Bosque de castaños
El lugar donde más cómodo me encuentro es en la sierra, en el bosque, en la naturaleza.
El hombre -mi igual-, las experiencias personales y, sobre todo, mi precoz afición desde niño, marcaron el nivel de aceptación que hoy determina mi inclinación rupestre.
Con cinco años, ya tengo recuerdos de salir, los fines de semana con mi padre, a la placidez de los campos. Nos cogía desprevenidos la noche en medio de la soledad inmensa de la naturaleza, y decidíamos pasarla en la negrura de su espacio, cobijados, solamente, entre un par de gavillas de trigo, que, primorosamente, él preparaba para el confor de su vástago.
Muchos amigos, después de la desilusión política, queriendo volver a encontrar un atajo para reencontrarse, rompieron con la seguridad de la ciudad. Dejaron sus buenos trabajos, vendieron lo poco o mucho que poseían, y se fueron a la sierra en busca del camino que la urbe les ocultaba.
Fueron unos valientes. Algunos regresaron. No soportaron la crueldad de verse infinitamente todos los días. Otros, los menos, aún aguantan, a pesar de los hijos, que quiérase o no, limitan.
Cada vez que puedo, me escapo, regreso, me fundo en el monte: él y yo nos entendemos y, aunque no me necesita, yo no puedo pasar sin él. Es un amor desigual, terriblemente no correspondido, pero a pesar de ello, me recompensa... Soy yo el que gana en este desequilibrado intercambio.
El hombre -mi igual-, las experiencias personales y, sobre todo, mi precoz afición desde niño, marcaron el nivel de aceptación que hoy determina mi inclinación rupestre.
Con cinco años, ya tengo recuerdos de salir, los fines de semana con mi padre, a la placidez de los campos. Nos cogía desprevenidos la noche en medio de la soledad inmensa de la naturaleza, y decidíamos pasarla en la negrura de su espacio, cobijados, solamente, entre un par de gavillas de trigo, que, primorosamente, él preparaba para el confor de su vástago.
Muchos amigos, después de la desilusión política, queriendo volver a encontrar un atajo para reencontrarse, rompieron con la seguridad de la ciudad. Dejaron sus buenos trabajos, vendieron lo poco o mucho que poseían, y se fueron a la sierra en busca del camino que la urbe les ocultaba.
Fueron unos valientes. Algunos regresaron. No soportaron la crueldad de verse infinitamente todos los días. Otros, los menos, aún aguantan, a pesar de los hijos, que quiérase o no, limitan.
Cada vez que puedo, me escapo, regreso, me fundo en el monte: él y yo nos entendemos y, aunque no me necesita, yo no puedo pasar sin él. Es un amor desigual, terriblemente no correspondido, pero a pesar de ello, me recompensa... Soy yo el que gana en este desequilibrado intercambio.
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