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lunes, 30 de agosto de 2010

"En el país de los ciegos, el tuerto es el rey"


En tiempos del “abuelo”, todo aquel “destripaterrones” que pretendía prosperar, sin temor a romperse los riñones, se metía en el ejército –sin ninguna convicción castrense ni intenciones de llegar lejos-, y se convertían en lo que popularmente se llamaban, militares “chusqueros”, nombre que denominaba a todo aquel uniformado que, a base de reenganches y doblamientos de cintura, llegaban a jubilarse, en el mejor de los casos, con el grado de tenientes. Eran personas rústicas, sin apenas preparación escolar, reticentes, siempre a la defensiva, con doble identidad, que un día cambiaron la rudeza del campo, por la aspereza militar.

"Manuel, yo me cansé de que me sangraran las manos trabajando el campo. En invierno frío, calor en verano, y por dos perrras gordas. Así que no lo pensé (a mí me da igual esto del ejército, lo que quiero es comer caliente todos los días y sin estar tan sacrificado. Que tengo que salir algún día a matar comunistas, pues lo hago, todo menos perder el "chollo" que tengo". (Fragmento de la conversación con la que el Teniente Peñas, destripaterrones ambicioso, justificó, el día que me licencié, la actitud de guardián que mantuvo sobre mí, por exigencia de los temidos agentes del SIM).

Con la democracia, cambió el sentido de la historia española y, también, determinadas costumbres sociales. Para los avispados “destripaterrones”, el ejército se les quedó pequeño para satisfacer sus ambiciones (además, el uniforme, más que darles prestigio y solvencia económica, los “descalificaba”), y con la seguridad que daba saber que el dictador estaba muerto y bien enterrado -con una gruesa losa sobre él, que dificultaría su retorno, en caso de intentarlo-, decidieron que el mejor sitio donde prosperar era en la política. Así que se afiliaron a los partidos, presentaron hermosos currículos de luchadores demócratas, y se reengancharon, se cuidaron de opinar lo contrario, y destrozaron sus espaldas en continuas reverencias, hasta escalar a los más altos puestos que nunca, jamás sospecharon. Como con Franco, necesitan la ayuda vital de un canuto para redondear la “o”, pero traen en los genes el don de la paciencia y la disponibilidad servil, con lo cual, ya tienen la mitad del camino recorrido. Como al Teniente Peñas, la política les da igual y lo mismo "trabajan" como agitadores rojos, que como educados ultraconservadores. Su poder de mimetismo es asombroso. Nada los detiene en su carrera al triunfo.

De todos los años de democracia, es en la época “orwelliana” de Zapatero (segunda legislatura) donde estos individuos están alcanzando los puestos más destacados. Hay algunos que, incluso, han llegado a ministros, con el grave riesgo que supone esta decisión, para el crédulo ciudadano y hasta para el propio gobierno. Digo para el mismo gobierno, porque, en un momento de descuido, uno de estos fenómenos te puede montar un circo de mil demonios.
No entiendo la manía de Zapatero de rodearse de estos incapacitados. Dicen los envidiosos y “mal pensaos”, que lo hace para ocultar su minusvalía, pero yo no los creo, es muy fácil criticar y no ver nada positivo en lo que el presidente haga. Mi opinión es que el hombre, con buena intención, lo que hace es rodearse de personas con grandes conocimientos y bien experimentadas, si no, tomemos algunos ejemplos: la ministra de “igual-da” (que con dos anuncios en la TV ha querido acabar con el terrorismo machista); el ministro de Industria (sus dos grandes aportaciones a la sociedad: las lámparas de bajo consumo que aún no hemos recibido y la ayuda de 500 euros para la compra de un automóvil, de la que luego, sin habernos informado antes, tuvimos que devolver 240 en la declaración de la Renta); o el pintoresco vicepresidente, Manuel Chaves, al que no saben dónde meterlo, el cual ha colaborado en la gobernación del país con su estimable silencio.
Pero el que más me preocupa y levanta mis temores es el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho. Su gran contribución: crear dos millones más de parados... y los que les quedan, si Dios nos es misericordioso con nosotros y lo echa antes. ¡Tanta preocupación en mantener el “orden público”, y en un “plis plas”, este desclasado te monta, sin saberlo, una fenomenal revolución! Y mira que el personal, en la actualidad, no se mueve por nada. Ha rebajado los sueldos, congelado las pensiones, amenaza con subir la edad de jubilación a los 67, ampliar de 15 a 20, los años para la base de cálculo de las pensiones, etc. Nada de esto ha logrado echar a la calle a los sufridos ciudadanos, pero la última propuesta, ¡Dios santo!, puede hacer que salte una revolución más grande que la de 1917 en Rusia. Sr. Corbacho, ¿cómo se le ocurre a su Ilustrísima, meterse con la economía sumergida? El pueblo le consiente a ustedes demasiadas cosas, pero tocarle, a lo grande, la cartera, eso, ni pensarlo. ¿Sabe la que puede liar usted en el país? Lo que no han logrado los sindicatos ni las organizaciones revolucionarias, lo va a conseguir este iluminado en dos semanas. ¿Cómo pueden dejarlo andar suelto por la calle, sabiendo que es un peligro público? La otra noche, en una mesa de un bar, bien servida de mariscos, oía los primeros rumores de conspiración: “...que me mande al paro lo soporto; que me quiten los 426 euros de ayuda, también, pero lo que no toleraré es que metan la mano en mi chiringuito sumergido; hasta ahí podríamos llegar; tener que pagar a la Seguridad Social y declarar "mis ingresos” a la puta Hacienda, ni pensarlo; primero muerto”.

Han cambiado los tiempos: hoy, el más inútil, con sólo quedarse calladito, llega bien lejos. La vida es un tiovivo: da vueltas y más vueltas, y al final pisas el mismo suelo. Es imposible la huida hacia atrás, la física está en manos de los defraudadores y los leguleyos.



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