Este quizás sea el ejemplar de Pinsapo (Abies Pinsapo, de la familia Pinaceae) que vive más al norte
de la península, en las bellísimas ruinas del monasterio benedictino de San Pedro de Arlanza, en la provincia de Burgos, aunque, después de descubrirlo, no seré yo quien se arriesgue
a certificar que sea el único, o que más arriba no aparezca algún otro que
desmienta la teoría tan tajante que mantienen los que saben y hablan de ésto, de que esta especie
de abeto no prolifera más allá de las sierras de Grazalema, en Cádiz, o de las
Nieves, en Málaga.
Está solitario en ese encantador paraje de la sierra de las Mamblas, a 45 kilómetros sureste de Burgos, pero su estado es inmejorable, siendo el amo y señor del caustro del citado monasterio. Calculo que debe de tener más de cien años, con una altura aproximada de 25 o 30 metros.
Recuerdo, allá por los años ochenta, el gesto de incredulidad de algunos “expertos” en
la materia cuando yo aportaba que cualquier especie (incluida la animal) que
se la mantuviera en un estado de cuidado mínimo era capaz de prosperar fuera de su
entorno, aún en climas y condiciones muy diferentes a las propias. Un ejemplo
de ello eran los dos pequeños Pinsapos que yo mantuve en el patio de mi casa durante
varios años, donde en época de canícula
llegaban a soportar temperaturas de hasta 45º. Portentosos son, también, los
ejemplares que hermosean "Villa Onuba", en Fuenteheridos (Huelva), o los que unos
familiares míos poseen en una aldea del Castillo de las Guardas (Sevilla),
donde, junto a varios castaños, desafían el sofocante calor de verano que hace
durante el día en esos parajes.
¿Cuál es la explicación? No soy entendido, pero –como el resto
de las cosas-, el cuidado, la aclimatación, el milagro de la supervivencia, más
el amor y la atención de aquel que lo planta, quizás sean los responsables de
que una especie se aclimate en un entorno hostil para el que no fue creado; no encuentro
otra respuesta.
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