Árbol de Navidad
Odiaba las Navidades a muerte, pero nadie -ni su esposa ni sus hijos ni sus
nietos- lo tomaba en serio. La tarde de Nochebuena, aprovechando que
habían salido a comprar los últimos regalos, se desnudó, desnudó el árbol,
pisoteó las bolas y se aderezó cabeza, brazos y piernas con bombillas de
colores. Después metió los pies en una palangana en el preciso instante
en que un cortocircuito dejaba sin luz a todo el barrio. Pero él aguardó,
impertérrito, canoso, mojado y gordo, arrugándose a oscuras. Tras una hora de
espera, el agua ya estaba helada y se levantó, tiritando, a buscar un albornoz.
Su familia lo descubrió en el pasillo, justo en el momento en que volvía la luz,
en pelotas, vestido sólo de estornudos y guiños parpadeantes, la estrellita
plateada en la oreja, el reno en el ombligo y el muérdago en su sitio. “Feliz
Navidad” dijo.
Qué buen microrrelato, despojado (¡igual que el arbolito!),absurdo e irónico, con ese final grotesco y tierno a la vez.
ResponderEliminarFelicitaciones al autor.
Mirella, a mí, lo que me atrajo de él, fue el final, esa cosntatación de que sólo tenemos arrojo y valor en contadas ocasiones, y que una vez pasados éstos, aceptamos de manera grotesca -como bien dices-, la vuelta a ese mundo de la hipocresía.
EliminarBienvenida -también- por este Rincón hermano del que visitabas.
Nos vemos.