Cojeando, me esforcé por alcanzar la fila de niños que regresaban del recreo. Era la hora del día que prefería. Me mezclaba entre la chiquillería sorteando toda clase de adversidades y, entre restos de bocadillos y pedradas que me lanzaban, buscaba la recompensa que tan penosamente se me resistía. Hay días en que, como hoy, sólo he recibido tres puntapiés en las costillas y un paraguazo en la cabeza, pero a cambio, uno de los niños me ha pasado la mano por el lomo y me ha rascado la mandíbula inferior. ¡Guaauuu! Y es que, para un chucho callejero, más que al dolor físico, es al hambre de afecto a lo que más tememos.
Oliverio Girondo: "¡Todo era amor"
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*¡TODO ERA AMOR!*
¡Todo era amor… amor!
No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que de a...
Hace 1 año
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