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lunes, 23 de agosto de 2010

Al final, volvemos a ser lo que fuimos


Como quien no quiere la cosa, las vacaciones casi se han acabado. El mundo vuelve a la “normalidad”, los periodistas de primera retoman el puesto que cubrían, provisionalmente, el sustituto del que lo sustituía; los políticos ocultan en lo más profundo del armario, las calzonas horteras con las que algún avispado fotógrafo lo ha cazado -cuando lucía su cuerpo serrano- en alguno de los paraísos veraniegos que frecuentan; la ministra de turno, señorona de nuevo cuño, nos explica cual es la estrategia para estar siempre sereno y risueño (como es natural, no cuenta que lo más importante es el sueldazo); el parado se dispone a dejar su situación de parado de verano para enfrascarse de nuevo en su papel de desempleado eterno; la mamá comienza a suspirar aliviada -notando una extraña mejoría inesperada en su crónica depresión- al ver tan cercano el día en que los “profes” se hagan cargo de su noble descendencia; los “profes”, en cambio, llevan días con raras sensaciones anímicas, temiendo, cual arriesgado torero, la suerte del berraco que le habrá tocado lidiar en este curso.

A partir de hoy, se acaba la tregua que, instintivamente, sin ponernos nadie de acuerdo, nos hemos tomado. De pronto dejaremos de hablar de grandezas, de kilómetros recorridos, de ciudades visitadas, de mares navegados, y volveremos al guión pactado. A partir de hoy sólo hablaremos de la crisis económica, de lo falso que es el IPC porque no refleja verdaderamente la realidad del mercado, de que Zapatero no es capaz de arreglar el problema del paro, de cómo están poniendo de difícil la vida, que ya ni podemos pagar el préstamo que pedimos para irnos de vacaciones, etc.

De nuevo entramos en la rutina, esa carreta envejecida tirada por millones de seres rutinarios, de la que por un momento creímos salir, pero su cruel inmensidad nos abraza de nuevo, como los tentáculos de un pulpo gigantesco. Volvemos a ser las personas vulnerables de principio de verano, los frágiles elementos que conformamos la delicada sociedad, los atemorizados animales que viven enjaulados. Sólo ha sido un sueño, el espejismo ha pasado demasiado deprisa y nos ha plantado en medio de la ciénaga donde estábamos. No tenemos escapatoria, por mucho que corramos, el destino, siempre nos atrapará. Sepamos ser prudentes y aprendamos a vivir como si estuviésemos, siempre, en guerra con el futuro que nos amenaza desde su privilegiada lejanía.
Desde hoy somos el débil ser de carne que nunca debiéramos haber abandonado en la esquina. ¿Es que no nos miramos al espejo?






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