Juan José Millás nació en Valencia el 31 de enero de 1946. Es periodista y escritor y destaca por su habilidad en la creación de microrrelatos.
¿Es grave, Doctor?
De joven, compartí piso con una
chica que lo primero que me dijo fue que le reventaba fregar los cacharros, de
manera que me tocó a mí. Al principio me parecía un engorro, creo que porque me
empeñaba en terminar en seguida, pero luego le cogí gusto y limpiaba en una
hora el mismo número de platos que cualquier persona normal habría liquidado en
media. Lo que me gustaba de aquella actividad era que me ponía intelectualmente
en marcha. A los diez minutos de estar sacándole brillo a una cacerola de
aluminio, las neuronas trababan amistad entre sí y resolvía problemas que en la
mesa de trabajo me habrían llevado días. Fregar me ayudaba a entrar en un raro
estado de concentración del que obtenía beneficios increíbles. Sin embargo, a
mi compañera le sentaba fatal verme disfrutar de ese modo y comenzó a pensar
que compartía piso con un depravado.
—¿Pero tú por qué no protestas
cuando te toca fregar?
—Porque me gusta.
—No gastes bromas. Cómo te va a
gustar.
—Es cierto. El correr del agua y el
ver cómo se marcha la porquería de las sartenes por el sumidero me hunde en una
especie de éxtasis que me ayuda a reflexionar sobre la existencia.
Al principio pensó que le tomaba el
pelo, y luego que era un pervertido. Cuando teníamos invitados y me veía
levantarme después de comer para recoger la cocina, la oía murmurar cosas sobre
mí. Una vez llevó a su madre, quien tras observarme de arriba abajo me preguntó
si era yo ese al que le gustaba fregar.
—Soy uno de ellos —respondí
sintiéndome miembro de una secta secreta de fregadores repartidos por el mundo.
Al día siguiente la chica abandonó
el piso sin despedirse y tuve que poner un anuncio en los tablones de la
Facultad, pues no podía hacer frente yo solo al alquiler. Siempre he preferido
vivir con mujeres que con hombres, por lo que solicité una compañera. Vino una
estudiante de medicina que lo que no podía soportar de ningún modo era tender
la ropa. Yo nunca me había ocupado de eso, pero a las pocas semanas empezó a
gustarme y estaba deseando encontrar algo mojado para colgarlo de las cuerdas.
Bien es cierto que teníamos un patio interior muy sugerente, y que a mí me apasionaba
imaginar las vidas que discurrían al otro lado de las ventanas que se veían
desde la nuestra. Al poco, me pasaba la vida tendiendo y mi compañera empezó a
sospechar que había ido a caer con un mirón o un psicópata, así que se fue y
tuve que poner otro anuncio gracias al que aprendí a cocinar, y así de forma
sucesiva.
Evidentemente, tengo una rara
capacidad para que acabe gustándome lo que he de hacer por obligación. Ello me
ha creado fama de bicho raro entre mis conocidos. También eso me encanta, y lo
cultivo, lo mismo que tender la ropa o fregar cacharros. ¿Es grave, doctor?
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