El próximo mes de octubre se cumplirán 40 años de la publicación de la revista “Ajo Blanco”, un soplo de libertad en el mustio y opresivo mundo de la cultura y del pensamiento que el franquismo imponía.
Pasó por diversas etapas, algunas de ellas más exitosas que otras, incluso con algún parón “técnico” por falta de demanda, hasta que en 1999 dejó de salir porque a los españolitos –sobrados de “democracia”-, empezó a cansarles una revista independiente, atrevida, seria, que demonizaba el nuevo régimen surgido de la transición política, y que se atrevía a cuestionar a los nuevos caudillos que regían los destinos de este atribulado país.
Como ocurre con los muertos, ahora todo el mundo habla bien de ella y se están organizando diferentes jornadas culturales en su memoria, a la que se apuntarán, sin ningún escrúpulo, incluso aquellos que la denostaron y la persiguieron. Sirva este breve apunte para recordar y homenajear a esta valiente revista que tanto marcó a los jóvenes de los setenta –ávidos de cultura y libertad-, y orientó en su concepción política personal, capacitándolos para ser –o intentarlo- individuos ideológicamente autosufucientes.
EL AJO PICA Y REPITE Por Pepe Ribas
Una mañana de enero del 73, cuando las utopías californianas y parisinas se estaban comercializando y el franquismo entraba en decadencia, una pandilla de jóvenes con inquietudes y sin tiempo para el lamento convocó una exposición poética en la facultad de Derecho. Una semana después, alrededor de quinientos poemas cubrían los muros del vestíbulo de esa facultad barcelonesa, entre huelgas, carreras y manifestaciones.
Al final del verano, la joven mujer de un torero sin suerte nos cocinó en su pequeño restaurante el plato típico de su pueblo: Ajoblanco. Y en el brindis por el reencuentro del grupo Nabucco en esa “Noche del Ajoblanco”, planteé una decisión irreversible. Iba crear una nueva revista libre y legal, fuera de los ambientes universitarios. Pensaba distribuirla por todos los quioscos de España. La publicación, que en ningún caso podía ser elitista, debía ayudarnos a crecer y a formarnos hasta llegar a vivir tal como pensábamos. Un año más tarde descubrimos que éramos miles los que estábamos hartos de permanecer callados y temerosos. Necesitábamos romper con la represión franquista y con los dogmas de nuestros hermanos mayores acerca de cómo luchar, cómo crecer y qué leer.
Gran parte de esa nueva generación a la que pertenecíamos detestaba cualquier autoritarismo y buscaba un universo propio y solidario en el que fuera posible la fraternidad, el juego, la creatividad y el vivir tal como pensábamos. Aún corrían en la sociedad grandes dosis de altruismo.
Las actitudes de la contracultura norteamericana, las publicaciones underground europeas, la nueva literatura, el rock y las ganas de abrir un circuito alternativo generaron un proceso abierto y plural desde el nacimiento de la revista Ajoblanco. Mediante los encuentros callejeros, el diálogo hasta la madrugada, las convivencias comunales y la correspondencia con jóvenes de distintos lugares de España, conseguimos articular en poco menos de dos años un nuevo universo alternativo, que aglutinó los sueños y las inquietudes de una generación con mitos pero sin maestros. En España, las circunstancias nos forzaron a ser autodidactas. Nos formamos gracias a un cúmulo de encuentros, lecturas desordenadas, viajes y azar.
El primer Ajoblanco fue un proyecto colectivo en el que participaron miles de lectores que también llenaban las páginas de la revista. El proceso cubrió hasta 1980 y atravesó varias etapas. El mundo underground, las sustancias psicodélicas, la liberación de la sexualidad, el mundo de los freaks, el arte conceptual, el arte pobre, Pasolini, los mensajes libertarios de la nación de Woodstock, el teatro en la calle, la cultura de foro y el situacionismo nos ocuparon los dos primeros años de la revista.
En el verano del 1976 redescubrimos a Durruti tras la suspensión de la revista por cuatro meses tras un consejo de ministros. El fenomenal escándalo lo causó el dossier fallas. Fue en Menorca durante aquel verano sin revista cuando once personas del equipo compartimos una pequeña casa entre huertos. Alejados de una rutina que te comía el tiempo, descubrimos el mensaje cultural y social del anarquismo español anterior a la guerra civil. Nos entusiasmamos con sus logros y por ello nos olvidamos de la contracultura norteamericana y nos sumergimos en la relectura de estos hechos y mensajes. Sin olvidar nuestra apuesta por una revolución cultural potenciamos los dossieres sobre ecología, energías libres, antipsiquiatría, educación antiautoritaria, naturismo, libertad sindical, presos, las comunas como alternativa a la familia, el cooperativismo y los ateneos libertarios.
Tras las Jornadas Libertarias de julio del 77 y alcanzar los cien mil ejemplares de venta, llegaron los pactos de la Moncloa, el terrorismo de Estado, la Euro represión y la nueva Constitución. Fue entonces cuando nos desmarcamos de la actitud de los nuevos partidos políticos, tanto de derechas como de izquierdas, y denunciamos en textos claros y aún vigentes las carencias democráticas que conllevaban la concentración de todo el poder en los partidos de forma jerárquica e impositiva.
Sin duda, una parte de la historia de este país permanece encerrada en aquellas páginas, que concluyeron en junio de 1980, en parte por agotamiento, en parte porque ya habíamos elaborado el proyecto de la sociedad en la que podíamos creer. Nuestra ciudad también había cambiado.
Hoy, en 2014, cuando se alumbra un nuevo proceso constituyente, sería bueno atender parte de aquellas propuestas colectivas por ser alternativas posibles para un mejor funcionamiento de esa democracia que muchos aspiramos, además de favorecer la convivencia y la pluralidad.
El segundo Ajoblanco fue fruto de un encuentro casual entre viejos y nuevos miembros del equipo en tiempos de Thatcher, Reagan y de Felipe González. En octubre de 1987 Ajoblanco repite con la pretensión de democratizar la cultura y aportar textos e imágenes estimulantes para ayudar a tejer una sociedad civil lo más abierta y creativa posible. Quisimos despertar el interés por otros credos y otras culturas. Si en el primer Ajoblanco fuimos agitadores, en el segundo nos profesionalizamos para generar la mejor revista cultural en castellano. Para ello, estudiamos las publicaciones de tendencias que se publicaban en Europa. Viajamos y trabajamos junto a ellos.
Desatascamos la relación creativa, humana y cultural con Latinoamérica, escuchando a sus creadores en su propio territorio, y nos hicimos un poco porteños, mexicanos o cubanos. Recorrimos África, Europa del Este y Japón. Bloqueamos durante más de un mes, mediante el Fax de la Libertad, el comercio internacional de China en 1988, tras los sucesos de Tiananmen.
El vacío de valores, las carencias democráticas, el contexto que exige la creación cultural en todos los terrenos y una actitud muy crítica frente a los poderes que asfixian el progreso social y político fueron también armas de una revista que nunca quiso acomodarse. La vida, el ocio, la multiculturalidad y el urbanismo en las ciudades contemporáneas ocuparon parte de nuestras inquietudes. Y lo hicimos desde la independencia y la vocación. En verdad, ejercimos un periodismo de anticipación y también nos convertimos en una escuela de nuevos periodistas y de nuevos gestores culturales puesto que por la publicación, que siempre buscaba renovarse, pasaron más de mil colaboradores.
Por desgracia, llegó un momento, en el que el mercado global dirigido por los grandes grupos económicos y mediáticos coparon todas las redes de distribución. Las revistas independientes de gran tirada con influencia y vocación social fueron derribadas. El periodismo independiente escrito empezó a ser uno de los ejercicios más difíciles de practicar. El segundo Ajoblanco expiró en diciembre de 1999. Aunque en 2004 Ajoblanco editó un par de números y un especial, hasta ese momento permanece esperando picar de nuevo. Quizá esa exposición despierte un nuevo ciclo.
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