Contemplar es vestirse de aquel hermoso llanto, igual que
hacen las torres hoy vencidas y en ruinas sobre los arrayanes.
Aquí están. Y las huestes del fatuo aragonés y de su esposa,
la tan rubia Isabela, mancillan con sus ojos a la Sierra Nevada.
La corona humillaron, lo turquí de este cielo, y de esta
guisa innoble el patio y los aljibes con aceñas de sangre.
Granada ya ha caído, y es mi cuerpo quien cae. Mi cuerpo
como el brillo de estas dagas cubiertas por oprobio y por barro.
Estas son, qué sirvieron. A qué los siglos tantos,
baluartes, bastiones, los años forjadores del escudo y del hierro.
Ah, quién dijo “sois hombres, nadie podrá en vosotros;
sólida es la muralla y más noble mano con que Alá nos protege”.
Y el cerco sí ha sido, y Granada es perdida. Y todos nos
iremos con Boabdil hacia nada, dejando tras nosotros un violento vacío.
“Nadie podrá en vosotros...” Cuán falaz fue
la arenga, la voz de las mezquitas, las palabras de arrojo que signaban las suras.
Mirad cuán raudos huyen los valientes guerreros, los
traidores zegríes y los abencerrajes, aquella antorcha que era la infantería.
Olvidan sus aljabas con los ramos de mirto y con los
surtidores, las monturas que antaño sosegaban la noche con su carga de nieve.
Cuáles son los varones, dónde Tarfe y sus hijos, y el padre
de los padres que hizo posible un día este reino de oro de las generaciones.
Granada ya ha caído, y hoy es ella Al-Andalus. Hoy sus
granos maltrechos dan un zumo de sangre que ni Genil ni Darro cuando las avenidas.
Ay de mí, que no he muerto. Que no supe ser digno con el
arma en la almena ni bruñir en sus flores la victoria de plata que acumula el
rocío.
Preferible a esta hora dejar batir el pecho por el mal
castellano, hacer nido a su lanza bajo el túmulo exangüe que es mi triste
aposento.
Mejor que esta deshonra, que esta ignominia y duelo, sólo
puede ser muerte.
Mas Granada ha caído, y es mi cuerpo quien cae.
Y es mi cuerpo estas torres, el aire en los jardines donde
puso su cetro la gran bandera altiva del laurel y el naranjo.
Ah de Castilla, cuánto tendremos que odiarte, maldecir de
tus gentes, para hallar un consuelo semejante a este hurto.
Mirad qué son las puertas que el honor revestía, qué su
alminar, el trono donde sólo el zafiro pudo extender su mano.
Mirad sobre la vega la legión ya vencida, la siembra de
turbantes donde, nueva, ha florido la estación del almendro.
Distintos estos años de aquellos otros, libres, en que el
tiempo era en bodas de guzlas y atambores, de esplendor y perfume.
Pero el trono ya es ido y nadie da en consuelo, ni los
brazos ya pueden sostener esta lluvia que apacienta mi rostro.
Trabaja la molicie más que el puño fuerte. Y Ronda y
Almería, y hasta Guadix, hoy cubren sus ojos con el luto.
Mas ahora, en el suelo, la historia de sus bienes, sus
palmeras brillantes que el valor despeinaba, son un precio de cobre.
Todas juntas, qué vales: lo que sólo una tienda, menos que
la esmeralda y apenas un caballo; la mitad de la espada de un gallardo jinete.
No, ninguna era ésta. Mayor era Granada, mejor que la
Axarquía, más que Lucena y Loja; lugar donde el regalo tomó de su fortuna.
Pero el viento es cristiano y el soplo así enemigo acerca
hasta los hombros el simún que os conduce hasta un vasto desierto.
Y ya veréis sus torres, mendigos de otra tierra en que el
sol del exilio cubrirá vuestras ingles con el velo de mujeres.
Pues no hay otra Granada. Y el destierro os acoge tras un
breve suspiro.
Volved. Volved, la Alambra no se irá con vosotros.
Texto: Angel García López, de "Mester Andalusí"
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