Hoy se cumple un año del terrible terremoto que asoló Haití, y, más o menos, las cosas están casi como el mismo día del funesto suceso que produjo mas de 250.000 muertos. Después de transcurrir 365 días y tener que haber oído las “generosas” promesas de ayuda de los países del “primer mundo" -de las cuales, sólo han llegado un 20%-, la cosa sigue estando como al principio, o casi igual, por no pecar de pesimismo. A fecha de hoy sólo se ha retirado el 20% de los escombros de los edificios hundidos y se ha rehabilitado el 5% de lo destruido.
En un país que aún padece las secuelas de la corrupción de su clase dirigente y la herencia colonial de las dos superpotencias que la expoliaron (EE. UU. y la “culta” Francia), con una población que raya el 80% de analfabetos y con el 80% de la propiedad de la tierra cultivable en manos de 20 familias, lo convierten en el más pobre de todos los territorios de la América Latina.
Más de un millón de personas siguen habitando en chabolas improvisadas con plásticos y cartones; el agua potable sigue estando escasa; carecen de infraestructuras higiénicas y unas medidas sanitarias escasas para las necesidades que la ocasión exige.
A todo lo descrito hay que añadir la casi ausencia de seguridad para la población, en concreto para niñas y mujeres, que son vilmente violadas en las chabolas por una jauría de “chacales” hambrientos de sexo, pero faltos de cerebro y solidaridad con los suyos: desgraciadamente, en los momentos de necesidad siempre aparece lo que más pierde al hombre: el sexo.
He de reconocer que no todo ha de ser desidia y promesas incumplidas, pero estarán de acuerdo conmigo que no es lógico que Haití (en pleno siglo XXI) siga sufriendo las penalidades que padece, ni la crueldad y el escarnio de un dios rencoroso y vengativo, y mucho menos, el "olvido involuntario" de unos gobiernos occidentales que gastan en comprar armamentos más de lo que necesita esa población para cubrir sus necesidades básicas. Después de lo que hemos derrochado en estas hipócritas festividades, el caso del país caribeño pone en entredicho nuestra solidaridad, sobre todo, pasadas las tres primeras semanas de los trágicos sucesos que a muchos nos movilizaron y conmovieron. La solidaridad, si no es asumida y continuada, se transforma en un acto reflejo, esporádico y folclórico. En Haití, recordémoslo, la gente sigue padeciendo las mismas carencias de hace un año, no lo olvidemos.
En un país que aún padece las secuelas de la corrupción de su clase dirigente y la herencia colonial de las dos superpotencias que la expoliaron (EE. UU. y la “culta” Francia), con una población que raya el 80% de analfabetos y con el 80% de la propiedad de la tierra cultivable en manos de 20 familias, lo convierten en el más pobre de todos los territorios de la América Latina.
Más de un millón de personas siguen habitando en chabolas improvisadas con plásticos y cartones; el agua potable sigue estando escasa; carecen de infraestructuras higiénicas y unas medidas sanitarias escasas para las necesidades que la ocasión exige.
A todo lo descrito hay que añadir la casi ausencia de seguridad para la población, en concreto para niñas y mujeres, que son vilmente violadas en las chabolas por una jauría de “chacales” hambrientos de sexo, pero faltos de cerebro y solidaridad con los suyos: desgraciadamente, en los momentos de necesidad siempre aparece lo que más pierde al hombre: el sexo.
He de reconocer que no todo ha de ser desidia y promesas incumplidas, pero estarán de acuerdo conmigo que no es lógico que Haití (en pleno siglo XXI) siga sufriendo las penalidades que padece, ni la crueldad y el escarnio de un dios rencoroso y vengativo, y mucho menos, el "olvido involuntario" de unos gobiernos occidentales que gastan en comprar armamentos más de lo que necesita esa población para cubrir sus necesidades básicas. Después de lo que hemos derrochado en estas hipócritas festividades, el caso del país caribeño pone en entredicho nuestra solidaridad, sobre todo, pasadas las tres primeras semanas de los trágicos sucesos que a muchos nos movilizaron y conmovieron. La solidaridad, si no es asumida y continuada, se transforma en un acto reflejo, esporádico y folclórico. En Haití, recordémoslo, la gente sigue padeciendo las mismas carencias de hace un año, no lo olvidemos.
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