Bandera y escudo de Andalucía
Blas Infante, padre de la patria andaluza
Cuando los actos de protestas y las movilizaciones reivindicativas son asumidas –y lo que es aún peor, dirigidas- por los estamentos oficiales, éstas acciones comienzan a perder la esencia primaria que las motivaba, y se transforman en auténticas verbenas gubernamentales, donde la ocasión de poder exigir la reparación de injusticias históricas contra la comunidad, queda acallada por el discurso vacío y las actividades folklóricas.
El primer paso que se dio en este camino para silenciar el clamor de los andaluces en sus demandas de reconocimiento del pasado histórico, fue la de cambiar la fecha del 4 de Diciembre (más combativa), que era la habitual, por la del 28-F, (más festiva.) Y no es de extrañar esta determinación, porque ¿qué actitud se puede esperar de personajes que, en los años 70, se mofaban de la bandera en la que hoy se envuelven, y a la que, en tono de burla, llamaban “la bandera del Betis” (palabras de Alfonso Guerra, busquen en las hemerotecas) y, al padre de la patria, Blas Infante, “ese moro negro”, (también de la cosecha de Alfonsito, que siempre fue de lengua rápida y viperina)?
En la actualidad, el carácter reivindicativo que en su día tuvo esta fecha se ha ido difuminando, ocultándola en una celebración oficialista en la que los socialistas jamás han creído, recayendo la labor de denuncia en manos de sectores que poca o ninguna influencia tienen sobre la sociedad, ni fácil el acceso a los medios de comunicación. Realidades como la del subdesarrollo económico de la región (26% de tasa de desempleo, la segunda más alta del estado); el fracaso escolar por falta de inversiones en esta materia (la segunda más baja); la carencia de industrias, haciendo depender la economía sólo del turismo y la agricultura, dos sectores en visible retroceso; la deficiente sanidad (aunque seamos noticias, de vez en cuando, de maravillosos transplantes, la gente se sigue muriendo aquí de un simple resfriado), hacen que las motivaciones por las que salíamos a la calle los 4 de diciembre, aún sigan estando vigentes. Se cumplen ahora 30 años de autonomía y Andalucía continúa estando en el furgón de cola del país, el mismo sitio que ocupábamos antes de acceder a ella. Queda claro que lo que se pretende con festividades como estas es que el pueblo andaluz se acostumbre al hecho lúdico y se adormezca en su actitud reivindicativa, para que no se percate de las desigualdades que, frente a otras comunidades históricas del estado, tenemos.
Andalucía aún tiene pendiente su reconocimiento histórico a nivel de estado, y de que los propios andaluces, de una maldita vez, nos lo creamos. La cultura milenaria de esta comunidad ha sido obviada por el centralismo madrileño, mientras tenía las competencias, y sigue siendo arrinconada, por la autonómica. Culturas como la tartésica, fueron incluidas por los historiadores al uso, como de ibérica, cuando no, por fenicia, creando un revoltijo histórico con el único propósito de usurparnos la importancia y el esplendor que un reino andaluz como el de Argantonio tuvo en el siglo VI a.C.
También es hora de acabar con la falsa leyenda que recae sobre Al-Andalus. Ni eran árabes los habitantes de estas tierras, ni los invasores reconquistaban nada. Fue una agresión, disfrazada de guerra religiosa, de todas las fuerzas interesadas de Europa, para apoderarse de las riquezas y los adelantos que poseía este reino. Que quede claro. Aquello fue un saqueo en toda regla y, desde entonces, Andalucía no ha vuelto a levantar la cabeza, teniendo a este territorio durante más de 500 años en una situación de esclavismo; algunos aún recordamos la miseria que recorría, hasta hace bien poco, nuestras calles. Reivindicar, también, el carácter netamente andaluz del Califato de Córdoba, el del reino Nazarí de Granada y el del culto Al-Mutamid en Sevilla. Vuelvo a repetir mil veces si hace falta: si a Juan Carlos se le considera ciudadano español, nuestros antepasados reyes andaluces deben ser reconocidos de igual manera, ya que los respaldan razones históricas y derechos adquiridos por nacimiento.
También tiene aún pendiente la reforma agraria que acabe con los grandes latifundios que mantienen la propiedad de esta extensa tierra en manos de unos pocos terratenientes; la creación de zonas industriales que dé trabajo a los ciudadanos, y nos haga menos dependientes de las demás regiones (no se puede aceptar que la producción agrícola andaluza, se envase en empresas de otras comunidades, como ocurre ahora); la exigencia de una Hacienda netamente Nacional, independiente de la estatal, para que todo aquel empresario de fuera que se aproveche del consumo de los ocho millones y medio de andaluces, dejen sus impuestos aquí, y no los ingresen en la comunidad donde tienen el domicilio fiscal; y por fin, lo más importante: que los andaluces tomemos conciencia de pueblo y de lo que significó nuestra extraordinaria historia, y abandonemos, cuanto antes, esa mentalidad españolista que los vencedores nos inculcaron; Andalucía no será jamás libre hasta que nosotros no hayamos logrado quitarnos las cadenas y que políticos honestos que defiendan a su pueblo, sin estar hipotecados a las prebendas del cargo ni a las directrices de Madrid, tomen las responsabilidades del gobierno de la comunidad.
Que tengamos un reflexivo día de Andalucía y no acudamos a las representaciones títeres que nos ofrecen los que no creen en esta tierra.
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