En 1915, los Estados Unidos invadieron Haití.
En nombre del gobierno, Robert Lansing explicó que la raza negra era incapaz de
gobernarse a sí misma, por su tendencia inherente a la vida salvaje y su
incapacidad física de Civilización. Los invasores se quedaron diecinueve
años. El jefe patriota Charlemagne Peralte fue clavado en cruz contra una
puerta.
Veintiún años duró la ocupación de Nicaragua,
que desembocó en la dictadura de Somoza, y nueve años la ocupación de la
República Dominicana, que desembocó en la dictadura de Trujillo.
En 1954, los Estados Unidos inauguraron la
democracia en Guatemala, mediante bombardeos que acabaron con las elecciones
libres y otras perversiones. En 1964, los generales que acabaron con las
elecciones libres y otras perversiones en Brasil recibieron dinero, armas,
petróleo y felicitaciones de la Casa Blanca. Y algo parecido ocurrió en Bolivia,
donde algún estudioso llegó a la conclusión de que los Estados Unidos eran el
único país donde no había golpes de estado, porque allí no había embajada de los
Estados Unidos.
Esa conclusión fue confirmada cuando el
general Pinochet obedeció la voz de alarma de Henry Kissinger, y evitó que Chile
se volviera comunista por la irresponsabilidad de su propio pueblo.
Poco antes o poco después, los Estados Unidos
bombardearon a tres mil panameños pobres para capturar a un funcionario infiel,
desembarcaron tropas en Santo Domingo para evitar el regreso de un presidente
votado por el pueblo, y no tuvieron más remedio que atacar Nicaragua para evitar
que Nicaragua invadiera los Estados Unidos vía Texas.
Por entonces, ya Cuba había recibido la
cariñosa visita de aviones, buques, bombas, mercenarios y millonarios enviados
desde Washington en misión pedagógica. No pudieron pasar más allá de la Bahía de
los Cochinos.
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