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martes, 14 de diciembre de 2010

Vladimir Mayakovski: Poemas







"Lo difícil no es morir,
sino seguir viviendo".

Vladimir Mayakovski nació en Bagdati (Georgia) el año 1893 y moriría en Moscú el 1930. Era hijo de padres humildes y en 1906 tienen que trasladarse a Moscú después de la muerte del padre, donde, pesar de su juventud (13 años) pronto tendría contactos con los movimientos de ideología bolchevique y a participar en constantes revueltas contra el zar, lo que le produciría sus primeras detenciones. Sería en este ambiente presidiario donde Vladimir comenzará su labor literaria.

En 1915 escribe su gran poema, “La nube en pantalones” (incluido en esta selección el prólogo del mismo y la primera parte) y en 1916 “La flauta espinazo”, también genial.
Con el triunfo de la revolución bolchevique en 1917, Mayakovski entra en una frenética actividad, tanto política, como artística: cree llegado el momento donde habría que destruir todo lo clásico, lo caduco, lo anticuado, y reinventar desde cero todo el futuro artístico.

Su carácter impulsivo y revolucionario le conlleva a tener problemas con el partido. Su creciente decepción por el desarrollo negativo y la creciente burocratización de la revolución, criticado en su comedia “La chinche” y “Los baños”, le fue proporcionando algunos conflictos con el aparato del partido, a los que se les añadieron sus fracasos literarios, además de los desengaños amorosos. Todas estas causas fueron, quizás, las que les llevaron a tomar la decisión de suicidarse el 14 de abril de 1930.

Como ocurre casi siempre, después de su muerte, le fueron concedidos todas las glorias y honores que merecía cuando estaba vivo, y el estado soviético se adueñó –una vez que el artista no podía molestar) de su literatura y fue reconocido como el creador de la poesía revolucionaria soviética.

Mayakovski fue una de las figuras más relevante dela poesía revolucionara rusa de principios del siglo XX, además de ser el creador y uno de los más destacados del futurismo ruso.
Tenía un gran talento y era capaz de presentar cosas que hemos visto cientos de veces, de una manera que nos parecen completamente nuevas. Maneja las palabras y el diccionario como un maestro audaz que trabaja de acuerdo con sus propias leyes, guste o no guste su artesanía. Muchas de sus imágenes, frases y expresiones, han entrado en la literatura y permanecerán en ella mucho tiempo, si no para siempre.

Su obra más significativa, artísticamente, y más prometedora, desde el punto de vista de la capacidad creadora, es “La nube en pantalones”, el poema de amor más desgraciado y desgarrador que conozco. Resulta difícil creer que algo con tanta fuerza y con una forma tan original, haya sido escrito por un joven de veintidós años.



¿Se atreve?


Yo emborronaré el mapa de lo vulgar
vertiendo la pintura en un vaso.
En un plato de gelatina mostré
los pómulos oblícuos del océano.

En las escamas de un pez de hojalata
leí la llamada de nuevos labios.
Y usted
¿se atreve
a tocar un nocturno
en la flauta de los canalones?

Oigan

Oigan;
si encienden
las estrellas
es porque alguien las necesita. ¿verdad?
Es que alguien desea que estén,
es que alguien llama perlas a esas escupitinas.
Resollando
entre tormenta de polvo al mediodía
penetras hasta Dios,
teme haber llegado tarde
llora,
le besa las mano carniseca,
implora
que pongan sin falta una estrella
jura
que no soportará ese tormento inestelar.
Y luego
anda preocupado,
aunque aparenta calma.
Dice a alguien:
¿ahora no estás mal, eh?
¿A que ya no tienes miedo?
Oigan, si encienden
las estrellas
es porque alguien las necesita ¿verdad?
Es indispensable
que todas las noches
sobre los tejados
arda
aunque sea una sola estrella.



Lilichka
(EN VEZ DE CARTA)


El humo del tabaco resquemó el aire.
El cuarto, un capítulo en el infierno kruchonijiano*.
¿Te acuerdas?,
tras esa ventana,
por vez primera,
acaricié, frenético, tus manos.
Hoy estás
con el corazón acorazado.
Otro día más,
y me expulsarás abrumándome de injurias.
En la turbia antesala no acierta
con la manga la mano quebrada de temblor.
Huiré,
arrojaré el cuerpo a las calles.
Arisco,
enloqueceré
tajado de desesperación.
¿Para qué eso?,
querida,
piadosa,
déjame decirte ¡adiós!
Aunque no quieras
es mi amor
lastre que arrastrarás
adonde vayas.
Deja que llore en el último grito
el amargor del desaire.
El buey cansado de trabajar
va
y se tumba en las aguas frías.
Para mí
no hay otro mar que tu amor,
y tu amor no concede descanso.
Si quiere calma el elefante agotado
se acuesta majestuoso en la arena encendida.
Para mí
no hay otro sol que tu amor,
y yo no sé dónde estás, ni con quién.
Si atormentaran así a un poeta,
él,
por dinero, cambiaria a su amada y la fama,
pero a mí
no me alegra otro sonido
que el sonido de tu nombre entrañable.
No me arrojaré al patio,
no beberé veneno
ni podré apretar el gatillo en la sien.
En mí,
aparte de tu mirada,
no manda el filo de las navajas.
Olvidarás mañana
que te coroné,
que abrasé en el amor el alma florida,
y el carnaval agitado de los días vanos
aventará las páginas de mis libros.
Las hojas secas de mis palabras
¿te harán detenerte
y respirar con ansiedad?
Déjame
que con mi última ternura alfombre
tus pasos que se van.



Y de todos modos


La calle se ha hundido como la nariz de un sifilítico.
El río es voluptuosidad que se prolonga en saliva.
Lanzando su ropa interior hasta la última hoja
los jardines yacen derrengados obscenamente en junio.

Salgo a la plaza,
me pongo en la cabeza
la calle ardiente, como una peluca roja.
Los peatones me eluden con temor: en mi boca
agita las piernas un grito a medio masticar.

Pero no oiré un reproche, no escucharé ladridos,
y habrá flores a mis pies como a los de un profeta,
porque ustedes, narices hundidas, lo saben muy bien:
yo soy su poeta.

¡Vuestro juicio final me da tanto miedo como una taberna!
Pero tan sólo a mí, a través de edificios en llamas,
me sacarán en andas las prostitutas como a efigie sagrada,
y me mostrarán a Dios en su descargo.
¡Y Dios llorará leyendo mi brevísimo libro!
Hecho de temblores en compactado ovillo, no de palabras;
y echará a correr por el cielo estrechando mis versos
y los recitará a sus amigos conteniendo el aliento.


 

La flauta espinazo



Para todos vosotros,
los que me gustaban o me gustan,
guardados por las imágenes santas en la cueva,
levanto el cráneo lleno de versos,
como una copa de vino en un brindis de sobremesa.
Pienso más y más a menudo:
sería mejor poner el fin
con la punta de una bala:
Hoy mismo,
por si acaso,
doy un concierto de despedida.
¡Memoria!
Recoge en la sala del cerebro
las filas inagotables de los amados.
Vierte la risa de los ojos en los ojos.
Adorna la noche de las bodas pasadas.
Verted la alegría de la carne en la carne.
Que la noche no se olvide de nadie.
Hoy tocaré la flauta
En mi propia espina dorsal.



Poema inconcluso

 

(Preludio inacabado de un poema, probablemente escrito poco antes del suicidio en 1930)

I
 ¿Me quiere? ¿No me quiere? Retuerzo las manos
y los dedos
destrozados desperdigo.
Así deshojan al adivinar y esparcen
por mayo
corolas de margaritas del camino.
Aunque las canas descubran el peinado y la barba;
aunque abundantes suenen en plata
los años
espero, confío; que jamás llegue
a mí el vergonzoso buen juicio.

 

II

Son las dos
estarás en la cama
O tal vez
tú también andes mal.
No hay prisa,
y con urgencias de telegrama
no tengo
porqué
despertarte y molestar.

 

III

El mar se aleja de mí.
El mar se aleja a dormir.
Como dicen, incidente zanjado,
la barca querida varó en lo diario.
Estamos en paz,
y no viene a cuenta un listado
de mutuos dolores, penas y agravios.


IV

Son las dos estarás en la cama.
La Vía Láctea es un Osa de plata estelar.
No hay prisa y con urgencias de telegrama
no tengo porqué despertarte y molestar.
Como dicen, incidente zanjado,
la barca querida embarrancó en lo diario.
Estamos en paz y no viene a cuenta un listado
de mutuos dolores penas y agravios.
Mira en el mundo qué paz;
la noche orló de un tributo de estrellas el cielo.
A estas mismas horas te levantas a hablar
a los siglos, la historia y el universo.

 

V

Sé de la fuerza de las palabras, sé de las palabras el rebato.
No son a las que aplauden los palcos.
De palabras tales se desprenden los ataúdes
y sus cuatro patitas de roble sacuden.
A veces la suprimen, no se publica ni imprime,
pero la palabra vuela con las cinchas ceñidas,
tañe los siglos y llegan a rastras los trenes
a lamer las manos encallecidas de la poesía.
Sé de la fuerza de las palabras: parece de memos,
pétalos caídos bajo los tacones de un baile.
Pero el hombre con el alma los labios los huesos.

La nube en pantalones

(He dejado para el final este magnífico y desgarrador poema, donde se recoge a la perfección la gran calidad y la profunda sensibilidad del autor, especialmente, en la parte I)

Prólogo
Con mi corazón sangrante desgarrado en harapos
excitaré
vuestra mente
que sueña en cerebros reblandecidos
cual cebado lacayo en mugriento sofá;
hasta hartarme me burlaré, atrevido y mordaz.

Ni una sola cana mi alma tiene,
ni en mis años hay ternura senil.
La fuerza de mi voz atruena el mundo
y con veintidós años
camino enhiesto, hermoso.

¡Vosotros los delicados!
que sobre tiernos violines recostáis el amor
o, si rudos sois, sobre timbales.
Nunca podréis hacer como yo,
volverse del revés y ser todo labios.
Venid y aprended.

Damas pulidas envueltas en sedas y batistas
que humedeciendo los labios hojean los libros
como cocineras un libro culinario:
¡dejad esa decencia de ligas angelicales!
Si quieren
amaré la carne hasta la locura
y, tornasolado como el cielo,
si quieren
seré intachablemente delicado:
no seré un hombre,
sino una nube en pantalones.

En el mundo no existe una Niza florida.
Hoy glorifico de nuevo
a hombres cansados como un hospital,
y a mujeres sobadas como un refrán.




I

 
¿Creen que delira el paludismo?

Esto ocurrió,
ocurrió en Odesa.

"Vendré a las cuatro", dijo María.

Ocho.
Nueve.
Diez.

La tarde
se alejó de las ventanas
hacia el horror nocturno,
lúgubre
decembroso.

A mi espalda decrépita ríen y carcajean
los candeleros.

Ahora no me reconocerían:
el gigante musculoso
gime,
se contuerce.
¿Qué querrá una mole así?

¡La mole quiere tantas cosas!
¡Qué más me da
ser de bronce
y el corazón de hierro frío!
De noche quiero esconder mi tañir
en algo blando,
de mujer.

Por eso,
enorme,
me encorvoa la ventana.
¿Llegará el amor o no?
¿Cómo será:
grande o diminuto?

¿Puede ser grande en este corpachón?
Será un amorcito
pequeñito, dócil.

Le espanta la bocina del automóvil,
le encanta el timbrecito del tranvía.

Hundo
una y otra vez mi rostro
en el rostro cacarañado de la lluvia,
espero,
salpicado por el fragor del flujo callejero.

La medianoche con un cuchillo
llegó,
dio una puñalada.
¡Se acabó!

Rodó la hora doce
como del tajo la cabeza degollada.

En el cristal las gotas grises
aúllan,
gesticulan
como si bramaran las quimeras
de Nuestra Señora de París.

¡Maldita!
¿Te parece poco?
Pronto la boca se desgarrará a gritos.

Oigo:
silencioso,
como el enfermo del lecho,
saltó un nervio.

Primero caminó
apenas,
luego corrió convulso,
preciso.
Ahora él y dos más
bailan un zapateo desesperado.

Cayó la cal en el techo de abajo.

Los nervios,
grandes,
pequeños,
muchos,
se lanzan desbocados
y ya
a los nervios les fallan las piernas.

En el cuarto la noche se alaga y alaga,
no puedo sacar los ojos plomizos del fango.

De pronto las puertas rechinaron
como si el hotel
no diera diente con diente.

Entraste
tajante como un "¡tenga!",
torturando la gamuza del guante,
dijiste:
"¿Sabe?,
me caso".

Bueno, cásese.
Lo soportaré.
Mire que tranquilo estoy:
como el pulso de un cadáver.

¿Recurda?
Decía usted:
"Jack London,
dinero,
amor,
pasión";
mas yo sólo veía:
usted era Gioconda
que habían de robar.

Y la robaron.

Otra vez enamorado entraré en el juego
abrasabdo el arco de mis cejas.
¿Y qué?
También en la casa quemada
se cobijan los vagabundos.

¿Se burla?
"Tiene menos esmeraldas de locuras
que céntimos un mendigo".
¿Acuérdese!
Desapareció Pompeya
cuando irritaron al Vesubio.

Siento que
el "yo"
me queda estrecho.
Alguien de mí pugna por salir.

-¡Alló!
¿Quién es?
-¿Madre?
-Madre,
su hijo está hermosamente enfermo.
-Madre,
padece de incendio del corazón.
Diga a mis hermanas, Liuda y Olia
que no tengo adónde escapar.
Cada palabra,
hasta la broma,
que expulso por la boca ardiente
salta como una raamera desnuda
de un lupanar en llamas.

La gente olfatea:
huele a chamusquina.
Enviaron a unos:
¡Fulgentes!
¡Con cascos!
-¡Atrás, botazas!
Digan a los bomberos
que al corazón ardiente se sube con carias.

Yo mismo
rodaré, como barricas, los ojos de lágrimas.
Dejen que me apoye en las costillas.
¡Saldré! ¡Saldré! ¡Saldré! ¡Saldré!
Se derrumbaron.

¡Es imposible salir del corazón!

De la car abrasada
por la grieta de los labios
un besito carbonizado quiso lanzarse.

Madre:
no puedo cantar,
en la iglesia del corazón se inflamó el coro.

Abrasados, los muñecos de palabras y números
saltan del cráneo
como niños de una caasa ardiendo.
Así el miedo
levantó a agarrarse al cielo
las manos incandescentes del "Lusitania".

A las gentes temblantes,
hasta la quietud doméstica
un fulgor de cien ojos quiere llegar del puerto.
¡Último grito!,
por lo menos tú
gímeles a los siglos
que me quemó.





 

2 comentarios:

  1. Gracias por compartir estos poemas.
    Me gustaría saber de quién son las traducciones.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La traducción es de José Fernández Sánchez, y los poemas están publicados en Visor (tomos I y II), de 1973.
      Un saludo.

      Eliminar

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