"El que no lucha por las pensiones es que está ya muerto"
Este era el texto de una de las pancartas que desfilaban el martes pasado en la que es la novena Huelga General que llevan convocadas las centrales sindicales en Francia, en contra del aumento de la edad de jubilación (de 60 a 62) que Sarkozy quiere implantar en el país vecino.
Como logro literario hay que reconocer que no está nada mal –los franceses ( en especial, anarquistas y trotskistas) siempre fueron sumamente imaginativos a la hora de crear consignas políticas-, y se aprecia que la escuela del Mayo del 68 vuelve a reencarnarse en estas nuevas movilizaciones, pero no acierta en su pronóstico forense, pues de ser así, nuestros agazapados sindicatos, sus asilvestrados líderes y la población trabajadora española, oleríamos, hace bastante tiempo, a corrompidos cadáveres.
Tenemos motivos, más que sobrados, para tirarnos todos los días a la calle, ya que además del aumento de la edad de jubilación, a nosotros nos amenazan con incrementar los años necesarios para cobrar la pensión completa (de 35 a 40, ¿quién cotizará esa cantidad, cuando los contratos de trabajo que ofrecen son, en algunos ocasiones, por pocas horas?), la base para el cálculo de éstas pasará de los 15 años actuales, a los 20, más la nefasta reforma laboral que Zapatero ha impuesto a exigencias de EE.UU. y la Unión Europea.
Si esto no es suficiente para movilizarnos, para desenmascarar a los líderes sindicales traidores, es que debemos –como dice el texto de la pancarta francesa- estar muertos, o tal vez, inmunizados contra las agresiones.
Que España se está derechizando, que la población trabajadora cada día aspira a integrarse más en el mundo que hace posible su explotación, que cada vez es más frecuente que se identifiquen con sus actitudes y su estilo de vida, es un síntoma que viene ocurriendo desde poco después de la instauración de la democracia, llegando en la actualidad a los extremos peligrosos que hoy se observa.
Nada ocurre de manera casual, todo se debe a un proceso evolutivo –en este caso, involutivo- que predetermina nuestras actuaciones en un futuro. La situación actual no es más que el resultado de los escarceos pequeñoburgueses (en algunos casos, grandebusgueses) de nuestros líderes de “izquierdas” y de los dirigentes sindicales más representativos, donde encontramos el caso de Cándido Méndez –sirva sólo de ejemplo, lo traigo a colación porque es el que conozco a través de las declaraciones que hizo él mismo en un programa televisivo al que, hasta ahora, sólo iban folclóricas y famosillos-, donde reconocía cobrar un sueldo mensual de 2.500 euros (parecerá poco, pero sabiendo que no tienen gastos: coche gratis, comidas ídem, etc., 2.500 euros suponen una agresión encubierta para el resto de trabajadores), gustarle los buenos restaurantes (como “El Bulli”, donde un cubierto cuesta 300 euros) y debilidad por el buen caviar. ¿Es esto lógico en un representante obrero?
Por eso, no nos ha de extrañar la borrasca que padecemos de pasotismo. Pasotismo a todas las escalas: de la población general y de los responsables de los cambios sociales, en concreto. Consecuencia fatal: la total desaparición, el absoluto ocultamiento, la colocación del antifaz en lugar de los anteojos, estar como si todos los día fueran “lunes al sol”, de los responsables de CC.OO. y de UGT, para no enfadar a su mantenedor económico. Y es que, cuando uno se acostumbra a la buena vida, cuesta lo insufrible retornar de donde partimos. Y si para ello, es necesario apagar el Telediario, para no tener que ver las imágenes de Francia que pueda avergonzarlos, pues se quita la tele, y nos echamos una siesta, que hay que seguir engordando la panza, ya que la vida es breve, y más aún, el puesto de secretario general de un sindicato: son muchos los competidores que aspiran a cogerlo.
“El que no lucha por las pensiones es que está ya muerto”. “El que se mueve hoy día en España, es que es carajote o no sabe lo que cuesta un buen puesto”, que corregirían las Rosa Aguilar, Cándido Méndez, Ignacio Fernández Toxo, y demás por el estilo.
Mientras, nos contentaremos con el nuevo mayo francés y la alianza entre trabajadores y estudiantes. Los nuestros, como no aspiran a trabajar jamás, no les merece la pena movilizarse, a no ser para celebrar una botellona.
Así nos va, este país cada día resulta más difícil habitarlo.
Como logro literario hay que reconocer que no está nada mal –los franceses ( en especial, anarquistas y trotskistas) siempre fueron sumamente imaginativos a la hora de crear consignas políticas-, y se aprecia que la escuela del Mayo del 68 vuelve a reencarnarse en estas nuevas movilizaciones, pero no acierta en su pronóstico forense, pues de ser así, nuestros agazapados sindicatos, sus asilvestrados líderes y la población trabajadora española, oleríamos, hace bastante tiempo, a corrompidos cadáveres.
Tenemos motivos, más que sobrados, para tirarnos todos los días a la calle, ya que además del aumento de la edad de jubilación, a nosotros nos amenazan con incrementar los años necesarios para cobrar la pensión completa (de 35 a 40, ¿quién cotizará esa cantidad, cuando los contratos de trabajo que ofrecen son, en algunos ocasiones, por pocas horas?), la base para el cálculo de éstas pasará de los 15 años actuales, a los 20, más la nefasta reforma laboral que Zapatero ha impuesto a exigencias de EE.UU. y la Unión Europea.
Si esto no es suficiente para movilizarnos, para desenmascarar a los líderes sindicales traidores, es que debemos –como dice el texto de la pancarta francesa- estar muertos, o tal vez, inmunizados contra las agresiones.
Que España se está derechizando, que la población trabajadora cada día aspira a integrarse más en el mundo que hace posible su explotación, que cada vez es más frecuente que se identifiquen con sus actitudes y su estilo de vida, es un síntoma que viene ocurriendo desde poco después de la instauración de la democracia, llegando en la actualidad a los extremos peligrosos que hoy se observa.
Nada ocurre de manera casual, todo se debe a un proceso evolutivo –en este caso, involutivo- que predetermina nuestras actuaciones en un futuro. La situación actual no es más que el resultado de los escarceos pequeñoburgueses (en algunos casos, grandebusgueses) de nuestros líderes de “izquierdas” y de los dirigentes sindicales más representativos, donde encontramos el caso de Cándido Méndez –sirva sólo de ejemplo, lo traigo a colación porque es el que conozco a través de las declaraciones que hizo él mismo en un programa televisivo al que, hasta ahora, sólo iban folclóricas y famosillos-, donde reconocía cobrar un sueldo mensual de 2.500 euros (parecerá poco, pero sabiendo que no tienen gastos: coche gratis, comidas ídem, etc., 2.500 euros suponen una agresión encubierta para el resto de trabajadores), gustarle los buenos restaurantes (como “El Bulli”, donde un cubierto cuesta 300 euros) y debilidad por el buen caviar. ¿Es esto lógico en un representante obrero?
Por eso, no nos ha de extrañar la borrasca que padecemos de pasotismo. Pasotismo a todas las escalas: de la población general y de los responsables de los cambios sociales, en concreto. Consecuencia fatal: la total desaparición, el absoluto ocultamiento, la colocación del antifaz en lugar de los anteojos, estar como si todos los día fueran “lunes al sol”, de los responsables de CC.OO. y de UGT, para no enfadar a su mantenedor económico. Y es que, cuando uno se acostumbra a la buena vida, cuesta lo insufrible retornar de donde partimos. Y si para ello, es necesario apagar el Telediario, para no tener que ver las imágenes de Francia que pueda avergonzarlos, pues se quita la tele, y nos echamos una siesta, que hay que seguir engordando la panza, ya que la vida es breve, y más aún, el puesto de secretario general de un sindicato: son muchos los competidores que aspiran a cogerlo.
“El que no lucha por las pensiones es que está ya muerto”. “El que se mueve hoy día en España, es que es carajote o no sabe lo que cuesta un buen puesto”, que corregirían las Rosa Aguilar, Cándido Méndez, Ignacio Fernández Toxo, y demás por el estilo.
Mientras, nos contentaremos con el nuevo mayo francés y la alianza entre trabajadores y estudiantes. Los nuestros, como no aspiran a trabajar jamás, no les merece la pena movilizarse, a no ser para celebrar una botellona.
Así nos va, este país cada día resulta más difícil habitarlo.
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