No pretendo que de mayores tengamos la misma
vitalidad física ni el ardor y el arrojo emocional de cuando se tienen quince
años. He de admitir que el tiempo
deteriora, arruga, y, a muchos, los adormece, pero también proporciona
calma, frialdad reflexiva, facilidad para argumentar, pero de ahí a darle la
vuelta al calcetín, va un largo tramo. La manipulación de la famosa cita, “quien
no es revolucionario de joven, no tiene corazón, y el que lo sigue siendo de mayor, no tiene cabeza”, que
suelen manejar ciertos individuos -en su juventud, “revolucionarios de
izquierdas”, y con la edad, reconvertidos en respetables “señores de derechas”-
para tratar de justificar sus vergüenzas ideológicas, no mantiene un análisis
pormenorizado.
La citada frase pretende crear una falsa disyuntiva entre el corazón y la cabeza en la que, de aceptarla, reconoceríamos la nula relación existente entre uno y otro, y por lo cual, tomaríamos por bueno la teoría reaccionaria de los que quieren hacernos creer que al usar el corazón (entendido como mezcla de afectos e ideas) implica que dejemos de usar la cabeza (que significa la utilización de la razón en nuestros actos rutinarios).
Plantear esta disyuntiva, que anula la combinación conjunta de las dos actitudes, es una estrategia justificativa y disuasoria de estos sectores reacomodados, cuando es bien sabido que el uso de los dos conceptos no entran en contradicción. Como en todo, es necesario priorizar y no dejar que ninguno de ellos prevalezca sobre el otro, sometiéndolo a la inactividad y al silencio.
Lo que ocurre es que hay muchos desclasados que no llevan bien el aburguesamiento en el que han entrado, y necesitan palabras, bellas frases, embaucadores argumentos, para maquillar sus traiciones ideológicas y el abrazo afectivo del nuevo status adquirido. Nos lo podemos encontrar en cualquier parte, sentados en cualquier banco, pero lo más normal es que proliferen en el mundo de la política y de la administración, porque sólo allí se permite que los inmorales, los tránsfugas, los chaqueteros, hagan carrera.
Que a nuestra edad sea "normal" que no corramos delante de los “maderos”, como lo hacíamos cuando éramos más jóvenes, es algo que no voy a discutir, pero que además se nos recomiende que no pensemos y sintamos con la misma vehemencia y ardor que ellos, es algo que no acepto. Se puede ser mayor y aprovechar la sabiduría que el tiempo nos ha podido aportar para que nuestros actos sean más consistentes, más reflexivos, pero lo que no se me puede exigir es que, en favor de unas ideas corrompidas y reaccionarias, desista de sentir y pensar con el mismo ardor que cualquier muchacho. Por ahí no entro; a mi que no me clasifiquen con la nueva etiqueta. De joven actuaba con gran corazón y bastante buena cabeza y ahora, de mayor, lo hago parecido: de otra manera, hace tiempo que habría muerto.
La citada frase pretende crear una falsa disyuntiva entre el corazón y la cabeza en la que, de aceptarla, reconoceríamos la nula relación existente entre uno y otro, y por lo cual, tomaríamos por bueno la teoría reaccionaria de los que quieren hacernos creer que al usar el corazón (entendido como mezcla de afectos e ideas) implica que dejemos de usar la cabeza (que significa la utilización de la razón en nuestros actos rutinarios).
Plantear esta disyuntiva, que anula la combinación conjunta de las dos actitudes, es una estrategia justificativa y disuasoria de estos sectores reacomodados, cuando es bien sabido que el uso de los dos conceptos no entran en contradicción. Como en todo, es necesario priorizar y no dejar que ninguno de ellos prevalezca sobre el otro, sometiéndolo a la inactividad y al silencio.
Lo que ocurre es que hay muchos desclasados que no llevan bien el aburguesamiento en el que han entrado, y necesitan palabras, bellas frases, embaucadores argumentos, para maquillar sus traiciones ideológicas y el abrazo afectivo del nuevo status adquirido. Nos lo podemos encontrar en cualquier parte, sentados en cualquier banco, pero lo más normal es que proliferen en el mundo de la política y de la administración, porque sólo allí se permite que los inmorales, los tránsfugas, los chaqueteros, hagan carrera.
Que a nuestra edad sea "normal" que no corramos delante de los “maderos”, como lo hacíamos cuando éramos más jóvenes, es algo que no voy a discutir, pero que además se nos recomiende que no pensemos y sintamos con la misma vehemencia y ardor que ellos, es algo que no acepto. Se puede ser mayor y aprovechar la sabiduría que el tiempo nos ha podido aportar para que nuestros actos sean más consistentes, más reflexivos, pero lo que no se me puede exigir es que, en favor de unas ideas corrompidas y reaccionarias, desista de sentir y pensar con el mismo ardor que cualquier muchacho. Por ahí no entro; a mi que no me clasifiquen con la nueva etiqueta. De joven actuaba con gran corazón y bastante buena cabeza y ahora, de mayor, lo hago parecido: de otra manera, hace tiempo que habría muerto.
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