Un estudio publicado hace un par de días por Cáritas, nos advierte del progresivo empobrecimiento que padece la población española, en el cual se refleja que, en los dos últimos años, ha habido un incremento de un millón de pobres, dejando la cifra absoluta, en nueve millones. El informe trata de alertarnos sobre la indecencia que supone el que un 22.7% de españoles vivan en el umbral de la pobreza. De ese porcentaje, el 19.6% sufre lo que se denomina pobreza moderada ( ingresos anuales por persona de 6.000 euros), y el 3.1% vive en una situación de pobreza extrema (ingresos anuales por persona de 3.000 euros.)
También es significativo el detalle que nos muestra que la crisis está haciendo más mella en la población femenina, produciendo un alarmante retroceso social entre hombres y mujeres. El segundo estrato afectado es el de los jóvenes y también el del grupo que está al cuidado de personas dependientes. Desgraciadamente, la pobreza ya no es cuestión de “indigentes ni excluidos sociales”, como se le asociaba en tiempos pasados. Ahora afecta a un elevado porcentaje de población: basta con perder un día el empleo, dejar de percibir el subsidio, que la hipoteca y las cuatro trampas en las que te habías metido se lleve el poco dinero que entraba en el hogar, para que te veas obligado a comer de lo que te pasen tus familiares, los amigos, o rebuscar en los contenedores de basuras de los grandes supermercados.
Tanto como íbamos a comernos el mundo económicamente, superando, incluso, a Francia e Italia, y ahora, estos estudios nos revelan la mentira en la que hemos estado viviendo, potenciada, además, por un gobierno incompetente con aires de grandeza. Todo ha sido un engaño, porque cuando nos decían que éramos “una gran potencia económica”, ya teníamos ocho millones de pobres. En los dos años que llevamos de crisis, el incremento ha sido de un millón, con lo cual, la miseria en España ya viene de largo. Lo que ocurre es que en la época del boom económico, algunos, a los que hoy no se atreve a tocar Zapatero, vivieron como reyes y gastaron más de lo que trincaron. Pero pobres, personas necesitadas, sí que había antes de la crisis, lo que ocurre es que no nos afectaban tanto estos datos, porque pensábamos que esto sólo le ocurría a "los tiraos", a los vagos, y que nunca llegaría a instalarse en nuestra casa.
Un país que se denomina democrático, que presume de una maravillosa “sociedad del bienestar”, siempre que sus dirigentes quieren colgarse una medalla, no puede permitir que las grandes fortunas se escaqueen de la responsabilidad que tienen adquirida con la población, y mucho menos, que la exhiban de manera repulsiva -como ha ocurrido con la celebración, este año, de los del club Bilderberg, en Sitges- a los ojos de esos nueve millones de ciudadanos, que todas las noches se acuestan pensando qué comerán sus cachorros cuando amanezca el nuevo día. No podemos ser tan solidarios con lo que nos viene de fuera y olvidarnos –por cercanía- de lo que tenemos al lado. España se merece un cambio. Si nuestra meta es Europa, seamos europeos para todo, no sólo para lo que nos perjudica, y si hay que dar marcha atrás, nunca es demasiado tarde. Un país no puede tolerar tener casi a un cuarto de su población en el umbral de la pobreza, por justicia y por ética.
También es significativo el detalle que nos muestra que la crisis está haciendo más mella en la población femenina, produciendo un alarmante retroceso social entre hombres y mujeres. El segundo estrato afectado es el de los jóvenes y también el del grupo que está al cuidado de personas dependientes. Desgraciadamente, la pobreza ya no es cuestión de “indigentes ni excluidos sociales”, como se le asociaba en tiempos pasados. Ahora afecta a un elevado porcentaje de población: basta con perder un día el empleo, dejar de percibir el subsidio, que la hipoteca y las cuatro trampas en las que te habías metido se lleve el poco dinero que entraba en el hogar, para que te veas obligado a comer de lo que te pasen tus familiares, los amigos, o rebuscar en los contenedores de basuras de los grandes supermercados.
Tanto como íbamos a comernos el mundo económicamente, superando, incluso, a Francia e Italia, y ahora, estos estudios nos revelan la mentira en la que hemos estado viviendo, potenciada, además, por un gobierno incompetente con aires de grandeza. Todo ha sido un engaño, porque cuando nos decían que éramos “una gran potencia económica”, ya teníamos ocho millones de pobres. En los dos años que llevamos de crisis, el incremento ha sido de un millón, con lo cual, la miseria en España ya viene de largo. Lo que ocurre es que en la época del boom económico, algunos, a los que hoy no se atreve a tocar Zapatero, vivieron como reyes y gastaron más de lo que trincaron. Pero pobres, personas necesitadas, sí que había antes de la crisis, lo que ocurre es que no nos afectaban tanto estos datos, porque pensábamos que esto sólo le ocurría a "los tiraos", a los vagos, y que nunca llegaría a instalarse en nuestra casa.
Un país que se denomina democrático, que presume de una maravillosa “sociedad del bienestar”, siempre que sus dirigentes quieren colgarse una medalla, no puede permitir que las grandes fortunas se escaqueen de la responsabilidad que tienen adquirida con la población, y mucho menos, que la exhiban de manera repulsiva -como ha ocurrido con la celebración, este año, de los del club Bilderberg, en Sitges- a los ojos de esos nueve millones de ciudadanos, que todas las noches se acuestan pensando qué comerán sus cachorros cuando amanezca el nuevo día. No podemos ser tan solidarios con lo que nos viene de fuera y olvidarnos –por cercanía- de lo que tenemos al lado. España se merece un cambio. Si nuestra meta es Europa, seamos europeos para todo, no sólo para lo que nos perjudica, y si hay que dar marcha atrás, nunca es demasiado tarde. Un país no puede tolerar tener casi a un cuarto de su población en el umbral de la pobreza, por justicia y por ética.
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