No hay nada más dramático, que contemplar, a través de las imágenes en televisión, o en las fotografías de los periódicos, los efectos devastadores de un ataque terrorista. Sólo las igualan, las de la hambruna, en el mundo, las de las catástrofes naturales y las provocadas por los conflictos armados.
Ante el poderío armamentístico del que hacen gala las grandes superpotencias, ha surgido un arma, contundente y bestial, contra la que no pueden hacer nada estos países: el terrorismo. Metafóricamente se le ha llegado a denominar “el arma de los pobres”, también como “la vía de escape del desesperado”, pero sobre todo, es el instrumento más eficaz e indiscriminado con el que cuentan los grandes manipuladores del cerebro, para amedrentar al resto de la población.
La historia del terrorismo no es nueva. A finales del siglo XIX, empezaron a emplearla determinados miembros del incipiente movimiento anarquista, inducidos por el ideólogo ruso Bakunin, para defenderse de la miseria y la explotación a la que eran sometidos los jornaleros y trabajadores, por parte de los omnipotentes terratenientes y los ambiciosos y novedosos capitalistas de la época. Terrorismo contra terror, en un intento desesperado por frenar las injusticias sociales que sufría la población.
Pero este era un terrorismo selectivo, concreto, ideológico, y, sobre todo, “controlado”, donde era frecuente la delación, aparecía la figura de los infiltrados, y los que lo ejecutaban, eran hombres temerosos del dolor (y la muerte), que tenían una carga familiar bastante importante.
En España fue notable la actividad que mantuvo, a principios del primer cuarto del siglo XX, la FAI, más en concreto, en el territorio de Cataluña como reacción al "pistolerismo" de la patrpnal. Aquí en Andalucía, también fue muy destacada la presencia anarquista, en especial, en las zonas rurales. A reseñar, el hecho histórico, en el año 1933, de la masacre y destrucción de todo un pueblo (Casas Viejas, en la provincia de Cádiz, rebautizado más tarde con el nombre de Benalup, y hoy llamado Benalup-Casas Viejas), por las fuerzas de la Guardia Civil y la Guardia de Asalto, que controlaba Azaña, como consecuencia de la insurrección surgida en el país, después de tres semanas de huelga revolucionaria.
Pero como escribía anteriormente, este terrorismo político era bastante más vulnerable que el que sufrimos ahora: el religioso. De hecho, son ya pocos los grupos que en la actualidad lo utilizan, ya sea por la represión policial con la que han sido perseguidos, o por la evolución de la sociedad que los justificaba. Así desapareció el grupo Baader-Meinhof, fracción del Ejército Rojo, (RAF), en Alemania, que tuvo una gran actividad entre los años 1970 y 1998; las Brigadas Rojas, en Italia, surgido en los años 70; el GRAPO y ETA político-militar, en España, y sólo quedan algunos grupos escasos que mantienen esta actividad terrorista, el más significativo, por cercanía a nosotros, es el de ETA.
Ahora, al que hay que temer, es al nuevo terrorismo que ha surgido en las postrimerías del siglo XX: el del fanatismo islámico. Auspiciado, difundido y santificado por un régimen y un personaje (Jomeini) en el que muchos depositamos nuestras expectativas políticas para solucionar el problema de despotismo y corrupción que existía en el Irán del Sha de Persia, este tipo de acción se ha extendido fuera de las fronteras de este país y ha calado hondo en bastantes grupos islamistas radicales, que la están utilizando, unas veces como auto-defensa (casos de Palestina e Irak), otras, como método para imponer sus costumbres y su doctrina, en base a una mala interpretación de las palabras del Profeta –en el mejor de los casos-, cuando no, en una manipulación descarada.
Este tipo de terrorismo es el más peligroso e incontrolable. Cuando una persona no siente ningún temor a perder la vida en la ejecución de una acción, para él, “sagrada”, no hay armamento ultramoderno, ni nuclear, que pueda detenerlo. Este terrorismo es indiscriminado, sólo trata de crear el mayor pánico posible entre la población, incluso entre sus mismos ciudadanos. Es la implantación, extricta, del terror.
Ante este tipo de ataques, no hay sociedad que se pueda proteger, máxime cuando en el resto del mundo debemos mantener un equilibrio respetuoso con el resto de las personas que profesan esa religión y son víctimas, a la vez, de esta escalada terrorista.
Contra esta actividad desestabilizadora no hay fuerza mundial que pueda, sobre todo si en ciertas ocasiones son espoleadas por algunos de los estados occidentales que se califican “democráticos”, casos recientes de la invasión de Afganistán por EE.UU. y la OTAN, el de Irak, por el Imperio USA y sus lacayos, o el más viejo de todos: el del constante abuso y ejercicio del terror, por parte de Israel, contra la población de Palestina, y el que puede ser un nuevo escenario de conflictos, el Sahara, a no ser que los que “cortan el bacalao”, obliguen a la dictadura marroquí a entregar las tierras que mantienen ocupadas ilegalmente, a sus propietarios, los saharauis.
Hay publicado por ahí un libro que leí cuando aún no estaba muy extendido el fenómeno terrorista en el mundo, y en el que, gráficamente, se explica de manera ficticia, cómo se puede llegar a conseguir un verdadero fedayín, de un pacífico ciudadano. El libro está escrito por Vladimir Bartol, con el título de “Alamut”. Es interesante sumergirse en el mundo de ¿ficción? que describe. Quizás, a raíz de su lectura, entendamos algunas de las claves que hacen posible -y se extienda-, este fenómeno terrorista al que no se le ve una vía de salida. El último caso, en el aeropuerto de Moscú, es evidente: nadie está seguro con estos desalmados asesinos: cualquiera de nosotros podemos convertirnos, cualquier día, en uno de sus objetivos.
Ante el poderío armamentístico del que hacen gala las grandes superpotencias, ha surgido un arma, contundente y bestial, contra la que no pueden hacer nada estos países: el terrorismo. Metafóricamente se le ha llegado a denominar “el arma de los pobres”, también como “la vía de escape del desesperado”, pero sobre todo, es el instrumento más eficaz e indiscriminado con el que cuentan los grandes manipuladores del cerebro, para amedrentar al resto de la población.
La historia del terrorismo no es nueva. A finales del siglo XIX, empezaron a emplearla determinados miembros del incipiente movimiento anarquista, inducidos por el ideólogo ruso Bakunin, para defenderse de la miseria y la explotación a la que eran sometidos los jornaleros y trabajadores, por parte de los omnipotentes terratenientes y los ambiciosos y novedosos capitalistas de la época. Terrorismo contra terror, en un intento desesperado por frenar las injusticias sociales que sufría la población.
Pero este era un terrorismo selectivo, concreto, ideológico, y, sobre todo, “controlado”, donde era frecuente la delación, aparecía la figura de los infiltrados, y los que lo ejecutaban, eran hombres temerosos del dolor (y la muerte), que tenían una carga familiar bastante importante.
En España fue notable la actividad que mantuvo, a principios del primer cuarto del siglo XX, la FAI, más en concreto, en el territorio de Cataluña como reacción al "pistolerismo" de la patrpnal. Aquí en Andalucía, también fue muy destacada la presencia anarquista, en especial, en las zonas rurales. A reseñar, el hecho histórico, en el año 1933, de la masacre y destrucción de todo un pueblo (Casas Viejas, en la provincia de Cádiz, rebautizado más tarde con el nombre de Benalup, y hoy llamado Benalup-Casas Viejas), por las fuerzas de la Guardia Civil y la Guardia de Asalto, que controlaba Azaña, como consecuencia de la insurrección surgida en el país, después de tres semanas de huelga revolucionaria.
Pero como escribía anteriormente, este terrorismo político era bastante más vulnerable que el que sufrimos ahora: el religioso. De hecho, son ya pocos los grupos que en la actualidad lo utilizan, ya sea por la represión policial con la que han sido perseguidos, o por la evolución de la sociedad que los justificaba. Así desapareció el grupo Baader-Meinhof, fracción del Ejército Rojo, (RAF), en Alemania, que tuvo una gran actividad entre los años 1970 y 1998; las Brigadas Rojas, en Italia, surgido en los años 70; el GRAPO y ETA político-militar, en España, y sólo quedan algunos grupos escasos que mantienen esta actividad terrorista, el más significativo, por cercanía a nosotros, es el de ETA.
Ahora, al que hay que temer, es al nuevo terrorismo que ha surgido en las postrimerías del siglo XX: el del fanatismo islámico. Auspiciado, difundido y santificado por un régimen y un personaje (Jomeini) en el que muchos depositamos nuestras expectativas políticas para solucionar el problema de despotismo y corrupción que existía en el Irán del Sha de Persia, este tipo de acción se ha extendido fuera de las fronteras de este país y ha calado hondo en bastantes grupos islamistas radicales, que la están utilizando, unas veces como auto-defensa (casos de Palestina e Irak), otras, como método para imponer sus costumbres y su doctrina, en base a una mala interpretación de las palabras del Profeta –en el mejor de los casos-, cuando no, en una manipulación descarada.
Este tipo de terrorismo es el más peligroso e incontrolable. Cuando una persona no siente ningún temor a perder la vida en la ejecución de una acción, para él, “sagrada”, no hay armamento ultramoderno, ni nuclear, que pueda detenerlo. Este terrorismo es indiscriminado, sólo trata de crear el mayor pánico posible entre la población, incluso entre sus mismos ciudadanos. Es la implantación, extricta, del terror.
Ante este tipo de ataques, no hay sociedad que se pueda proteger, máxime cuando en el resto del mundo debemos mantener un equilibrio respetuoso con el resto de las personas que profesan esa religión y son víctimas, a la vez, de esta escalada terrorista.
Contra esta actividad desestabilizadora no hay fuerza mundial que pueda, sobre todo si en ciertas ocasiones son espoleadas por algunos de los estados occidentales que se califican “democráticos”, casos recientes de la invasión de Afganistán por EE.UU. y la OTAN, el de Irak, por el Imperio USA y sus lacayos, o el más viejo de todos: el del constante abuso y ejercicio del terror, por parte de Israel, contra la población de Palestina, y el que puede ser un nuevo escenario de conflictos, el Sahara, a no ser que los que “cortan el bacalao”, obliguen a la dictadura marroquí a entregar las tierras que mantienen ocupadas ilegalmente, a sus propietarios, los saharauis.
Hay publicado por ahí un libro que leí cuando aún no estaba muy extendido el fenómeno terrorista en el mundo, y en el que, gráficamente, se explica de manera ficticia, cómo se puede llegar a conseguir un verdadero fedayín, de un pacífico ciudadano. El libro está escrito por Vladimir Bartol, con el título de “Alamut”. Es interesante sumergirse en el mundo de ¿ficción? que describe. Quizás, a raíz de su lectura, entendamos algunas de las claves que hacen posible -y se extienda-, este fenómeno terrorista al que no se le ve una vía de salida. El último caso, en el aeropuerto de Moscú, es evidente: nadie está seguro con estos desalmados asesinos: cualquiera de nosotros podemos convertirnos, cualquier día, en uno de sus objetivos.
Gracias por dejar clara la historia del terrorismo porque según el ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba:
ResponderEliminar"No habría terrorismo internacional si no existiera Internet".
Y se queda tan ancho... Ver para creer
Eso es como aceptar que no habría corrupción, si no existieran ellos...
ResponderEliminarO que la culpa del chivatazo del caso Faisán a ETA, la tuvo el teléfono...
Tenemos Rubalcaba para rato y nos obsequiará con más perlas como esa.
Un saludo