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lunes, 14 de enero de 2013

Itálica: La Colonia Aelia Augusta Itálica





 Reconstrucción de la nova urbs




Itálica fue fundada por Publio Cornelio Escipión “el Africano” entre el año 206 y el 205 a. C. -hace veintidós siglos-, después de la última batalla que sostuvo contra el ejército cartaginés en tierras de Hispania. Probablemente Escipión no estaba autorizado por Roma para dar este paso, pero nada le impidió fundar la primera ciudad de romanos, fuera del territorio itálico, con soldados heridos y veteranos, en un lugar que les recordaba a su lejana tierra.
El nombre de esta colonia (primera auténticamente romana y dependiente de Roma) será Itálica, en honor de Escipión y de los elementos oriundos de toda Italia que debían componer sus tropas. Al principio sólo sería un vicus civicum Romanorum, aunque algo más tarde  pasaría a ser una colonia con plenos derechos que dependía directamente de Roma, hasta que Julio César, en el año 45 a. C. le otorga el estatus de municipium civicum Romanorum (estatus más beneficioso que el de colonia, ya que durante el siglo I de nuestra era, el municipio llegó a alcanzar ventajas que la colonia no tenía), aunque no tendría ceca hasta la época de Augusto (año 23 a. C.), en la que acuñarían sólo dos tipos de monedas -las dedicadas a Augusto y a Tiberio-,  pero durante
el reinado de Adriano, los italicenses le solicitan –ante la perplejidad de éste- regresar al estatus de colonia, cosa que, a su pesar, concede ante la insistente demanda de sus habitantes, tomando el nombre de Colonia Aelia Augusta Itálica, en honor de su ilustre hijo y benefactor. 
Con el tiempo, estaría llamada a dar nada menos que dos emperadores a Roma (algunos investigadores la dan también como patria de otro emperador, Teodosio I “El Grande”, auque otros tantos lo descartan). De hecho, las primeras familias asentadas en esta ciudad llegaron a constituir una clase aristocrática con fuerte influencia en la metrópolis, en concreto, la de los Ulpios y la de los Aelios, (la dinastía de los Antoninos) de las que saldrían, en el siglo II d. C., dos de los más importantes emperadores que tuvo Roma: Trajano y Adriano.

Esta primera población de época Republicana (la vetus urbs) se estableció en el Cerro de San Antonio (lugar ocupado por la población autóctona turdetana) y por necesidades de espacio, también, en el contiguo Cerro de Los Palacios, situados los dos dentro del casco urbano del pueblo de Santiponce. La ciudad –igual que la nova urbs- es de planta hipodámica, con un perfecto trazado ortogonal partiendo de los dos ejes principales: el cardo maximus y el decumano maximus. 



En la zona este del asentamiento se localiza el teatro, de época de Augusto -años 30 al 37-, construido en la ladera del citado cerro de San Antonio, con un aforo para 3.000 espectadores que, posteriormente, Adriano terminaría por rematar y embellecer, y que estaría en funcionamiento hasta
bien entrado el siglo V, fecha en la que se empezaría a abandonar por las restricciones que la iglesia católica imponía a este tipo de espectáculos.
Algo más a la derecha de éste,  se encontraba el circo, aunque –por desgracia, y como ocurre en la mayoría de las ciudades- aún no se han encontrado restos que hagan verosímil esta suposición.
En la zona central de la población, coincidiendo con el cruce de las dos vías más importantes (el cardo y el decumano) se encontraba el foro, alrededor del cual se levantaban los edificios más representativos de la ciudad; la curia, los templos, las termas, etc. Resulta curioso comprobar cómo, después de veintidós siglos, el centro neurálgico del nuevo pueblo coincide casi en su totalidad con el de la pasada Itálica.
También se construye -entre los años 98 y 117 de nuestra era- en la zona oeste de la población (Cerro de los Palacios)  unas termas a instancias de Trajano (las conocidas como Termas Menores o de Trajano), que aún hoy están por excavar al completo por las dificultades que plantea la edificación de viviendas sobre su solar. En este cerro parece localizarse –colindando con la parte oeste del foro- los restos de lo que podría ser la entrada de un templo dedicado a Apolo. 

Pero no sería hasta después de la llegada de Trajano y Adriano a la dirección del Imperio –y en concreto, la del segundo-, cuando la ciudad se vio favorecida con importantes donativos, construcción de edificios públicos ( anfiteatro, nuevas termas, templos, etc.), murallas y, lo más destacable,  la nova urbs, un nuevo barrio de viviendas suntuosas que se extiende hacia el norte, por una cercana colina próxima al viejo asentamiento, llegando a convertirse en la primera ciudad monumental de la Hispania romana.
Pero su apogeo fue fugaz. A partir del siglo IV d. C. comienza el declive paulatino de Itálica, hasta llegar a su total abandono, debido a la situación socioeconómica que planteó el final de la influencia política de las familias italicenses en la vida romana, y la consecuente represión de los posteriores Emperadores sobre ellas. Los últimos testimonios históricos de Itálica los tenemos en la Actas de los Concilios de Toledo, en las que sus obispos figuran hasta el año 693. A partir de entonces ésta desaparece y se convierte en un pueblecillo sin importancia, hasta que en el siglo XII –época de Al-Andalus-, se la vuelve a nombrar como Talikah, pero de la magnífica ciudad ya no queda más que las ruinas impresionantes de sus edificios públicos y el recuerdo de su nombre, convertido para entonces en “Campos de Talca”, y de donde se proveían de material constructivo para las nuevas edificaciones.

Durante los primeros años del siglo XIX, Itálica pasó a ser cantera donde se rebuscaba materiales antiguos y obras de arte. Allí saqueó el mariscal Soult durante la ocupación napoleónica, y más tarde, el duque de Wellinton, y en el siglo XX, saqueadores profesionales que trabajaban por encargo y algunos miembros de la nobleza, hallaron en estas ruinas abandonadas el material con el que hacer rentables negocios, los primeros, y levantar y embellecer sus palacios, los segundos, los casos más destacables son los del marqués de Urquijo y el de la condesa de Lebrija en Sevilla. Sus restos sirvieron, en el año 1794, para el firme de la antigua carretera N-630, una auténtica brutalidad de un país analfabeto que no apreciaba su pasado histórico. Pero el expolio de Itálica no se detiene. El afán depredador de la gente adinerada y sin escrúpulos sobrevuela sobre estas ruinas, tanto es así que en 1984, el mosaico de Baco fue robado del conjunto arqueológico, seguramente para cubrir el suelo de un nuevo rico.

La nova urbs estaba rodeada por una sólida muralla de 1.67 metros de anchura, con torres cada 35 metros. Su calle principal mide 16 metros, 8 de calzada y 4 metros en las aceras, y las secundarias, 14 metros, 6  de calzada y 4 en las aceras, siendo de las calles más amplias de todo el Imperio Romano.
A ambos lados de la calle principal se conservan aún los cimientos de una serie de pilares que soportaban un corredor cubierto para proteger a los viandantes del sol  y de la lluvia. Este rasgo urbanístico -propio de las grandes ciudades orientales del Imperio Romano-, es único en toda España. La calle contiene también una cloaca central de 0.95 metros de ancho y 1.65 metros de altura, y en las secundarias son de 0.55 metros de ancho y 1.50 metros de alto.

De sus edificios, sin lugar a duda, el más destacable es el anfiteatro, el quinto más grande del Imperio Romano. Mide 160 metros el eje mayor, y 137 metros el más corto, con una capacidad para 25.000 espectadores, en una ciudad que rondaba los 8.000 habitantes, con lo que se deduce que acudirían a presenciar estos espectáculos sangrientos, gentes de otras localidades. Se construyó en época de Adriano, entre los años 117 y 138 d. C., con hormigón (opus caementicium) compuesto de piedras, cal y arena, en las bóvedas -donde era necesario aligerar el peso- que descansaban sobre fuertes paredes de  gruesos ladrillos y sillares de Tarifa, recubiertos a su vez, en las partes más visibles e importantes, con grandes placas de mármol.
El graderío estaba formado por tres secciones (cavea): la baja (la ima), para la clase dirigente (políticos, nobles, sacerdotes, etc.); la central (la media), para los ciudadanos de Itálica; la tercera y última (la summa), para mujeres, niños y extranjeros ( tenían esta denominación todos los habitantes de otros importantes asentamientos cercanos, como Híspalis, Écija, Carmona, etc., ya que ellos se consideraban auténticos ciudadanos romanos)

 Esta nueva ciudad contaba también con unas Termas Mayores que se surtían del agua procedente de unos manantiales próximos al río Guadiamar y de unas fuentes de Tejada (en el municipio de Escacena del Campo), a través de un sofisticado acueducto del que quedan bastantes restos, además de un impresionante templo dedicado a Trajano divinizado, erigido por su sobrino-nieto Adriano en una  plaza central de la nova urbs, y del que hoy quedan algunos restos. 

Habría que estudiar, en profundidad, por qué se produce el decaimiento –primero, de la nova urbs, más tarde, de la vetus- de Itálica. Las razones geológicas que los primeros investigadores aducen no son creíbles y necesitan una nueva revisión más metódica y científica. A mí se me ocurre que sólo una nueva situación socioeconómica, política, o de clara imposición de la pujante Hispalis, pudieron ser las causantes del declive y posterior abandono de esta magnífica ciudad.
Poco más se conoce de Itálica, aún menos de la primera, la vetus urbs, oculta debajo del actual pueblo de Santiponce -que se encontraba más al este, cercana al río-,  que se desplazó hasta ella, entre los años 1595 y 1602, huyendo de las continuas riadas que sufría en el lugar donde se había establecido. Sus solares, calles, paredes, cloacas, etc., sirvieron para levantar el pueblo que hoy podemos contemplar sobre sus ruinas y que en general se alza sobre la misma superficie y casi el mismo trazado hipodámico de la vieja urbe. Confiemos que con el tiempo se prime más la cultura y nuestras autoridades políticas dediquen más financiación a la búsqueda de nuestros orígenes y no al mantenimiento de parásitos sociales y al sostenimiento de fraticidas guerras. Itálica nos espera debajo de la tierra, no la hagamos esperar demasiado tiempo. 






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