La hipocresía de Occidente contiene unos parámetros tan insospechados, que, por mucho que lo preveas, siempre te cogen desprevenido. Sorprende oír la serie de declaraciones que últimamente están realizando los adalides de la “democracia”, respecto a las sangrientas respuestas que los gobiernos sátrapas están realizando contra la población de los países del norte de África, y, en concreto, de la península arábiga.
Uno ha visto y oído bastante en los años que lleva vivido, pero nunca deja de asombrarse cuando la política “formal” entra en juego. Me llena de perplejidad comprobar cómo este corrupto Occidente tiene la osadía de recriminar a unos gobiernos criminales que, hasta hace dos días, eran “admirables colaboradores y perfectos gendarmes” a su servicio, para que controlaran el “terrorismo” islamista y el continuo flujo de emigrantes hacia sus países desarrollados.
No hace más de dos semanas, los máximos dirigentes de Túnez y Egipto, de golpe, por necesidad del guión que reescribe EE.UU, se han convertido en el objetivo a batir y destronar, sin saberse a ciencia exacta, qué nuevos propósitos se reserva el Imperio para esa parte estratégica del mundo.
Ben Alí (23 años en el poder) y Hosni Mubarak (30 años) –hasta poco después de las revueltas que cogieron por sorpresa a Europa- eran miembros destacados de la Internacional Socialista, lugar donde se codea lo más “cool” de las democracias del mundo, y jamás se les reprochó la tiranía con la que gobernaban a sus respectivos pueblos, ni se percibían del olor a rancio que todos ellos desprendían.
Tampoco hace mucho que el, ahora maligno, Muamar Gadafi (41 años en el poder) se paseara por toda Europa con su estrafalaria jaima, y ninguno de estos gobiernos tan democráticos osó recriminar su política represiva ni su dilatada permanencia en el poder, incluido el nuestro, igual que ha sucedido con el corrupto y asesino gobierno de China, el cual ha sido recibido con todos los honores hace bien poco, allá donde ha estado, incluido San Obama, al que se le llena la boca, todos los días, de lecciones de democracia y defensa de los valores humanitarios .
No creo que lo que se proponga Occidente sea la “liberación” de estas poblaciones, ni mucho menos, la mejora de sus condiciones sociales. ¿Cual es la jugada? El tiempo nos lo revelará, pero mientras tanto diré que no hay revolución que valga lo suficiente como para justificar un sólo muerto, cuanto menos, los más de doscientos cincuenta que llevan en Libia, más otro tanto similar en Egipto y Túnez.
La revolución la hacen los pueblos en beneficio de los que aspiran a gobernar, olvidándose a los pocos meses, las consignas por las que se movilizaba a la masa y las promesas de bienestar y enmienda que estos hacían si llegaban al poder. El pueblo pone los muertos, y ellos, los gobernantes, recogen los beneficios. No hace falta retroceder muchos años para ver en qué han quedado algunas de las más importantes: Unión Soviética, China, Corea, Cuba, México, etc.
Uno ha visto y oído bastante en los años que lleva vivido, pero nunca deja de asombrarse cuando la política “formal” entra en juego. Me llena de perplejidad comprobar cómo este corrupto Occidente tiene la osadía de recriminar a unos gobiernos criminales que, hasta hace dos días, eran “admirables colaboradores y perfectos gendarmes” a su servicio, para que controlaran el “terrorismo” islamista y el continuo flujo de emigrantes hacia sus países desarrollados.
No hace más de dos semanas, los máximos dirigentes de Túnez y Egipto, de golpe, por necesidad del guión que reescribe EE.UU, se han convertido en el objetivo a batir y destronar, sin saberse a ciencia exacta, qué nuevos propósitos se reserva el Imperio para esa parte estratégica del mundo.
Ben Alí (23 años en el poder) y Hosni Mubarak (30 años) –hasta poco después de las revueltas que cogieron por sorpresa a Europa- eran miembros destacados de la Internacional Socialista, lugar donde se codea lo más “cool” de las democracias del mundo, y jamás se les reprochó la tiranía con la que gobernaban a sus respectivos pueblos, ni se percibían del olor a rancio que todos ellos desprendían.
Tampoco hace mucho que el, ahora maligno, Muamar Gadafi (41 años en el poder) se paseara por toda Europa con su estrafalaria jaima, y ninguno de estos gobiernos tan democráticos osó recriminar su política represiva ni su dilatada permanencia en el poder, incluido el nuestro, igual que ha sucedido con el corrupto y asesino gobierno de China, el cual ha sido recibido con todos los honores hace bien poco, allá donde ha estado, incluido San Obama, al que se le llena la boca, todos los días, de lecciones de democracia y defensa de los valores humanitarios .
No creo que lo que se proponga Occidente sea la “liberación” de estas poblaciones, ni mucho menos, la mejora de sus condiciones sociales. ¿Cual es la jugada? El tiempo nos lo revelará, pero mientras tanto diré que no hay revolución que valga lo suficiente como para justificar un sólo muerto, cuanto menos, los más de doscientos cincuenta que llevan en Libia, más otro tanto similar en Egipto y Túnez.
La revolución la hacen los pueblos en beneficio de los que aspiran a gobernar, olvidándose a los pocos meses, las consignas por las que se movilizaba a la masa y las promesas de bienestar y enmienda que estos hacían si llegaban al poder. El pueblo pone los muertos, y ellos, los gobernantes, recogen los beneficios. No hace falta retroceder muchos años para ver en qué han quedado algunas de las más importantes: Unión Soviética, China, Corea, Cuba, México, etc.
Son muchos los optimistas que quieren ver en estas movilizaciones, una espontánea reacción juvenil contra la opresión y la falta de democracia, algo que a mí, personalmente, me cuesta creer y, sospecho, que el dólar americano anda, por detrás, motivando a un sector de la población. Sólo con el patrocinio del dinero USA y la agitación de organizaciones radicales islamistas que ven la ocasión para coger un trozo de tarta, se pueda entender que, de pronto a porrazo, se organice semejante revuelta en una parte del mundo tan poco sensibles a las necesidades de cambio. De momento, Europa, sospechosamente, recortará las ayudas que venía ofreciendo a los países del antiguo Telón de Acero que "colaboraron" a que cayera el régimen Soviético, y las destinará a "premiar" a los países que están acabando con las dictaduras que ellos fomentaron y permitieron.
Queremos creer que las teorías marxistas y el comunismo están obsoletos y desfasados (es una musiquilla que no se cansa de repetir la derecha mundial, esa que gobierna desde el Neolítico), pero nos equivocamos al realizar este precipitado análisis; los que fallamos, en su aplicación, somos los hombres, que la interpretamos y ejecutamos como nos parece. No son las ideas las que están equivocadas, como no lo están las sagradas escrituras; es el hombre el que está, incorregiblemente, perdido, y como tal, toda actividad que realiza la convierte en un conflicto de intereses creados, completamente divorciados de las necesidades básicas y perentorias del resto de la población.
La única revolución justa, necesaria y pendiente, para que pudiera mejorar el mundo, debería ser la personal. Sin ella, cualquiera que se realice sólo produciría dolor y muerte. Dolor y muerte para el pueblo, porque, pregunto: ¿Cuántos líderes han visto ustedes que hayan caído desde que empezaron estas revueltas que comentamos? ¡Ninguno! Ellos están a verlas venir, por si ésta fracasa y hay que volver a rendir pleitesía al dictador de turno.
Todos apoyamos la lucha por la libertad de los pueblos del Magreb, sólo espero que luego no seamos hipócritas y nos quejemos de la avalancha de inmigrantes y de la subida del petróleo. Son nuestro daños colaterales, los suyos son la sangre.
ResponderEliminarDe hecho ya estamos viendo las consecuencias de todo ello: miles de muertos, una guerra entre hermanaos, y sobre todo, la esperada escalada del precio del barril de petróleo, y (¡hurra por EE.UU.) la gran demanda de dólares para comprarlos.
ResponderEliminarUn saludo.