Dicen, los que entienden de esto, que hoy, sobre las 13.28, hora peninsular, entrará el verano en el hemisferio norte. Llega una temida estación para los habitantes de mi tierra, donde, como lagartos de dos patas, esperamos la deseada noche para movilizarnos y escapar de las quince horas de sol que nos tuestan durante el día.
El clima determina y conforma el carácter de un pueblo. Dependiendo de él, será más abierto o cerrado. Cualquier habitante de la preciosa San Sebastián podrá pasear un buen día de julio o agosto por su encantadora ciudad (si un fuerte chaparrón no lo impide), mientras otro, de Córdoba o Sevilla, sólo se le ocurriría salir a la calle en el caso de que hubiera motivos muy justificados.
La noche se convierte –para los habitantes del sur- en un inmenso recreo tutelado. La ciudad comienza a recobrar la energía que, durante el día, había estado aletargada, la movilidad es menos frenética, las personas se trasladan de un lugar a otro de una manera más reposada, más ralentizada. No es que haya desaparecido la actividad de la ciudad durante el día. La población sigue trabajando, realizando sus compras, en definitiva, cumpliendo sus respectivas obligaciones diarias, pero todo se realiza en un ir y venir precipitado, huidizo, queriendo esquivar el irremediable azote calorífico.
Poco tiene que ver con los veranos de cuando era crío. Los chavales lo esperábamos como agua de mayo. ¡Aquello si que eran auténticos veranos! 1.- Por el calor que hacía (no sabría calibrar ahora, dónde se daban los mayores registros: si dentro de la casa o fuera de ella) 2.- Por las perspectivas lúdicas que nos ofrecía. La vida transcurría en la calle, no importaban los 45º grados que se suponía que hacían (era una de las grandes ventajas del atraso en que vivíamos: al no existir relojes-termómetros en las vías públicas, el calor no se percibía) y, desde bien temprano (los niños de antes vivían para jugar, correr, saltar, ingeniar “maldades”, todo menos para dormir hasta las tres de la tarde como hacen hoy) comenzaban las propuestas de actividades para el día. Se deliberaba en espontánea asamblea democrática, adelantándonos a los venideros sesentas, de la que salía el programa a seguir por la mayoría. Como ocurriría más tarde en política, los que hablaban y proponían, siempre eran los dos o tres más “lanzaos”, especie de líderes que nos guiaban, a veces, a los peligros más insospechados, como era, ir a bañarnos al río, arroyo o a cualquier laguna que aún contenía aguas del invierno.
Pero ahora todo me parece distinto. Con la edad, el calor se me hace más insoportable, las pocas horas de sueño irritan mi carácter, el excesivo ruido que entra de la calle por la obligación de tener que abrir las ventanas (no soporto dormir con el aire acondicionado), y, sobre todo, la sensación de insatisfacción psíquica que me provoca la constatación del acortamiento de los días, en un paralelismo coincidente con el acortamiento de tu vida. Es la presunción del otoño. A partir del 24 de junio, mi programado ánimo sutilmente me avisa que nos estamos aproximando a él. Es la estación que menos soporto y que mejor me trata. Es como una apasionada y desprendida mujer que me quiere, me cuida, me acompaña y no pide nada a cambio. Por el contrario, yo la esquivo, la rechazo, la ignoro y no supero que merme mis constantes neurológicas. Somos una pareja “mal avenida”, sólo por culpa mía, porque ella es transigente, cariñosa y resultante, pero no puedo asimilar la carga de muerte que corre por sus venas y que, temerosamente, me recuerda la que va en mi interior y se constata con el paso de los días.
Hoy, dicen los que más saben, sobre la una y media, entra el verano. Con él se acaba la esperanza de que el día se haga eterno. Cada nuevo amanecer, el sol nos iluminará unos minutos menos, las altas temperaturas pintarán de amarillo el campo, el verde pasará a ser un borrón en nuestras retinas y el otoño, estará asolapado en una esquina de un edificio para atraparnos desprevenidos y a contramano.
El clima determina y conforma el carácter de un pueblo. Dependiendo de él, será más abierto o cerrado. Cualquier habitante de la preciosa San Sebastián podrá pasear un buen día de julio o agosto por su encantadora ciudad (si un fuerte chaparrón no lo impide), mientras otro, de Córdoba o Sevilla, sólo se le ocurriría salir a la calle en el caso de que hubiera motivos muy justificados.
La noche se convierte –para los habitantes del sur- en un inmenso recreo tutelado. La ciudad comienza a recobrar la energía que, durante el día, había estado aletargada, la movilidad es menos frenética, las personas se trasladan de un lugar a otro de una manera más reposada, más ralentizada. No es que haya desaparecido la actividad de la ciudad durante el día. La población sigue trabajando, realizando sus compras, en definitiva, cumpliendo sus respectivas obligaciones diarias, pero todo se realiza en un ir y venir precipitado, huidizo, queriendo esquivar el irremediable azote calorífico.
Poco tiene que ver con los veranos de cuando era crío. Los chavales lo esperábamos como agua de mayo. ¡Aquello si que eran auténticos veranos! 1.- Por el calor que hacía (no sabría calibrar ahora, dónde se daban los mayores registros: si dentro de la casa o fuera de ella) 2.- Por las perspectivas lúdicas que nos ofrecía. La vida transcurría en la calle, no importaban los 45º grados que se suponía que hacían (era una de las grandes ventajas del atraso en que vivíamos: al no existir relojes-termómetros en las vías públicas, el calor no se percibía) y, desde bien temprano (los niños de antes vivían para jugar, correr, saltar, ingeniar “maldades”, todo menos para dormir hasta las tres de la tarde como hacen hoy) comenzaban las propuestas de actividades para el día. Se deliberaba en espontánea asamblea democrática, adelantándonos a los venideros sesentas, de la que salía el programa a seguir por la mayoría. Como ocurriría más tarde en política, los que hablaban y proponían, siempre eran los dos o tres más “lanzaos”, especie de líderes que nos guiaban, a veces, a los peligros más insospechados, como era, ir a bañarnos al río, arroyo o a cualquier laguna que aún contenía aguas del invierno.
Pero ahora todo me parece distinto. Con la edad, el calor se me hace más insoportable, las pocas horas de sueño irritan mi carácter, el excesivo ruido que entra de la calle por la obligación de tener que abrir las ventanas (no soporto dormir con el aire acondicionado), y, sobre todo, la sensación de insatisfacción psíquica que me provoca la constatación del acortamiento de los días, en un paralelismo coincidente con el acortamiento de tu vida. Es la presunción del otoño. A partir del 24 de junio, mi programado ánimo sutilmente me avisa que nos estamos aproximando a él. Es la estación que menos soporto y que mejor me trata. Es como una apasionada y desprendida mujer que me quiere, me cuida, me acompaña y no pide nada a cambio. Por el contrario, yo la esquivo, la rechazo, la ignoro y no supero que merme mis constantes neurológicas. Somos una pareja “mal avenida”, sólo por culpa mía, porque ella es transigente, cariñosa y resultante, pero no puedo asimilar la carga de muerte que corre por sus venas y que, temerosamente, me recuerda la que va en mi interior y se constata con el paso de los días.
Hoy, dicen los que más saben, sobre la una y media, entra el verano. Con él se acaba la esperanza de que el día se haga eterno. Cada nuevo amanecer, el sol nos iluminará unos minutos menos, las altas temperaturas pintarán de amarillo el campo, el verde pasará a ser un borrón en nuestras retinas y el otoño, estará asolapado en una esquina de un edificio para atraparnos desprevenidos y a contramano.
De Antonio Vivaldi, El Verano, de la obra, Las cuatro estaciones.
Este verano va a herir duramente el... "amor propio, orgullo", de la gente corriente.
ResponderEliminarUnos diitas le gusta a todo el mundo poder difrutar de la vida en verano, unos dias de playa, algo, que sirva de punto y aparte de un año a otro, un poco de oxigeno para seguir.
Cuando termmine el verano, el personal que se haya visto obligado a presindir de este "privilegio" que estamos difrutando y baje de la nube en la que estamos subido estos años, algunos, se traumatizaran, asumir que eres un pobre hombre que no tienes derecho ni a unos dias de vacaciones, esto, dolera, y el veneno sera ira acumulando en las venas.
El inicio del odio global, miles de bombas esperando el momento para hacer pagar a alguien por este fracaso.
El personal tiene mucho aguante, Miguel. Se cabreará de boquilla, pero, te lo aseguro, aquí no se mueve ni dios, a no ser porque el Betis no ha logrado subir a primera.
ResponderEliminarUn saludo.