Si te das una vuelta por Andalucía, alegra observar las fenomenales infraestructuras que se están llevando a cabo, y que, por fin, esta olvidada comunidad está dejando de ser –en algunas materias; en la mayoría, aun continúa siéndolo- el furgón de cola del anterior poder centralista, el cual sólo atendía a las demandas de la capital del reino, y a las presiones de las dos regiones periféricas: Cataluña y País Vasco, algo parecido a lo que sucede ahora, pero a lo "democrático", con lo que se demuestra que el “poder” no es cíclico como algunos quieren hacernos creer, si no que es estable y continuado.
Pero después de digerir el contento inicial que tales obras deparan, uno no puede dejar de reflexionar y analizar lo que ha visto y llega a la triste conclusión del ninguneo y discriminación que se está cometiendo contra una de sus capitales, Sevilla, por tener la "desgracia" de haber sido elegida capital de la comunidad, algo fuera de lo normal, ya que es la única (que yo sepa) a la que se le castiga por tal motivo. Nadie cuestiona la capitalidad de Barcelona, Vitoria, Valencia, Zaragoza, Toledo, Santiago de Compostela, etc., estén mejor o peor elegidas, ni siquiera en el caso de la primera, que es un caso exacerbado de centralismo autonómico, y que ha fagocitado a las tres restantes ciudades que componen la citada comunidad.
Estas no son más que las consecuencias lógicas de las luchas intestinas que aún mantienen, inconscientemente, los distintos grupos de personas con los que repoblaron la región, después de haber quedado casi desierta de población autóctona, tras la ocupación castellana. De nuevo, el extenso territorio andaluz se vio envuelto en una lucha de “clanes”, algo que fue de vital significación para la pérdida de Al-Andalus: las rivalidades tribales, por hacerse con el control del poder y la posesión de las mejores tierras.
De hecho, el andaluz, aun en el siglo XXI, inconscientemente, se siente “un nacido accidental en esta comunidad”, máximo representante de la ideología del imperio en el lugar y defensor de sus señas paternales, sin aspiraciones de integrarse en una nueva comunidad de hombres venidos a vivir a otra tierra, como ha ocurrido con otras regiones del mundo, las más significativas, Estados Unidos de América y Australia. Con la autonomía, esta lucha de intereses y desencuentros se ha hecho más patente. Treinta años de reinado “socialista” han fomentado y aumentado estas desigualdades, creando el cultivo adecuado para que las tribus enfrentadas se posicionen más claramente.
El caso es que mientras los sevillanos nos miramos el ombligo –este es uno de los ejercicios que mejor sabemos hacer-, jienenses, granadinos y, sobre todo, malagueños, no han dejado de pescar en el río revuelto para satisfacer sus ambiciones, siempre respaldados por la inestimable ayuda de los distintos consejeros que pasan por el gobierno de la Junta de Andalucía, que, extraña coincidencia, casi siempre son de las citadas provincias y los más activos enemigos de Sevilla.
Así, desde que se inició la autonomía y el estado central fue traspasando las competencias que tenía en la comunidad a la Junta, ésta, en los presupuestos anuales, fue discriminando ostensiblemente a esta provincia, siendo de las ocho la que menos dinero recibe, año tras años, en relación con el número de habitantes que cuenta. Desde entonces, Sevilla ha sido la cenicienta de las inversiones de la Junta. Por ello no es de extrañar que mantengamos unas infraestructuras obsoletas, indignas de una capital autónoma, por capitalidad, historia y población, y que tengamos que conformarnos con unas carreteras que ya estaban desfasadas cuando las construyeron, teniendo que soportar la población metropolitana constantes atascos diarios para trasladarse a su trabajo mientras que en otras provincias orientales se siguen construyendo autovías de tres y cinco carriles¡¡¡¡, para el disfrute de los turistas, con una SE-40 paralizada que Dios sabe cuando se reiniciará, después de un montón de años de retraso, con un metro que hace más de veinte años que debería estar funcionando y para el que la Junta "no tiene dinero" mientras se sigue financiando el de Málaga.
Pero esto parece que no le importa al sevillano. Para él es más importante saberse el centro del mundo, que sus Esperanzas salgan el viernes santo, su virgen de los Reyes, que esté lista la feria para el pistoletazo inicial, la visita a su rey “santo”, que no se atrevan a tocar la Giralda los “moritos”, que la catedral siga en su sitio, y pare usted de contar, mientras los otros –políticos, consejeros y ciudadanos- barren para su ciudad, como Dios manda y pese a quien pese.
Alegra observar cómo Andalucía se actualiza, pero unas ciudades más que otras, aunque los sevillanos no se den cuenta del agravio comparativo y sus políticos, guarden un silencio cómplice y miren para otro sitio. La provincia de Sevilla fue una marginada en los presupuestos del Estado en tiempos del franquismo, pero en nada se ha beneficioado con la descentralización política y la implantación del estado autonómico, ya que "gracias" a la actuación premeditada y cateta de los responsables de nuestra autonomía, Sevilla está siendo relegada en este proceso urbanístico y se encuentra con las mismas infraectructuras que se ejecutaron para la Exposición del 92.
El sevillano es, esencialmente, culpable -junto a sus políticos locales- del atraso que padece su provincia, por indolente, irresponsable y poco exigente.
Pero después de digerir el contento inicial que tales obras deparan, uno no puede dejar de reflexionar y analizar lo que ha visto y llega a la triste conclusión del ninguneo y discriminación que se está cometiendo contra una de sus capitales, Sevilla, por tener la "desgracia" de haber sido elegida capital de la comunidad, algo fuera de lo normal, ya que es la única (que yo sepa) a la que se le castiga por tal motivo. Nadie cuestiona la capitalidad de Barcelona, Vitoria, Valencia, Zaragoza, Toledo, Santiago de Compostela, etc., estén mejor o peor elegidas, ni siquiera en el caso de la primera, que es un caso exacerbado de centralismo autonómico, y que ha fagocitado a las tres restantes ciudades que componen la citada comunidad.
Estas no son más que las consecuencias lógicas de las luchas intestinas que aún mantienen, inconscientemente, los distintos grupos de personas con los que repoblaron la región, después de haber quedado casi desierta de población autóctona, tras la ocupación castellana. De nuevo, el extenso territorio andaluz se vio envuelto en una lucha de “clanes”, algo que fue de vital significación para la pérdida de Al-Andalus: las rivalidades tribales, por hacerse con el control del poder y la posesión de las mejores tierras.
De hecho, el andaluz, aun en el siglo XXI, inconscientemente, se siente “un nacido accidental en esta comunidad”, máximo representante de la ideología del imperio en el lugar y defensor de sus señas paternales, sin aspiraciones de integrarse en una nueva comunidad de hombres venidos a vivir a otra tierra, como ha ocurrido con otras regiones del mundo, las más significativas, Estados Unidos de América y Australia. Con la autonomía, esta lucha de intereses y desencuentros se ha hecho más patente. Treinta años de reinado “socialista” han fomentado y aumentado estas desigualdades, creando el cultivo adecuado para que las tribus enfrentadas se posicionen más claramente.
El caso es que mientras los sevillanos nos miramos el ombligo –este es uno de los ejercicios que mejor sabemos hacer-, jienenses, granadinos y, sobre todo, malagueños, no han dejado de pescar en el río revuelto para satisfacer sus ambiciones, siempre respaldados por la inestimable ayuda de los distintos consejeros que pasan por el gobierno de la Junta de Andalucía, que, extraña coincidencia, casi siempre son de las citadas provincias y los más activos enemigos de Sevilla.
Así, desde que se inició la autonomía y el estado central fue traspasando las competencias que tenía en la comunidad a la Junta, ésta, en los presupuestos anuales, fue discriminando ostensiblemente a esta provincia, siendo de las ocho la que menos dinero recibe, año tras años, en relación con el número de habitantes que cuenta. Desde entonces, Sevilla ha sido la cenicienta de las inversiones de la Junta. Por ello no es de extrañar que mantengamos unas infraestructuras obsoletas, indignas de una capital autónoma, por capitalidad, historia y población, y que tengamos que conformarnos con unas carreteras que ya estaban desfasadas cuando las construyeron, teniendo que soportar la población metropolitana constantes atascos diarios para trasladarse a su trabajo mientras que en otras provincias orientales se siguen construyendo autovías de tres y cinco carriles¡¡¡¡, para el disfrute de los turistas, con una SE-40 paralizada que Dios sabe cuando se reiniciará, después de un montón de años de retraso, con un metro que hace más de veinte años que debería estar funcionando y para el que la Junta "no tiene dinero" mientras se sigue financiando el de Málaga.
Pero esto parece que no le importa al sevillano. Para él es más importante saberse el centro del mundo, que sus Esperanzas salgan el viernes santo, su virgen de los Reyes, que esté lista la feria para el pistoletazo inicial, la visita a su rey “santo”, que no se atrevan a tocar la Giralda los “moritos”, que la catedral siga en su sitio, y pare usted de contar, mientras los otros –políticos, consejeros y ciudadanos- barren para su ciudad, como Dios manda y pese a quien pese.
Alegra observar cómo Andalucía se actualiza, pero unas ciudades más que otras, aunque los sevillanos no se den cuenta del agravio comparativo y sus políticos, guarden un silencio cómplice y miren para otro sitio. La provincia de Sevilla fue una marginada en los presupuestos del Estado en tiempos del franquismo, pero en nada se ha beneficioado con la descentralización política y la implantación del estado autonómico, ya que "gracias" a la actuación premeditada y cateta de los responsables de nuestra autonomía, Sevilla está siendo relegada en este proceso urbanístico y se encuentra con las mismas infraectructuras que se ejecutaron para la Exposición del 92.
El sevillano es, esencialmente, culpable -junto a sus políticos locales- del atraso que padece su provincia, por indolente, irresponsable y poco exigente.
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