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lunes, 13 de diciembre de 2010

Cambalache


No pretendo que, de mayores, tengamos la misma vitalidad física ni el ardor y el arrojo cerebral de cuando se tienen quince años. He de admitir que el tiempo te deteriora, te arruga, y, a muchos, los adormece, pero lo que no cabe duda es que te proporciona calma, frialdad reflexiva, facilidad para argumentar, pero de ahí a darle la vuelta al calcetín va un largo tramo. La manipulación de la famosa cita, quien no es revolucionario de joven no tiene corazón, y que quien lo sigue siendo de mayor no tiene cabeza, que suelen manejar los individuos -en su juventud, “revolucionarios de izquierdas”, y con la edad, reconvertidos en respetables “señores de derechas”- para tratar de justificar sus vergüenzas ideológicas, no se mantiene en un análisis pormenorizado.

La citada frase pretende crear una falsa disyuntiva entre el corazón y la cabeza, en la que, de aceptarla, reconoceríamos la nula relación existente entre uno y otro, por lo cual, tomaríamos por bueno la teoría reaccionaria de los que quieren hacernos creer que al usar el corazón (entendido como mezcla de afecto e ideas) implica que dejemos de usar la cabeza (que significa la utilización de la razón).
Plantear esta disyuntiva que anula la combinación conjunta de las dos actitudes, es una estrategia justificativa y disuasoria de estos sectores reacomodados, cuando es bien sabido que el uso de los dos conceptos no entran en colisión. Como en todo, es necesario priorizar y no dejar que ninguno de ellos prevalezca sobre el otro, sometiéndolo a la inactividad y al silencio.

Lo que ocurre es que hay muchos desclasados que no llevan bien el aburguesamiento en el que han entrado, y necesitan palabras, bellas frases, embaucadores argumentos, para maquillar sus traiciones ideológicas y el abrazo afectivo del nuevo status adquirido. Nos lo podemos encontrar en cualquier parte, en cualquier banco, pero lo más normal es que proliferen en el mundo de la política, en el campo de la administración, porque sólo allí se permite que los inmorales, los tránsfugas, los chaqueteros, hagan carrera.

Que a nuestra edad no sea normal que corramos delante de los “antidisturbios” como lo hacíamos de jóvenes, es algo que no voy a discutir, pero que, además, se nos exija que no pensemos y sintamos con la misma vehemencia y ardor que ellos, es algo que no acepto. Se puede ser mayor y aprovechar la sabiduría que el tiempo nos ha podido aportar para que nuestros actos sean más consistentes, pero lo que no se me puede exigir es que, en favor de unas ideas corrompidas y reaccionarias, desista de sentir y pensar con el mismo ardor que cualquier muchacho. Por ahí no entro; a mi no me clasifiquéis con la nueva etiqueta; de joven actuaba con gran corazón y bastante cabeza y ahora, de mayor, lo hago parecido, de otra manera, estaría ya muerto.

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