En una sociedad como la española, donde casi toda la población está adscrita a algo (partido político, sindicato, asociación empresarial, hermandad, club de fútbol, etc.), encontrar elementos antisociales, como este que suscribe, que no se les ponga la carne de gallina al oír un himno, ni les lagrimeen los ojos ante banderas, ni tampoco les apriete un fuerte pellizco en el estómago oyendo encendidos discursos, etc., pasan a engrosar la lista del “homus raris” que los investigadores del mundo, afanosamente buscan, por todo el orbe.
En la actualidad, ser independiente y, lo que importa más, ejercer como tal, es una actividad harto peligroso para desarrollarla en esta sociedad de clanes en la que vivimos. Hoy, pasearse por la calle sin llevar enfundada la vestimenta de un equipo conlleva grandes riesgos que la mayoría de ciudadanos no están dispuestos a afrontar. Ser independiente, y, repito, ejercer, te expone a ser calificado por todo aquel que esgrime su carné, como si de una espada se tratase, de la manera más absurda. Los del PSOE te llamarán, santiguándose antes, para espantar el mal “vahío”, comunista; los de IU, troskista, anarquista o fascista, que estos, para intentar ofender, lo mismo les da uno que otro término; y los del PP, sociata o comunista, o lo que les venga en ganas en ese instante.
Ejercer de independiente te permite la libertad de no comulgar con ruedas de molinos; también la tranquilidad de poderte ir diariamente a la cama, sin el temor a levantarte a la mañana siguiente destituido; a votar a quien creas, o mejor, a quien te apetezca; a tirar, si te parece bien, la papeleta electoral al cesto y darte el gustazo, aunque sólo ese día, de cabrearles con tu abstención. Ejercer de independiente te embarca en un mundo de afiladas aristas, donde no tienes cabida, y en el que, para todo el mundo, eres sospechoso. Estar cerca de él produce urticaria moral, remordimientos personales, una sensación de malestar harto incómoda, a la que ninguna persona de bien se arriesga. Ir por libre en la vida levanta muchos recelos, sobre todo, en el mundo autodenominado de izquierdas: no hay nada más molesto para estos personajes, que tener a su lado a un individuo que ha logrado esquivar el marcaje partidista, y no haya muerto en el intento; lo normal era, que todo el que salía de la influencia de la secta, acabara perdiendo el norte y terminara “colgao”, pasota, futbolero, o apolítico (¡cómo odio este término tan poco descriptivo!), etc.
El “homus raris” es una especie en peligro de extinción; cada vez se cotiza más alto su cabeza. Es un trofeo singularemente deseado, envidiado, que enloquece a los coleccionistas; por ese motivo, es arriesgado mostrarse en las reuniones de las Asociaciones de Vecinos; en las asambleas de trabajo; en las reuniones “independientes” de colectivos ciudadanos. Toda aparición entraña gran peligro. Si no comulgas con algunas de las tendencia, estas destinado al fracaso, y lo que aun mucho peor, a ser cazado. Es complicada y fatigosa la vida de este espécimen, pero con el paso de los días, uno se va acostumbrando, las dificultades se transforman en rutina y, cuando vienes a darte cuenta, has cumplido 56 años, sano y salvo.
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