Sorprende observar la reacción de los países “democráticos” ante la filtración, por parte de Wikileaks, de más de 250.000 documentos relacionados con la labor de espionaje que realizaban las embajadas de Estados Unidos en distintas naciones del mundo. Nadie se ha atrevido a criticar la injerencia en los asuntos internos, ni la intromisión en el desarrollo normal de las instituciones de esos países.
Se lleva publicado una mínima parte de lo filtrado, pero lo que ya se sabe respecto a España, es para poner en cuarentena las relaciones diplomáticas con el gangster americano, además de investigar la colaboración de determinados políticos del partido socialista, el cese inmediato del Fiscal General del Estado, Cándido Conde-Pumpido, “por haber maniobrado en beneficio de EE.UU. para frenar algunos casos de investigación”, (el sangrante asesinato de José Couso, a manos de las tropas americanas, en la invasión de Irak), según las revelaciones de Wikileaks, y de relevantes miembros de la Audiencia Nacional, que prometieron al embajador del Imperio, “hacer todo lo posible para que la investigación de los malos tratos cometidos en Guantánamo y los "vuelos secretos de la CIA" no cayeran en manos del juez Garzón.
Como indicaba al comienzo, lo más asombroso del caso no es conocer a través de estos documentos lo que ya intuíamos la mayoría, sino la reacción sibilina y desvergonzada del delincuente y sus vasallos contra la organización que ha sacado a la luz pública el grave abuso diplomático que ha realizado la superpotencia, infracción que está penalizada por todas las convenciones internacionales y que, en el caso de haberlo realizado cualquier otro país que no fuese El Amo del Mundo, tendría graves sanciones de la ONU, cuando no su expulsión, pero, desgraciadamente, el que manda, manda, y al resto lo único que le queda es callar, obedecer y campear el temporal que le atañe, de la mejor manera posible.
El Imperio –ya sé que me repito más que una ensalada con cebollas- es el Imperio, ya gobierne el país los Bush, los Clinton o el Santísimo Obama. Estados Unidos vive para él y el resto del mundo debe estar a su servicio, en caso contrario, se le desestabiliza o se le destruye. Pena me dan los buenos norteamericanos: debe ser difícil sobrevivir en un país que no ha superado aún la etapa de la colonización, por eso me solidarizo con ellos y les animo a que continúen con su lucha y no se dejen embaucar por los falsos profetas, aunque sean negros.
Como indicaba al comienzo, lo más asombroso del caso no es conocer a través de estos documentos lo que ya intuíamos la mayoría, sino la reacción sibilina y desvergonzada del delincuente y sus vasallos contra la organización que ha sacado a la luz pública el grave abuso diplomático que ha realizado la superpotencia, infracción que está penalizada por todas las convenciones internacionales y que, en el caso de haberlo realizado cualquier otro país que no fuese El Amo del Mundo, tendría graves sanciones de la ONU, cuando no su expulsión, pero, desgraciadamente, el que manda, manda, y al resto lo único que le queda es callar, obedecer y campear el temporal que le atañe, de la mejor manera posible.
El Imperio –ya sé que me repito más que una ensalada con cebollas- es el Imperio, ya gobierne el país los Bush, los Clinton o el Santísimo Obama. Estados Unidos vive para él y el resto del mundo debe estar a su servicio, en caso contrario, se le desestabiliza o se le destruye. Pena me dan los buenos norteamericanos: debe ser difícil sobrevivir en un país que no ha superado aún la etapa de la colonización, por eso me solidarizo con ellos y les animo a que continúen con su lucha y no se dejen embaucar por los falsos profetas, aunque sean negros.
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