Navidad de falso charol
Me lo habían dicho, pero, desolada, no quise creerlo. Tenía que comprobarlo yo
misma. Así que ese año no escribiría carta. Si los reyes eran los Reyes
conocerían mágicamente mis deseos. El seis de enero me levanté y corrí temerosa
hacia el salón. En un rincón se apiñaban los juguetes de mi hermano pequeño. En
otro, había una muñeca para mí. Era de plástico durísimo, llevaba un vestido
imitación a terciopelo negro y unos zapatos de falso charol. Su pelo era de un
rojo intenso, mal iluminado. Y su cara fea no parecía ni de niña ni de mujer.
Tomé el espantajo entre mis manos y miré a mi madre con rabia. Ella me sonrió.
No había duda. Ese día dejé de creer. Sin embargo, la espantosa muñeca ocupó un
lugar en mi habitación. Ahí sigue, ya única, en un cajón de mi casa. Y
yo cada Navidad, inevitablemente, lavo su
vestido.
En mi infancia me hice una pregunta similar; por qué si los Reyes eran unos magos, no podían adivinar lo que quería de regalo y así me salvaba de escribir la cartita.
ResponderEliminar¡Estupendo microrrelato!
Muchos saludos
Mirella, la magia de estos antiguos Reyes hace tiempo que no funciona, a la vista está la desigualdad con la que reparten sus regalos en los distintos lugares del mundo.
EliminarConfío en que hayan sido generosos contigo.
Un saludo.