A menudo la paz, no es más que miedo. Así cantaba Raimon –flamante y merecido premio de las Letras Catalanas– antes de que usted llegara, Majestad, de la mano de un contrito Carlos Arias Navarro. Y el testamento de Franco –todo atado y bien atado– colgaba de los hogares fachas o sumisos, como una respuesta autoritaria al Guernika, aquel símbolo del espanto que reinaba entre quienes soñaban con la ruptura pero aceptaron la reforma. Como un mal menor, como un antídoto al ruido de sables, como la rendición de los empollones ante los mantones de la clase por el que aceptábamos no llevarlos al banquillo de los acusados a cambio de que dejaron de robarnos la merienda en el recreo. De vegades la pau no és més que por. Eso cantaba Raimon cuando usted juraba ante las Cortes franquistas.
En los días del presente pasado, cuando ha puesto las escrituras de España a nombre de su hijo, sus edecanes, sus tiralevitas y sus sochantres ya se han encargado de pregonar sus luces. Sin embargo, ¿quién hablará de sus sombras, Majestad? Y no me refiero sólo a esa rara cuenta en Suiza –un legado de papá, dicen los felones–, ni a sus trepidantes aventuras financieras por las que ya pagó el pato Manuel Prado y Colón de Carvajal, o sus cacerías de osos o de elefantes, por no hablar de aquella muerte fraterna que tantos ríos de incertidumbre y maledicencia despertara. En esos mentideros públicos por los que no suelen aparecer los medios de comunicación, ya no se habla sólo de su casticismo campechano, tan Isabel II, sino de sus derroches, también tan Isabel II.
Cierto es que bajo el reinado de usted, vivimos el periodo más largo de libertad relativa de la historia de este reino: el resto fue silencio, salvo la brevísima primera república y la segunda, la República niña de María Zambrano a la que el fascismo español, los tradicionalistas, el nacional-catolicismo y algunos de sus partidarios, no dejaron crecer. Sin embargo, la gratitud merecida por esos servicios prestados a la patria que por supuesto compartimos, no puede excluir la desolación de que algunos paisajes del comienzo de su reinado se repitan ahora que, casi cuarenta años después, va a comenzar el reinado de su hijo.
A la sombra de los brotes verdes de la macroeconomía, las bolsas de marginación son similares: hay una España de chalecitos acosados pero sigue existiendo otra de hambre suburbial, de chabola enconada, de presos hacinados y de inmigrantes cautivos por el simple hecho de no tener un papel en regla. Ahora, no habrá amnistía ni para los desahucios. Hoy, privatizamos la vigilancia exterior de las prisiones y permitimos que haya guardias armados en el interior de los CIEs. De Sofico hemos pasado a la Gurtel, de las cacicadas a los eres fraudulentos, de las piraterías de Juan March al de un potosí de kios, bankias, cajas sin ahorros y familias sin crédito. Sin un euro para las pymes, en este nuevo “Cuéntame”, Imanol Arias nunca habría hecho carrera en los negocios.
Entonces no había paro pero los salarios no daban para combatir la inflación y cada mes era una cuesta de enero. España se rompía y ahora se resquebraja, a pesar de quienes intentan evitarlo a decreto limpio. Los cómicos hacían huelga y en estos tiempos se indignan. Los comedores de caridad estaban llenos y siguen estando así. La salud no era universal, como ya tampoco lo es hoy. Ni la enseñanza, como va camino de dejar de serlo. La pesca se iba a pique y hoy ya se ha ido. España era más rural que urbana, y en la actualidad ya no tenemos a veces ni campo al que volver cuando el aire de la ciudad deja de hacernos libres.
Emigrantes con maletas de cartón y barba de tres días eran bajados en la estación de Hendaya, duchados a la fuerza y examinados por un médico para permitir que entrasen a la democrática Europa para desempeñar oficios subalternos. Hoy, emigrantes cada vez más jóvenes, con videoconsolas y microchips bajo el brazo, llegan a alguna de esas metrópolis donde fueron Erasmus para ejercer como diplomados en cuidar niños, peritos en fregar vasos en un bar o desempeñar la licenciatura de algún oficio, el que sea, bajo el pretexto de aprender idiomas o simplemente aprender supervivencia.
Entonces, el aborto era un delito y va camino de serlo de nuevo. La justicia era para los ricos y ahora también. Hizo falta que llegara Francisco Fernández Ordóñez para que España nos permitiera divorciarnos y nos obligara a declarar la renta, para que los bolsillos holgados supuestamente pagaran más que los sin plata. Hoy, las tasas judiciales a veces ni siquiera permiten que los pobres se divorcien y nos suben el IVA a todos para que los más acaudalados paguen menos por el IRPF. Antaño, la clase media prosperaba y hogaño se empobrece. Hemos pasado de las promesas a los recortes y del entusiasmo a la desconfianza.
En 1975, todavía estaba en vigor la gandula, la ley de vagos y maleantes. Pero en 2014 contamos con la nueva Ley de Seguridad ciudadana: por aquellos años, los obreros volaban y la pasma los mataba cuando disparaba al aire mientras que, en estos días, hemos comprobado como las balas de goma de los antidisturbios le saltan el ojo a un manifestante pero un juez asegura que fue un ejercicio ponderado de la fuerza, absuelve a la policía y le invita a denunciar a los convocantes de la manifestación.
Grandes clásicos de ayer y de hoy: Americanos en Rota y submarinos en Gibraltar. Las kabilas de la desesperación asedian Ceuta y Melilla. El Sáhara sigue estando en el limbo. Y su país y el mío reclama ser mediopensionista en el consejo de Seguridad de Naciones Unidas aunque sea a costa de que Mariano Rajoy tenga que hacerle una reverencia al tirano Teodoro Obiang Ngema en Guinea. Desconozco por completo si seguiremos siendo campeones del mundial de fútbol pero ya hemos perdido el pódium de la igualdad, el de la cooperación internacional o incluso la medalla de bronce de la ley de dependencia. Funcionarios a la virulé, prostitutas y camellos a punto de cotizar en el PIB, iluminados y mangantes, trileros y carteristas, antiguos brokers reconvertidos en repartidores de Telepizza, modelos de la fashion-week de dependientas del pret-a-porter, reconvertidos y convertibles, preferentes y preferidos, pícaros y picardías, a España toda, la malherida España, de carnaval vestida nos la pusieron.
Desde comienzos del siglo XVIII esta heredad es de su familia. Nos la impuso una guerra civil y su corona, en cierta medida, otra. Nuestra democracia no nos preguntó a tumba abierta si queríamos que usted, Majestad, reinase sobre nuestros sueños. Ahora tampoco va a ocurrir nada parecido cuando, justo esta misma semana, Felipe VI jure su cargo, vestido con el uniforme de gala del Ejército de tierra, con la infanta Leonor presidiendo desfiles militares, como si a este país todavía le hiciera falta civilizarlo.
Borbón y cuenta nueva, como dibuja José Luis Tirado. Usted seguirá teniendo privilegios y nosotros seguiremos teniéndole a usted. Si no quieres rey, toma dos tazas. Sus archipámpanos y visires se apresurarán a escribir “Delenda est res publica” sobre el toisón de oro que acaba de devolverle Adolfo Suárez Yllana. Yo no me apresuraría. A pesar de la profusión de sotas y de alfiles que corren a comprar la edición de lujo de “El cortesano” de Castiglione, el republicanismo ha regresado para quedarse. Estoy seguro de que don Felipe lo sabe y me gustaría imaginar qué hará para evitarlo.
Fuente: Público.es
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