedia, que al desprendido y apocado doliente.



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