A cada convocatoria social a la que acudo no dejo de hacerme la pregunta que con tanta insistencia me desmoraliza: ¿dónde están todos los “compañeros” que, en los momentos en que Franco estaba más rabioso, nunca se perdían una movida? Eran tenaces, solidarios y, quiero creer que, convencidos de lo que hacían. Pero la terrible transición, la frustrada ruptura democrática, y luego, la descafeinada democracia, han hecho que hayan desaparecidos del mapa de la actividad política.
En las actuales movilizaciones continúo viendo a líderes de entonces, acompañados por los nuevos relevos, que más parecen ejecutivos de empresas privadas, que miembros de organizaciones de izquierdas. Pero de “los míos”, ni rastro, y mira que éramos bien conocidos los doscientos y picos de todas las citas agitadoras.
A unos se los llevó el “casorio”, al elegir como compañera/o, a una persona que estaba fuera de la movida social, y a la cual no han sabido transmitirles, aquello que, quizás, ni ellos mismos sentían. Porque hubo de todo en la movida de los años 60 y 70: desde el insufrible snobismo, hasta el “estoy aquí porque pasaba por la acera de enfrente y me acerqué a ver qué se cocía”, ect. A otros, la repugnancia y el hartazgo de ver en qué se ha convertido hoy día la política y el comportamiento inmoral de los políticos. Y a los más, el descubrimiento de los nuevos valores que significan el acceso al dinero, y su conversión en “personas serias y respetables”, y por lo tanto, en adoradores del capitalismo.
Uno no puede dejar de interrogarse, cómo han podido caer tantas personas en el camino, y sospechar, con gran pesadumbre, que quizás este hecho, no haga más que aclararnos el fracaso de la izquierda en España: la posición que manteníamos no era más que una mentira, y nosotros, los rojos, los luchadores, los aguerridos combatientes, una impostura.
A cada convocatoria social a la que acudo, no puedo evitar hacerme innumerables preguntas.
En las actuales movilizaciones continúo viendo a líderes de entonces, acompañados por los nuevos relevos, que más parecen ejecutivos de empresas privadas, que miembros de organizaciones de izquierdas. Pero de “los míos”, ni rastro, y mira que éramos bien conocidos los doscientos y picos de todas las citas agitadoras.
A unos se los llevó el “casorio”, al elegir como compañera/o, a una persona que estaba fuera de la movida social, y a la cual no han sabido transmitirles, aquello que, quizás, ni ellos mismos sentían. Porque hubo de todo en la movida de los años 60 y 70: desde el insufrible snobismo, hasta el “estoy aquí porque pasaba por la acera de enfrente y me acerqué a ver qué se cocía”, ect. A otros, la repugnancia y el hartazgo de ver en qué se ha convertido hoy día la política y el comportamiento inmoral de los políticos. Y a los más, el descubrimiento de los nuevos valores que significan el acceso al dinero, y su conversión en “personas serias y respetables”, y por lo tanto, en adoradores del capitalismo.
Uno no puede dejar de interrogarse, cómo han podido caer tantas personas en el camino, y sospechar, con gran pesadumbre, que quizás este hecho, no haga más que aclararnos el fracaso de la izquierda en España: la posición que manteníamos no era más que una mentira, y nosotros, los rojos, los luchadores, los aguerridos combatientes, una impostura.
A cada convocatoria social a la que acudo, no puedo evitar hacerme innumerables preguntas.
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