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jueves, 15 de abril de 2010

TENEMOS LO QUE NOS MERECEMOS



Desde que se asentó la democracia, la clase trabajadora cambió su esquema reivindicativo por otro -influenciada por la "progresía" pujante- más tolerante y permisivo. Ahora el capital no está satanizado, su manera de vivir y actuar es el objetivo fundamental de cualquier currela. El dinero, el derroche, "la buena vida", forma parte de la ideología del nuevo ciudadano medio. Y, aunque saben que nunca llegarán a ser como ellos, la sola posibilidad de alcanzarlo, los mantienen activos en esta actitud regresiva que convierten a un importante sector del trabajo, en grandes enemigos de posiciones políticas de izquierdas.
De ahí la alternancia en la dirección del estado, durante treinta y cinco años, de partidos de centro derecha, unas veces, y de centro izquierda, otras. Las elecciones no las ganan las propuestas esperanzadoras del contrario; las pierden el aburrimiento y el hartazgo que producen sobre el ciudadano el que vayan pasando los años y no se haya modificado lo más mínimo su desagradable situación.
El trabajador ya no aspira -como ocurría en otros tiempos- a cambiar la situación social que mantiene los formidables privilegios de unos, mientras que la mayoría se debate en la inestabilidad de la pobreza. Nada de eso. Ahora, el trabajador moderno, el aspirante a rico, a lo que aspira es, a cambiar su suerte canallesca, aunque en el camino arrase con la de otros de su misma especie.
Por eso, no cuestiona, se irrita. No exige, ruega. El trabajador no aspira a que la sociedad se transforme; solo confía, con firmeza, en que su situación cambie. Y para ello, deposita su voto, cada cuatro años, en aquellos partidos que no aspiran a cambiar el modelo social del país, marginando a las corrientes políticas que defienden unas ideas y unos principios que chocan frontalmente, con las aspiraciones que ahora mantienen.
Gracias a estas debilidades, padecemos cada determinado tiempo los gobiernos que elegimos. Somos rehenes de nuestras debilidades, de nuestras incongruencias y nuestras inhibiciones morales. Tenemos lo que hemos votado y, por lo tanto, tenemos lo que nos merecemos. Nadie se puede dar por engañado.

Esto es lo que decían nuestro Presidente y su ministro de trabajo hace unas semanas:












Y esta es la propuesta que hacía, unos días después de estas últimas declaraciones, a los agentes sociales: abaratar la indemnización por despido (que ningún empresario cumplía, sea dicho de paso) de 45 días por año trabajado, a 33, ocho de ellos a cargo del Fondo de Garantía Salarial. Zaptero se plantea, además, pagar parte de las indemnizaciones de los despedidos, con dinero público; para que se entienda mejor: de su dinero y del mío, con lo que las expectativas económicas que se le avecinan al capital, no pueden ser mas halagüeña. En tiempos de bonanza, a ganar dinero hasta por las orejas, sin repartir entre los que se lo han hecho ganar, y cuando llegan las vacas flacas, a compartir las pérdidas entre todos. Menos mal que tenemos un gobierno progresista, elegido concienzudamente, por los exigentes trabajadores. Ahora, como andarán defraudados, como no habrá cambiado, si no es para peor, su condición económica y social, estarán pensando en las próximas elecciones generales para darle un escarmiento, y votarán al PP, por si suena la flauta y les cae algo en suerte.

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