Pese a la influencia yanqui, los gustos excéntricos de la
gente guay modernista, y la apatía y comodidad de muchos, el Belén
–representación tradicional de la Navidad en los países mediterráneos- sigue
teniendo un fuerte arraigo en determinados sectores de la población española.
Aquí, en Sevilla, todos los años –en los meses de noviembre
y diciembre-, se sigue celebrando la tradicional Feria del Belén, en la que los
sevillanos adquieren figuras para reponer o ampliar esa obra artística y emocional que
representa el Belén Napolitano. Las excusas para no hacerlo, como “ocupa
mucho espacio”, “no tengo tiempo para montarlo”, “es muy caro”, etc., sólo son un pretexto, porque recuerdo
que de pequeño, en los hogares donde no había “posibles” ni sitio donde situarlos, se solucionaba, colocando en un rincón del salón, un pequeño
pesebre con Jesús niño, María, José, la mula y el buey, y una brillante
estrella.
Pero cada día vamos siendo más “modernos”, y lo tradicional,
lo “nuestro” huele a pasado y viejo, y mola más poner un árbol, celebrar
halloween, y si me apuran, también el día de acción de gracias (que todo se
verá, sólo hay que dar tiempo al tiempo) para que nos sintamos súper, súper, maravillosos
y modernos.
El Belén está en peligro de extinción, como otras muchas más costumbres populares, pero hasta que ese momento llegue hay que seguir transmitiéndole a los pequeños el amor por esta tradición mediterránea que tiene siglos de historia y que es asumido por la población en general al margen de creencias religiosas.
El Belén está en peligro de extinción, como otras muchas más costumbres populares, pero hasta que ese momento llegue hay que seguir transmitiéndole a los pequeños el amor por esta tradición mediterránea que tiene siglos de historia y que es asumido por la población en general al margen de creencias religiosas.
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